El último soplido del dragón

4

La Prueba de la Voluntad

El Bosque de los Lamentos no se parecía a ningún bosque que Elías hubiera visto. Los árboles no tenían hojas, sus ramas retorcidas y negras se alzaban hacia el cielo gris como dedos de esqueletos. El silencio era total, un vacío opresivo que hacía que el susurro del viento pareciera un grito ahogado. Pip, el hurón, se había escondido dentro de la túnica de Elías, temblando.

A medida que Elías avanzaba, las sombras se movían entre los troncos. Al principio, solo eran un parpadeo en la periferia de su visión, pero pronto se hicieron más claras, tomando formas humanas. Eran figuras etéreas, translúcidas y tristes. Elías sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío del bosque.

Las figuras se acercaron, sus rostros distorsionados por la pena. Una de ellas, con el pelo largo y trenzado, se detuvo frente a Elías. Era una mujer de mediana edad, y sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—Nos olvidaste, Elías —dijo, su voz era como el crujido de hojas secas—. Olvidaste a tus padres, a tu familia. Los dejaste atrás para buscar una vida mejor en la aldea. ¿Por qué nos abandonaste?

Elías se detuvo en seco. La mujer le recordaba a su propia madre. Sus padres habían muerto en una epidemia cuando él era solo un niño, y él había sido criado por su abuela en la aldea. Las palabras de la figura, a pesar de ser falsas, golpearon un nervio doloroso en su corazón.

—No es verdad —murmuró Elías, pero su voz no sonó segura. Otra figura emergió de las sombras, un hombre con una barba canosa y la mirada de un líder. Era el rostro de Arin, el herrero de Barro Húmedo.

—Abandonaste la aldea, Elías —dijo el fantasma, su voz resonando con desaprobación—. Nos dejaste a nuestra suerte. Cuando el dragón regrese, ¿quién nos protegerá? Tú, el que tiene la escama, ¿nos diste la espalda?

Elías apretó los puños. La culpa lo asaltó, un peso que casi lo hacía caer de rodillas. Estos fantasmas eran sus miedos, sus arrepentimientos, las mentiras que su propia mente le susurraba en los momentos de debilidad.

Pero el calor de la escama en su mano lo ancló a la realidad. Cerró los ojos y se concentró en la imagen de la mujer de cabello plateado. Su tristeza no era por culpa, sino por la traición y la pérdida. Elías comprendió que el dragón no le había dado la escama para que se sintiera culpable, sino para que la ayudara.

—No los olvidé —dijo Elías, abriendo los ojos y mirando directamente a los fantasmas—. Los honro con cada paso que doy. Y no los abandoné, estoy intentando entender el porqué de lo que pasó para que no vuelva a suceder.

Cuando Elías dijo esas palabras, los fantasmas se tambalean, sus figuras parpadeando como velas a punto de apagarse. Las mentiras se debilitaron ante la verdad. —No soy yo quien los abandonó, son ustedes los que están atrapados en el pasado—continuó Elías, su voz ahora firme y clara—. Mi camino es hacia el futuro. El dragón me eligió porque mi voluntad es más fuerte que sus miedos.

En ese momento, los fantasmas se desvanecieron por completo, disolviéndose en el aire como humo. El silencio regresó al bosque, pero esta vez no era opresivo, sino tranquilizador. Elías sintió un peso menos en sus hombros. La Prueba de la Voluntad había terminado.

El camino ante él, antes un laberinto de árboles negros, ahora se hizo claro. Un sendero de piedras brillantes apareció en el suelo, marcando la dirección hacia la siguiente prueba. Elías avanzó, sintiendo el aliento de la esperanza en su nuca. Ahora sabía que el poder de la escama no era mágico, sino moral, un reflejo de su propia fuerza interior.

Al final del sendero, se encontró con un río de aguas turbulentas. Un puente de piedra, viejo y desmoronado, se extendía sobre él. Al otro lado, una cueva negra se abría en la ladera de la montaña. En la entrada de la cueva, Elías pudo ver una figura. No era un fantasma, sino una criatura de carne y hueso, con la piel brillante y escamosa, y una mirada que era una mezcla de astucia y pesar.

—Bienvenido a la Prueba del Corazón, portador —dijo la criatura, su voz era como el murmullo del agua—. Para cruzar este puente, debes entregar lo que más amas.



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En el texto hay: criaturas magicas, fantasia épica

Editado: 14.08.2025

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