El último movimiento

Tic-tac

Me dirijo a la cocina, hiervo el agua y mientras recapacito en cómo le voy a compensar a mamá el haber llegado tarde, me preparo un café. Aún sentía el frío en cada hueso de mi cuerpo. Meditando un buen rato, decido despertarla con desayuno en la cama.

Seis con treinta, apago la alarma. Con el máximo de sigilo preparo un par de huevos cocidos, tocino y pan tostado, jugo de naranja y todo a la bandeja. Subo a la habitación de mamá, abro la puerta y contemplo su tranquilidad y armonía unos momentos al verla durmiendo. Interrumpo su descanso sentándome sutilmente a los pies de la cama dejando la bandeja a su lado. Unas lágrimas están casi por manifestarse al verla despertar, no puedo pronunciar una sola palabra, estoy aquí, inmóvil, sin saber qué decir. Con ese nudo en la garganta la miré y ella, entendiendo mi sentimiento de culpa, sólo me abraza.

— No fue mi intención mamá — entre sollozos — sé cuánto te afecta comer sola, perdóname, pero es que Alex…

— No te pongas así, sé que no quisiste hacerlo — interrumpe con su mano abierta que se desliza por toda mi espalda para consolarme — andabas con Alex, él es un buen muchacho, por eso me acosté tranquila, además estaba cansada.

— Mira, como te gusta a ti — le enseño lo que había preparado.

Ambos desayunamos ahí. Le explico superficialmente lo que había hecho durante el día, sin darle detalles de la amiga de Alex, Emily, porque conociéndola si le digo o insinúo algo respecto a una chica, su imaginación se va lanzar a la fantasía desarrollando un sin fin de escenarios posibles y no sería capaza de esquivar su interrogatorio.

— Anoche cuando llegué me costó mucho entrar en calor, tuve que prepararme un café — mientras ordeno la bandeja para bajarla a la cocina e ir preparándome para ir a la escuela. De pronto una notificación enciende la pantalla de mi teléfono que estaba sobre la cama:

«En treinta minutos pasaremos por ti. No te atrases como siempre.»

— ¿Qué ocurre hijo? — pregunta mi madre con alguna preocupación al ver sorpresa en mi rostro.

— Alex va a pasar por mí con el Sr. Pearson y ya sabes cómo es — apresuro mi actuar — ¡debo darme prisa!

El Sr. Pearson jamás llega tarde, donde sea que vaya, la puntualidad es su carta de presentación. Dejo la bandeja y las cosas en la cocina y me ducho lo más rápido posible, tomé la mochila y apenas abro la puerta para salir, se estaciona fuera de casa Alex y su padre. Más justo no pude haber hecho todo.

— Hola galán — apenas subo al auto, el Sr. Pearson me habla mirando por el retrovisor, mostrando una notoria sonrisa con la que al instante entendí qué había sucedido.

— Buen día Sr. Pearson — respondo con naturalidad.

De inmediato miro a Alex y golpeándole sutilmente su brazo con mi codo le pregunto a susurros si le había contado algo sobre el encuentro de anoche con Emily.

— Sabes que hablo de todo con él — murmura y encoge los hombros.

Es verdad, Alex siempre presume la confianza que tiene con su padre. Le cuenta prácticamente todo lo que hace. En cambio, yo no es mucho lo que hago, siempre le digo a mamá donde voy a estar, pero no entro en mayores detalles. Supongo que no quiero causarle preocupación, bastante tiene con sus problemas.

— Pero eso son mis asuntos ¡no los tuyos Alexander! — aún susurrando.

No me gusta divulgar nada a nadie, excepto a mis amigos y ellos saben eso, si me conocen tanto ¿por qué lo siguen haciendo? Detesto que otras personas a las que no les he confiado nada, se enteren de lo que hago y lo que no. Siempre le reclamo eso a mis amigos, en especial a Alex que tiene la costumbre de prácticamente publicar cada cosa que hace.

— Tranquilo Georgie, no le diré a nadie — el Sr. Pearson había escuchado mi molestia pese a mis intentos de disimularla.

— No se preocupe, no es nada de importancia — Alex me mira y sonríe en un gesto burlesco.

Al llegar a la escuela, Nate nos esperaba para entrar. La primera hora nos toca con el Sr. Smith, maestro de física. Todos le tienen pavura a esa clase, puesto que es una de las principales características del educador, es su genio de temer. La clase pasada dejó caer un grueso libro sobre su mesa con fuerza tal «mostrando un aire de frustración y algo de ira», que todo el salón quedó enmudecido. Adjudicaba la acción a que ningún estudiante de los que había interrogado fue capaz de darle solución a la que para él era una simple ecuación. A mi parecer solo era cosa de prestar atención y entender qué era lo que esperaba de nosotros como estudiantes. Aun no entiendo cómo los demás no se dan cuenta de ello, les iría mejor en su clase.

Apenas ingresa al aula, el Sr. Smith plasma el problema en el pizarrón, da marcha hacia su asiento y una vez en él, con voz fuerte y clara dice:

— Henderson, pase al frente y analice la ecuación de la clase anterior.

Resuelvo el problema sin mayor esfuerzo.

» No me sorprende por supuesto, bien hecho. Absolutamente impecable.

Mientras me dirijo a mi asiento no pude evitar distinguir que la mayoría de los estudiantes del salón me miran con cierta animosidad, la cual ignoro como siempre lo hago. Esta clase se me da bien. En realidad, no tengo problemas en ninguna clase y, no es por presumir, pero soy el mejor alumno de la escuela, quizás por eso el Sr. Smith me trata distinto a los demás alumnos.




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