El último Juicio de Alphard: La Estrella Errante

Capítulo 4 - Parte I: Aetherion: donde las estrellas caminan

“Algunas estrellas no brillan desde lejos…

caminan entre nosotros.”

Al llegar a lo más alto de aquella montaña, Alphard alzó la mirada, hipnotizado por lo que se desplegaba frente a él. A través del cristal, lo contempló en silencio: un edificio inmenso se alzaba en la distancia, como si emergiera del propio cielo.

Era la Academia de Aetherion.

Su estructura parecía tallada por manos antiguas y celestiales. Altiva, luminosa, con torres delgadas que rozaban las nubes como dedos buscando estrellas, y cúpulas de cristal turquesa que devolvían al firmamento su propio reflejo. Las columnas, blancas como la luna, sostenían arcos góticos con filigranas doradas que relucían como si hubieran sido bordadas por la luz de las constelaciones.

Puentes flotantes, como hilos de plata suspendidos en el aire, conectaban torres lejanas, invitando a cruzar sin pisar el suelo. Ventanales altos, de vitrales coloridos, dejaban escapar destellos que danzaban al compás del viento.

Y todo, todo estaba envuelto por una naturaleza palpitante, que no se rendía, sino que abrazaba con ternura cada piedra. Canales de agua serpenteaban la base del edificio, alimentados por manantiales ocultos que susurraban secretos antiguos. A lo lejos, se veían jardines flotantes que giraban suavemente, y terrazas astrales que brillaban como pequeños altares al cielo.

Por un instante, Alphard sintió que todo aquello no podía ser real. Era como mirar un recuerdo del cosmos... o un sueño que aún no despertaba.

El Stevia se detuvo con un suspiro largo, casi como si también él sintiera el peso del viaje. Uno a uno, los estudiantes descendieron en una corriente de voces, pasos y alientos expectantes. Entre ellos, Alphard emergió, sujetando la mano de Lyra con una firmeza callada, como si temiera que el mundo la arrancara de su lado.

Ella, con la mirada fija en las altas torres de la academia, tomó la delantera. Pero antes de cruzar la frontera que separaba el mundo exterior de Aetherion, se detuvo. Volteó hacia él. Sus ojos —tan llenos de estrellas contenidas— lo buscaron con una gravedad inusual.

—¿Recuerdas las reglas? —preguntó, seria como una constelación en juicio.

Alphard gruñó apenas, con la mirada alzada hacia los muros solemnes del edificio.

—Sí, sí… más o menos —masculló, como quien intenta atrapar un recuerdo que nunca estuvo del todo allí.

Lyra sonrió, fugaz, creyendo por un instante que él no había prestado atención, que tal vez, solo tal vez, no le importaba. Pero la ilusión fue breve.

Él bajó la mirada con una sonrisa torcida, una brasa encendida en la penumbra de su rostro. Sus ojos descendieron a sus manos aún entrelazadas.

—Aunque… me temo que la regla número dos ya no se podrá cumplir.

Y sin previo aviso, con esa arrogancia etérea tan suya, llevó su mano entrelazada hacia sus labios y dejó en ella un beso. No uno tierno ni accidental. Uno puesto a propósito, con la intención de desatar el caos.

El mundo a su alrededor pareció detenerse. Los murmullos brotaron como hojas en primavera, las miradas se alzaron como aves en picada. Lyra sintió el calor subirle por el cuello hasta inundarle el rostro. Su cuerpo se tensó, y por un segundo no supo si era rabia o vergüenza lo que quemaba en su pecho.

Rápidamente se soltó del agarre, como si ese beso fuera una chispa peligrosa. Sin pensar, lo tomó del cuello de la camisa, con ambas manos, y lo arrastró hacia ella con una furia contenida.

—Ni se te ocurra decir que eres mi novio —murmuró entre dientes, su voz tan baja como un secreto, pero tan filosa como una promesa no hecha.

Alphard, lejos de amedrentarse, sonrió con aún más descaro. En sus labios, las advertencias de Lyra no eran órdenes, sino suaves sugerencias, y su cercanía no era una amenaza: era un juego que él ya creía haber ganado.
Se inclinó apenas, su aliento tocando el aire entre ambos como si fuera a reclamarlo. Sus ojos, burlones, eran una noche sin luna, tentadora y provocadora.

—Bien, entonces dejemos que los demás lo piensen —susurró, con una sonrisa dibujada de arrogancia, como si la posibilidad de un rumor fuera un regalo que ofrecía gustoso.

Lyra sintió cómo el mundo giraba en su contra. Estaban demasiado cerca. Demasiado visibles. Y el murmullo que flotaba en el aire empezaba a parecer una tormenta en formación. Estaba a punto de replicar, de estallar… cuando una voz familiar cruzó la bruma de su enojo.

—¿Lyra?

Ella volteó de inmediato, aún sujetando a Alphard por el cuello de la camisa. Su enojo, como un fuego expuesto al viento, se extinguió en un suspiro.

Caminando entre la multitud con paso ligero y despreocupado, apareció Luthiel. Su cabello castaño oscuro bailaba con la brisa, y sus ojos verdes tenían esa paz serena que podía calmar incluso al cielo agitado. Llevaba su mochila al hombro como si cargara con ella el día, pero sin darle peso alguno.

—O estás intentando ligar de una forma muy rara... o estás intimidando a alguien otra vez —rió, con ese tono cálido que parecía rozar las orillas del alma.

Lyra soltó a Alphard al instante. Su postura cambió, como si regresara a sí misma. Alphard, aún entre el desconcierto y el interés, observó cómo el fuego se disipaba de su rostro para dejar paso a esa versión más contenida y viva de ella. La que no conocía. La que lo intrigaba.



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En el texto hay: magia, juicios, estrellasyconstelaciones

Editado: 12.06.2025

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