El Último Oráculo

CAPITULO 1.-


Muy lejos de ahí, un hombre veía como la mujer cabalgaba lo más rápido que el caballo podía correr. Ella se marchaba. Aún tenía esperanza de llegar a la puerta del Sol.

Una sonrisa de lado se abrió paso en los labios del guerrero.

―¿Que tan lejos está?― preguntó el jefe.

―No lo suficiente― respondió.

―Sabes que hacer.

―Sí, señor.

El muchacho puso una flecha en su arco y tensó la cuerda. La mujer estaba a unos dos metros de poder cruzar el territorio completo. Le faltaba muy poco, él podía sentir en el aire como la vieja partera saboreaba esa libertad. Eso era lo que el guerrero más disfrutaba de su trabajo como uno de los de Élite, le encantaba que tuvieran esperanza hasta el último minuto y así poder arrebatársela. La verdad era que la niña que todos estaban buscando lo tenía sin cuidado.

Soltó la cuerda de su arco y la flecha salió disparada a una velocidad peligrosa, cortando el aire, recorriendo la gran distancia que lo separaba de aquella ladrona.

Las dos patas delanteras del caballo ya habían cruzado la puerta, cuando la flecha se le clavó a la mujer, justo en el centro del cráneo. El animal acabó de cruzar y ella cayó sin vida en la fría tierra, donde las bestias del bosque se encargarían de comer su carne.

―Bien hecho, Gabriel― felicitó su jefe.

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Podía escuchar como alguien la olfateaba. Quería abrir los ojos y arrancar la nariz de aquel que se atrevía a estar tan cerca, de quien invadía su espacio personal.

―Huele bien― dijo una voz ronca.

― ¡Aléjate de ella!― escuchó a alguien más.

De pronto quien había estado tan cerca, oliéndola, se alejó.

― ¿Por qué?― preguntó otra voz más tosca, molesta y retadora― ¡No es tuya!

―¿Tengo que recordarte porqué estoy a cargo?― respondió la segunda.

La chica quería prestar atención, moverse y correr. Golpear y matar a cuantos pudiera. Pero muy a su pesar, volvió a quedar en la inconsciencia.

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Había aprendido a medir las situaciones, a saber cuándo perdería y de esa forma marcharse para cobrar venganza después, aunque muchos lo llamaran el camino de los cobardes.

El hombre paseó la mirada por toda la habitación, había siete de ellos, y él era solo uno. Podía llamar a sus hombres, pero eso le quitaría el respeto que se había forjado a lo largo de los años. Puso una mano sutilmente sobre la empuñadura de su espada.

Los demás hombres se acercaron rápidamente a él, leyendo sus intenciones ¿Por qué siempre que el Rey contrataba mercenarios le tocaba tratar de controlar a los idiotas?

No importaba. Él solamente seguía ordenes. Respiró profundo y midió a cada uno de ellos. No necesitaba matarlos a todos, simplemente a aquel que había decidido ir en contra de sus ordenes. Sacó su espada con un movimiento fluido y de un rápido giro bloqueó uno de los movimientos del cuchillo de Gastón. Levantó su arma y lanzó al mercenario al otro lado de la tienda.

―Apártate de ella― ordenó apuntando a su corazón con el filo de su espada―. Es tu última oportunidad.

―¡El Rey dijo que podíamos tener parte del botín!― exclamó Gastón, viéndose asustado por primera vez.

―Este botín no puede dividirse ni tomarse. Es una persona― dijo mientras giraba con lentos pasos para alejar a los hombres de la chica que yacía inconsciente.

―Es una bruja― escupió el mercenario y hubo varios asentimientos entre los otros.

―Ese no es problema tuyo― respondió Gabriel y giró sobre sí mismo. Moviendo la espada como si se tratara de una extensión de su brazo.

La cabeza del mercenario cayó unos centímetros alejada del cuerpo. Gastón, de todos era a quien más odiaba.

Cuando era más joven, Gabriel se había dado cuenta de que odiar era sumamente sencillo, era mas fácil que sentir culpa y definitivamente más sincero que el amor.

Los otros seis hombres retrocedieron sin perderlo de vista, al final todos terminaron saliendo de la carpa.

Casi siempre estaba rodeado de guerreros capacitados, excepto cuando al rey se le ocurría meterse en su terreno. En ese caso, siempre terminaba rodeado de ineptos. Pero esta era una misión diferente, ahora había una chica involucrada.

Esto sería difícil. Porque a pesar de que no estaba acostumbrado al deseo o cualquier otra sensación carnal, podía sentir la avidez de querer acercarse a aquella criatura indefensa y tocarla, simplemente tocarla. Quizá pasar la mano por su cabello plateado.

¿Con que propósito? Ni siquiera él mismo lo sabía.

Gabriel sacudió la cabeza al escuchar un murmullo. Por un segundo creyó que se trataba de las bestias del bosque y se puso en guardia.

Agua...― La pequeña voz débil repiqueteó en sus oídos. La chica estaba murmurando en sueños ―Agua...― repitió.

Rápidamente Gabriel deshizo su postura de combate y se dirigió a la salida de la tienda, no sin antes echarle un vistazo al cadáver de Gastón, hizo una mueca de disgusto, ahora tendría que sacarlo de ahí y explicarle al Rey porque había muerto.

― ¡Adam! ¡Abel!― gritó los nombres desde la entrada de la carpa.

El primer muchacho salió de entre la multitud de hombres que esperaban por comida y llegó hasta él, con un plato en la mano y un cuchillo en la otra.

― ¡Señor!― Como siempre, Abel era el primero en responder a su llamado.

Estaba de pie frente a él, con el uniforme sucio y roto.

Le había pedido en varias ocasiones que lo llamara Gabriel, no tenía sentido tanta formalidad, después de todo lo había entrenado desde pequeño, tanto a él como a su hermano.

― ¿Dónde está Adam?― preguntó el líder.

Abel mantuvo una expresión seria, parecía, incluso aburrido.

El joven era alto, cabello negro cuál carbón y ojos azules, tan azules como el mismo mar de los Dioses.




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