Ella lo llamó… y el respondio.
El dolor latía en cada rincón de su cuerpo.
Alphard abrió los ojos con dificultad, pero todo lo que vio fue neblina espesa, densa como un océano de humo.
Tosió. El aire, cargado de polvo, le quemaba la garganta. Se reincorporó torpemente, sintiendo cómo los músculos se resistían al movimiento.
Todo su ser temblaba aún por la ruptura brutal del vínculo.
El lazo que debía ser sagrado… había sido profundamente violado.
Trató de ponerse de pie. Tambaleante, apenas dio dos pasos antes de tropezar con algo —o alguien— y caer de nuevo al suelo, soltando un gruñido ahogado.
—¡Ah! —se oyó otro quejido, más agudo. Humano.
La niebla comenzó a disiparse poco a poco, revelando figuras difusas.
Allí, frente a él, una muchacha de cabellos oscuros y mirada aturdida lo observaba con el mismo desconcierto que él sentía.
—Mierda… ¿qué hice? —susurró la chica, llevándose una mano temblorosa a la boca.
Alphard, aún en el suelo, alzó el rostro con recelo, el cuerpo tenso como un resorte a punto de romperse.
—¿Quién eres? —espetó, con la voz ronca, cargada de un filo contenido.
La joven parpadeó, como si apenas comprendiera la gravedad de lo que acababa de provocar.
—L-Lyra —balbuceó—. Soy… Lyra. Una estudiante.
La confusión se apoderó de Alphard de forma aún más feroz.
¿Una estudiante?
¿Una simple humana había…?
Se levantó con dificultad, los movimientos cautelosos, como si temiera que cualquier roce fuera otra trampa. Sus ojos, fríos y desconfiados, no se apartaban ni un segundo de ella.
Lyra, sin embargo, no parecía peligrosa.
Solo asustada.
Solo... desesperadamente humana.
El mar de humo seguía disipándose, dejando entrever un mundo desconocido a su alrededor.
Y Alphard, prisionero en él.
La densidad en el aire disminuía poco a poco, dejando a Alphard respirar de nuevo con normalidad.
Miró a su alrededor, su cuerpo aún tenso, esperando trampas, sellos ocultos... cualquier amenaza.
Pero lo que encontró lo dejó desconcertado.
Era un cuarto amplio. Las paredes estaban decoradas con papel tapiz de estrellas, y una gran ventana dejaba entrar la luz del sol. El piso de madera fina brillaba ligeramente. Había otra ventana más alta que ofrecía una vista directa al cielo, adornada con pequeños atrapasoles colgando, que dejaban que la luz se filtrara suavemente en haces de colores.
Sobre un escritorio había libros abiertos —manuales de invocación estelar, tratados de constelaciones, pergaminos de magia blanca—. Frascos de cristal con polvos brillantes descansaban junto a plumas, tinta, sellos sin usar y brújulas astronómicas.
Del otro lado había una cama grande y destendida, cubierta con varios cojines y almohadas suaves. La sabana azul estaba bordada con diminutas estrellas doradas. En las paredes cercanas, posters de estrellas y mapas astrales, llenaban el espacio con un desorden encatador, imposible de mirar sin perderse en ellos.
En un rincón detrás de la chica, una sabana colgaba formando una casita improvisada. y En su interior, mas cojines y una cobija blanca. Un pequeño refugio.
Todo el lugar hablaba de dedicación, un poco de torpeza ... pero también de una pasión genuina e inocente.
Alphard frunció el ceño.
No era el laboratorio de un invocador experimentado.
Era la habitacion de una estudiante.
—No entiendo nada de esto —murmuró Alphard, más para sí mismo que para ella.
Lyra, aún abrazándose los brazos, notó su mirada.
Con un suspiro tembloroso, como quien decide rendirse, comenzó a hablar.
—N-no tenía que haber funcionado… —dijo nerviosa, llamando la atención de Alphard—. Normalmente nunca funciona nada de lo que hago. Solo cosas pequeñas, cosas que no requieren mucha energía… o magia.
Hablaba deprisa, atropellando las palabras. Parecía más una confesión consigo misma que una explicación para el astro que la observaba.
—El profesor Perhael dijo que debía practicar más. Que modificar sutilmente los círculos de invocación podía aumentar la probabilidad de llamar a astros superiores, pero… creo que eso solo aplicaba para las clases avanzadas. Carajo, ¿qué hice? Ahora me va a regañar… o probablemente me repruebe.
Alphard la observaba con una expresión extraña, sin comprender del todo su balbuceo.
Mientras tanto, Lyra se acercó a su escritorio y acarició lentamente las páginas de su libro de invocaciones.
—Yo solo… pensé que si lograba hacerlo… —bajó la mirada— dejarían de llamarme inútil. No creí que realmente aparecería alguien. Y mucho menos tú...
Alzó los ojos hacia Alphard, todavía incrédula.