El último Juicio de Alphard: La Estrella Errante

Capitulo 3: El reino bajo las estrellas

“Donde la tierra mira al cielo”

La tenue luz azulada del amanecer apenas comenzaba a colarse por las ventanas del cuarto. Todo estaba envuelto en un sopor silencioso… hasta que Lyra abrió los ojos.
Miró su reloj: eran las cinco de la mañana.

Bostezó y se estiró con pereza, como si su cuerpo aún flotara entre sueños, antes de comenzar a quitarse el pijama. Se acercó al pequeño armario donde guardaba su uniforme escolar y lo sacó con movimientos lentos, todavía envuelta en la bruma del sueño.

En el rincón donde se alzaba el refugio de sábanas, envuelto en una cobija blanca, Alphard dormía plácidamente. Sus ronquidos, suaves y erráticos, eran casi imperceptibles, pero el sonido tenue de Lyra al moverse bastó para que entreabriera los ojos.

Su mirada somnolienta se cruzo con la de la chica, que se había quedado congelada justo en medio de cambiarse. Alphard bufo, cerro de nuevo los ojos con fastidio y se cubrió hasta la cabeza con la cobija que tenia.

—Para ser un ser celestial, duerme demasiado —murmuro Lyra, retomando su rutina con un suspiro resignado.

Al terminar de vestirse, se sepillo el cabello y recogio sus cosas. Antes de salir se detuvo un momento a observar a Alphard, aun dormido.

Pasó por su mente una frase que no podía ignorar:

“No podemos estar separados más de veinte metros…”

Bufó con fastidio ante aquel pensamiento, dio media vuelta y giró para ver a la estrella. Se agachó hacia él y comenzó a sacudirlo con insistencia.

—Alphard, despierta. Tengo que ir a la escuela —murmuró, intentando arrancarle la cobija.

Él solo respondió con un gruñido, dándose la vuelta, ignorándola por completo.

Rendida de sacudirlo, Lyra no tuvo otra opción más que tomar un extremo de la cobija y, con todas sus fuerzas, jalarla. Arrastró al aún dormido Alphard hasta el pasillo, mientras él se aferraba testarudamente a la tela.

No llegó muy lejos.

Alphard, molesto, bufó por lo bajo. Pero, aún adormilado, se incorporó lentamente del frío suelo.

—Despierta ya. Tengo que ir a la escuela y el camino no es corto.

—Sí... —respondió él en voz baja, con tono automático, dejando por fin la cobija caer.

Ambos bajaron al primer piso.

Alphard, algo torpe, descendió los escalones como si aún caminara entre sueños. Al llegar abajo, una calidez suave lo envolvió, tan acogedora que le provocó aún más sueño. Sus ojos detectaron un pequeño sofá individual, y sus pies lo guiaron hacia él como si no tuvieran voluntad propia.

Estaba a punto de dejarse caer cuando Lyra lo tomó del brazo y lo jaló con fuerza, impidiendo que se hundiera en el mullido asiento.

—Hora de irnos —dijo, llevándolo directo hacia la puerta.

Apenas cruzaron el umbral, una brisa fresca los golpeó.
Para Lyra, ya acostumbrada, fue un despertar refrescante.
Para Alphard, en cambio, fue como si el frío recorriera todo su cuerpo desnudo de espíritu, haciéndolo estremecer.

Lyra comenzó a avanzar por el sendero, pero al notar que Alphard apenas arrastraba los pies, suspiró y terminó por tomarlo de la mano, guiándolo como a un niño somnoliento.

Caminaron así, dejando atrás Nymira, el pequeño pueblo aún dormido, envuelto en la luz pálida del alba.

El camino los conducía rumbo al gran reino de Mundaria, que se alzaba en la distancia como un sueño que aún no decidía despertar.

Durante el trayecto, Lyra empezó a hablar, como si su voz tejiera una especie de mapa invisible para lo que vendría.

—Regla número uno: no puedes decirle a nadie quién eres. Ni estrella, ni invocación, ni constelación de Hydra. Nada de eso. Tendremos que buscar un nuevo nombre para ti. “Alphard”... llamaría demasiado la atención.

—Sí —respondió él, aún medio dormido, con voz automática, como si cada palabra le costara abrir un párpado más.

—Regla número dos: no nos conocemos… Bueno, podemos fingir que recién nos conocemos. Ya veremos qué historia inventamos.

—Sí —sus ojos seguían entrecerrados, como si el mundo fuera un sueño molesto del que aún se negaba a despertar.

—Y también quiero que dejes de decir que eres mi novio —agregó con un suspiro, recordando el incidente del día anterior—. Eso entra también en la regla número dos.

—Entendido…

—Y… regla número tres —dijo al detenerse frente a las grandes puertas que marcaban el inicio del reino—: no toques nada raro, no hables mucho, y por favor… no causes problemas —giró hacia él, mirándolo con seriedad—. ¿Entendiste, Alphard?

Él soltó un ruidito apenas audible, como un intento vago de reírse, aunque ni siquiera abrió bien los ojos.

Sin decir más, ambos cruzaron el umbral.
Y Mundaria los recibió, como recibe el cielo a sus estrellas caídas.

Mundaria: El Reino Bajo las Estrellas

En el corazón de un vasto continente olvidado por el tiempo, se alza Mundaria, un reino oculto entre cordilleras cubiertas de niebla y bosques eternos. La tierra respira vida en cada rincón; los árboles susurran secretos antiguos, las hojas brillan como si atraparan fragmentos de luz, y los ríos murmuran nombres de estrellas caídas y olvidadas.



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En el texto hay: magia, juicios, estrellasyconstelaciones

Editado: 29.05.2025

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