El último Juicio de Alphard: La Estrella Errante

Prólogo

La bóveda celeste del Atrio del Silencio Estelar se cerró sobre sí misma, como si el cosmos contuviera el aliento. Las constelaciones se apagaron, una a una, con el mismo cuidado don el que se extinguen las velas de un santuario antiguo, hasta que solo un círculo de luz quedo sus pendido en el firmamento central del Atrio. En ese foco de eternidad se encontraba flotando Alphard.

Sus muñecas, aunque libres de cadenas físicas, estaban marcadas por restos de flotantes de cadenas rojas, fragmentos incorpóreos de un antiguo pacto quebrado. Las runas de juicio aun ardían con fulgor tenue, como si recordaran la culpa que el cosmos esperaba encontrar. Pero Alphard no se resistía. Su cuerpo estaba sereno. Su espíritu, contenido. Su mirada no era la de un culpable…si no la alguien cansado de ser culpado.

A su alrededor, en forma de un semicírculo elevado y severo, se alzaban los Cinco Tronos Estelares, ocupados por figuras que no necesitaban alzar la voz para imponer presencia.

Rigel Valenor, “La Llama Azul de Orión”, observaba con los brazos cruzados, su mirada ardía como una estrella recién nacida. No lo dijo, pero se notaba su postura: deseaba una condena.

Schedar Elyssara, “La Corona del Trono Eterno”, sostenía un cetro de luz antigua, símbolo de juicio en tiempos olvidados. Su voz seria la que dictaría el procedimiento.

Sirius Daen-Thalos, “El Guardian del Fulgor Inquebrantable”, no se movía. Parecía esculpido en luz viva.

Polaris, “La estrella Inmóvil del Norte”, no decía palabra. Solo observaba. Su presencia era tan firme que el tiempo temblaba a su alrededor.

Alioth, “La Luz del Carro Celeste”, su mirada mostraba preocupación y miedo.

Pero el silencio no era solo de los jueces.

Desde los balcones de luz viva, que cobraban la cúpula del Atrio, se alineaban todas las estrellas convocadas: antiguas, nuevas, olvidadas y veneradas. Cada una, envuelta en la forma que el firmamento les otorgaba —algunos humanoides, otras solo fragmentos de llama, vapor de plata o susurros de energía consciente—. Estaban allí no como jurado, ni como salvadores. Eran testigos de la caída.

Y ninguno hablaba.

Porque en el Atrio, solo la verdad desnuda tiene voz.

Alioth. Desde su asiento, lo busco con los ojos; a Alphard.

El la miraba.

No como lo hacia de antaño, con la familiaridad de quien a compartido siglos de batallas y silencios, si no con urgencia…y algo más. Un rastro de súplica. Como si por un segundo, quisiera que ella hablara. Que lo salvara. Que rompiera la distancia que las acusaciones han construido.

Pero cuando sus ojos finalmente se encontraron, Alphard fue el primero en desviar la mirada. Lo hizo con tal calma, con tal decisión, que el mensaje fue claro; No lo hagas. No esta vez.

Alioth apretó los labios. Podía sentir como los susurros de las demás estrellas la rozaban como viento entre cristales, esperando su reacción. Pero no dijo nada. Y esa nada fue un eco que solio más que mil palabras.

—Alphard, Eco del Errante, —Declaro Schedar, rompiendo el silencio como un martillo contra cristal—, has sido traído ante este circulo no solo por tu invocación no registrada, sino por el fin trágico de tu invocadora. ¿Cómo te declaras ante el Consejo de la Luz?

Alphard alzo la cabeza. Toda la asamblea lo miraba, desde lo mas alto de Orión hasta las formas serpenteantes de Hydra.

—Incompleto —respondió.

Un murmullo cruzo el circulo. La palabra no era una defensa, ni una confesión. Era otra cosa. Una grieta en la verdad que aún no había sido mostrada.

Schedar entrecerró los ojos.

—Explícate, Estrella Errante.

Pero Alphard guardo silencio.

Ante el silencio, Schedar, alzo su voz. Era una voz serena, como un canto antiguo que resonaba entre las estrellas.

—Antes de dar paso a las declaraciones de los miembros del Alto Conclave Estelar… —dijo, con un tono suave pero firme— se debe aclarar un punto.

Sus ojos, brillantes como gemas olvidadas se posaron sobre Alioth.

—Alioth, Luz del Carro Celeste. ¿Comparecerás hoy como miembro del consejo de la Osa Mayor… o como defensa de Alphard

Un silencio se extenso entre las estrellas, tan denso que ni el tiempo pareció avanzar.

Alioth permaneció inmóvil. Su mirada tenue pero profunda, se deslizo hacia Alphard. Él, encadenado, pero aun erguido, no la miraba al principio. Solo cuando sintió su atención sobre él, alzo el rostro.

Y entonces lo hizo.

La vio.

Pero en sus ojos no había suplica, ni siquiera esperanza. Solo cansancio. Un fuego debilitado que prefería extinguirse antes que pedir ayuda. Su mirada no la invitaba. La rechazaba.

Alioth por un instante pareció romperse.

Pero bajo los ojos y respondió con voz baja.

—Compareceré como miembro del consejo.

Schedar asintió en silencio, con una sombra de pesar cruzando su rostro.

—Que así quede registrado en la luz.

Un murmullo sutil, como viento entre galaxias, comenzó a crecer dentro las estrellas. Las constelaciones y estrellas, normalmente inmutables, fluctuaban con destellos irregulares. Algunas hablaban y susurros de luz, otras intercambiaban pensamientos a través de hilos de energía apenas perceptibles.

“¿Entonces mato a su invocadora sin piedad alguna?, ¿Fue traicionado?, ¿Alguna otra estrella caerá?, ¿Realmente odiaba a los humanos…hasta el punto de matarlos? ¿Cómo puede haber uno de nosotros así?”

Murmullos y rumores comenzaron a correr, la sala comenzaba a desbordarse. Schedar ante aquello hablo.

—Silencio —su voz era tranquila, pero era lo suficiente para calmar todo el lugar.

El silencio permanecía eterno, hasta que Schedar dio una señal con su mano alzada para darle la palabra a Rigel, el juicio había comenzado.

Un paso resonó en el vacío celeste. Era seco, firme, casi marcial.



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En el texto hay: magia, juicios, estrellasyconstelaciones

Editado: 08.05.2025

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