Alphard alzo la mirada hacia el firmamento inmóvil. Sus ojos no buscaban respuestas, tampoco clemencia.
Su rostro, joven en apariencia, ya estaba marcado por el peso de una caída silenciosa. No había cicatrices visibles, pero en su gesto vivía el eco de una rendición no declarada.
—Otra vez, Alphard… —fue lo primero que dijo Polaris, sin levantar la voz, sin mirar. Su tono bastaba para hacer temblar constelaciones menores.
—Romper el lazo de invocación…y no solo eso…no te basto con eso, que hasta lo insultaste, incluso destrozaste su orgullo — añadió Sirius, cruzado de brazos, su semblante tan imponente como su juicio—. ¿Sabes cuántas estrellas darían lo que fuera por ser llamadas, aunque fuera una vez?
Alphard rio por lo bajo, recordando la cara del joven quien lo invocaba.
Schedar, con su trono de sabiduría invisible, intervino sin dureza, pero con un filo irrebatible
—Ya no estamos hablando de un capricho, Alphard. Sigues cayendo. No por la gravedad, sino por tu propia voluntad. Si vuelves a cruzar esta línea, el próximo juicio no será menor.
El silencio se estiró apenas un segundo.
Alphard, joven, más intacto en cuerpo, pero ya herido en el alma, alzó la cabeza. Su sonrisa era hueca, una máscara de superioridad mal pulida.
—Ese invocador… no era digno de mí. Ni de Hydra —dijo sin titubeo—.
—¡ERA UNA INVOCACIÓN DE PRÁCTICA, ALPHARD! — Grito ya desesperado al ver la cara de burla de Alphard.
Los ojos de Alphard brillaron un instante. No de emoción. De desafío.
—¡Ey! Fue su idea. Yo solo aparecí porque me susurraron bonito… además, ¡no rompí nada esta vez! —dijo Alphard, extendiendo los brazos como si fuera un artista malentendido tras una presentación caótica.
—¡EL SALON DE INVOCACION EXPLOTÓ! ¡LA PUERTA ESTABA EN UN ÁRBOL! —El pobre parecía que explotaría—¡La sala de invocaciones menores está cerrada por “riesgo astral” y el director ya mando un mensaje astral por los daños de la institución!
—Bueno, eso no es culpa mía... ese chico no leyó los sellos de estabilización y me invocó mientras estaba comiendo algo importante en la Nebulosa Delta. Tenía salsa. —espetó con burla. Pero al voltear hacia Alioth, bajó un poco la guardia—. Perdón,
Alioth, fingiendo fastidio, cruzó los brazos con dramatismo teatral
—Me estás dejando sin argumentos, Alphard. Y eso es muy molesto —y bajando apenas la voz, añadió solo para que él lo escuchara— No podré hacer mucho por ti hoy.
Pero no hubo respuesta. Solo una mirada de despedida que se parecía más a una huida.
Schedar se puso de pie. Nadie solía verla hacerlo.
—Tranquilízate Rigel. —Miro por unos segundos al nombrado. Después poso su mirada hacia Alphard. — La próxima vez no habrá este círculo. No habrá advertencias. Solo el juicio de nuestro padre Cosmos. Y él no perdona lo que no entiende.
Polaris habló al final, como un eclipse que cierra el cielo.
—Este tribunal está agotado de esperarte. Tendrás que comparecer ante nuestro padre. Y ahí no habrá eco, ni recuerdo, ni retorno.
Y Alphard… solo mostró una expresión vacía. Como si nada de eso le importara. Como si ya hubiera sido castigado, en otro tiempo. En otra caída.
—¿Nuestro padre…? —Su voz fue un filo helado—. Él me abandonó el mismo día en que llegué a este mundo. No lo olvides.
En su mirada ardía algo que no era solo odio… quizás era tristeza disfrazada.
Las palabras resonaron como una herida abierta, no solo para Alphard.
También para cada uno de sus hermanos y hermanas.
Sin esperar respuesta, sin querer escuchar más, se dio la vuelta y se marchó.
—¡Esto aún no ha terminado! —exclamó Rigel, con la voz rota entre furia y desespero.
—Déjalo, Rigel —susurró Alioth con calma— Ya ha pasado por suficiente últimamente. Solo… deja que se marche esta vez.
—¿Esta vez? —replico Rigel, alzando la voz—. ¡Cada vez que hace algo lo defiendes y siempre se sale con la suya! Si no lo detenemos ahora, ¿que será lo siguiente?
—Parad los dos —intervino Schedar, firme pero serena—. Hablaremos con el mañana. Por ahora dejad que se calme.
Y entonces solo quedó el eco de sus pasos, seguido por el golpe seco de la gran puerta al cerrarse tras él.
Alphard atravesó el umbral del gran salón sin mirar atrás. El eco de la puerta al cerrarse se deshizo en el corredor como un latido perdido en la inmensidad.
Sus pasos resonaban suaves sobre las baldosas de piedra azulada, teñidas por la luz de las estrellas que titilaban al otro lado de los grandes ventanales. El pasillo se extendía como un río estelar entre columnas cubiertas de hiedra y símbolos antiguos, cada uno pulsando con un leve fulgor dorado, como si reconocieran la presencia de un corazón herido.
Alphard no lloraba. Nunca lo hacía.
Pero algo en el aire —quizá la humedad del musgo, o la tristeza que colgaba del techo abovedado como una niebla antigua— parecía hacerlo por él.