Las palabras quedaron en el aire, y aunque Ricardo y Carla las desestimaron como una advertencia exagerada, una extraña inquietud comenzó a crecer entre los amigos. Héctor los observaba, con una sonrisa enigmática, y se despidió con un último vistazo oscuro, dejando en claro que no era simplemente una broma.
En una de las habitaciones se encontraba León dejando su bolso en su cama para dar un suspiro y sentarse en ella viendo a su alrededor, pero es interrumpido cuando tocan la puerta dejando ver a Tobías.
-León, con los chicos iremos un poco a ver alrededor del pueblo-menciona Tobías viendo como el chico se acomoda para salir con él.
En ese momento aparece la tía de León para verlo.
-León, ¿podemos hablar un momento antes? -pregunta la mujer haciendo que Tobías salga de la habitación.
-¿Qué paso?-pregunta él sentándose en la cama.
-Pasa que como decirlo, no hagan tanto quilombo-responde ella viendo como León ríe un poco-¿Y que onda con Susana?, ¿la invitaste a salir?-pregunta ella.
-No tía, eso no va a pasar, ya que solamente somos amigos-responde León acomodándose un poco-además de que ya tenemos a la pareja del grupito-menciona viéndola-Ricardo y Carla, se conocen desde que entramos a primer año de la facultad y mi silla estaba a lado de Ricardo así que…fácil amistad nuevas…-agrega escuchando como tocan la puerta.
En ese momento la puerta es abierta por Susana que mira al chico con una sonrisa.
-¿Vamos?-pregunta ella viendo como el chico sonríe para ir.
La tía de León cerró la puerta tras despedirse de los chicos y dejó escapar un suspiro, sintiéndose repentinamente sola en la quietud de la casa. Apenas había dado unos pasos cuando el teléfono sonó, su tono fuerte y cortante resonando en el silencio. Ella vaciló un momento, luego tomó el auricular y lo llevó a su oído.
—¿Hola? —preguntó, su voz un poco temblorosa.
—Soy yo —respondió la voz familiar y firme al otro lado. Era la madre de León.
La tía exhaló, aliviada por oír la voz de su hermana, aunque la conversación prometía ser difícil.
—Llegaron bien —informó la madre de León—. Y quiero que sepas que voy a decirle la verdad pronto. No puedo seguir ocultándoselo. Él tiene derecho a saber quién eres realmente para él.
La tía apretó los labios, tratando de procesar el peso de aquellas palabras. Habían guardado ese secreto durante tanto tiempo que ahora, al enfrentarse a la posibilidad de revelarlo, todo le parecía frágil, a punto de romperse.
—Entiendo... —susurró, aunque su tono denotaba duda y temor—. Espero que... bueno, que sea lo mejor.
Sin más, su hermana colgó la llamada, dejándola sola con sus pensamientos. Se quedó unos instantes mirando el teléfono, la mente revuelta, sin percatarse de la sombra que se movía fuera de la ventana.
Al otro lado de los cristales, entre las sombras, el asesino observaba cada uno de sus gestos, cada expresión en su rostro. Sus ojos oscuros, tras aquella máscara de tela, brillaban con una intensidad perturbadora, y sus manos se tensaban, como si esperara el momento adecuado para actuar.
La noche había caído completamente cuando el grupo de jóvenes decidió dejar atrás la casa de la tía Clara y salir a recorrer el pequeño pueblo. La camioneta avanzaba lentamente por las calles de arena, iluminadas solo por los faros y alguna que otra luz lejana que parecía parpadear a lo lejos.
La idea del teatro abandonado rondaba en la mente de cada uno, aunque nadie lo mencionaba en voz alta… excepto Carla, que no dejaba de ironizar sobre el tema.
Al llegar a la única estación de servicio del pueblo, el grupo bajó del vehículo y se acercó al viejo surtidor. La estación estaba prácticamente desierta, salvo por un hombre mayor que limpiaba el parabrisas de un auto abandonado y una mujer que parecía encargarse de la caja.
Carla, siempre directa y con un toque de sarcasmo, se adelantó y se acercó al hombre mayor, lanzando una sonrisa desafiante.
—Disculpe, estamos buscando algo… “interesante” que hacer esta noche —dijo, fingiendo inocencia—. ¿Quizás, no sé, un lugar donde se cuentan historias de terror? Tal vez el famoso teatro abandonado que todos mencionan.
El hombre se detuvo un momento y levantó la mirada, sus ojos apagados se fijaron en Carla y luego en el resto del grupo, como si estuviera evaluándolos. Con una lentitud estudiada, dejó el trapo que usaba para limpiar el parabrisas y se acercó a ellos, cruzando los brazos.
—¿Así que quieren ir al teatro Orfeo? —dijo, su voz áspera y grave, cargada de una mezcla de advertencia y resignación—. Ese lugar es solo para aquellos que no saben lo que es bueno para ellos.
Ricardo rodó los ojos, impaciente, y se adelantó, tomando el tema a la ligera.
—Vamos, viejo, no será para tanto. Seguramente es solo un teatro viejo y sucio, ¿no? —dijo con una sonrisa burlona—. Nos han asustado con esas historias toda la noche.
La mujer en la caja, que había estado observándolas en silencio, se acercó al mostrador, mirando a Ricardo con una expresión sombría.
—Hay una razón por la que todos evitan ese lugar —dijo con voz baja y seria—. Desde el “accidente” del último espectáculo, nadie ha vuelto a entrar y salir con vida. Los pocos que se han atrevido... —hizo una pausa, como si las palabras eran difíciles de pronunciar— han visto cosas. Cosas que es mejor no mencionar.
Editado: 25.07.2025