El Vuelo del Rey Sombra
El grito del Rey Sombra no era el lamento de Gneiss ni el trueno de Ignis; era un sonido hueco y frío, como el de una tumba abierta. Un viento helado recorrió el Salón del Trono. La luz del sol que se filtraba por las altas ventanas de vitrales fue devorada por una sombra que se extendió sobre la capital. El pánico se apoderó de Valoria.
El Rey Théoden se tambaleó y cayó sobre su trono, con el rostro cubierto de terror. Los consejeros huían, pisoteando entre sí para escapar. Solo Elías se mantuvo de pie. Pip, el hurón, se había asomado por el cuello de su túnica, chillando de miedo.
—No se puede enfrentar a la sombra con la espada, mi rey —dijo Elías, su voz sorprendentemente calmada.
Elías corrió hacia una de las ventanas. El Rey Sombra descendía del cielo como un meteoro de pura oscuridad. No era una criatura de carne y hueso, sino de pura energía. Su cuerpo era un torbellino de sombras y sus ojos eran dos agujeros de vacío que absorben la luz. La criatura se cierne sobre la ciudad, sus garras fantasmales extendiéndose hacia los edificios.
Elías cerró los ojos, concentrándose. La sabiduría de los dragones, la lección de la Prueba de la Verdad, se manifestó en su mente. La oscuridad no puede ser vencida con más oscuridad. La ira no puede ser apagada con más ira. La soledad no puede ser sanada con más soledad.
La verdadera fuerza de los dragones no era su fuego o su poder, sino su conexión con el mundo. La conexión que se había roto con la traición de Althea. Ignis había encontrado la paz en el perdón, pero el Rey Sombra era una criatura nacida de un antiguo dolor, un dolor tan grande que se había convertido en odio.
Elías sabía que no podía luchar contra la criatura, pero quizás podía hablar con ella.
Salió corriendo del castillo, ignorando los gritos de los guardias. Llegó a la plaza principal de Valoria, donde el caos se había desatado. La gente corría en todas direcciones. El Rey Sombra aterrizó en el centro de la plaza, su inmensa forma bloqueando por completo la luz del sol. El frío que emanaba de él era tan intenso que la piedra del suelo se agrietó.
—¡Rey Sombra! —gritó Elías, su voz temblando al principio, pero luego creciendo en fuerza. La criatura giró su cabeza, sus ojos de vacío fijándose en Elías. El joven sintió la presión de la oscuridad, un peso tan grande que le costaba respirar. Pero se mantuvo firme.
—Sé por qué estás aquí —dijo Elías, su voz resonando en el silencio que había desdescendido sobre la plaza—. Sientes dolor. Sientes la traición del mundo que te abandonó. La soledad te ha consumido, y ahora solo quieres ver a los demás sufrir contigo.
El Rey Sombra rugió, un sonido que partió los adoquines del suelo. La oscuridad se intensificó, y el frío se volvió insoportable.
—¡Te equivocas! —dijo Elías, levantando las manos. Un tenue resplandor dorado emana de él, la esencia de la escama que había desaparecido, la sabiduría de Ignis—. La soledad no es el camino. La ira no es la respuesta. El dolor se cura con el perdón. ¡Ignis lo entendió! ¡Y yo también!
—Ignis... —murmuró la criatura, su voz un susurro de hielo.
—Ignis perdonó la traición de Althea —continuó Elías, caminando hacia la bestia—. Él se liberó del corazón de piedra y de la pena. No vengó su dolor, lo sanó. Tú también puedes hacerlo.
El Rey Sombra rugió de nuevo, pero esta vez fue un sonido diferente, un sonido que contenía pena y confusión. La oscuridad a su alrededor se agitó violentamente, y Elías se preparó para lo peor.
—No eres una bestia, sino un corazón roto —dijo Elías, acercándose aún más—. Permite que el perdón sea tu soplido dorado. Libérate de tu dolor.
Una lágrima de pura oscuridad se deslizó del ojo del Rey Sombra. La criatura comenzó a encogerse, a disolverse, no en la nada, sino en una luz suave. La oscuridad se desvaneció, el frío se fue, y un suave calor llenó la plaza. La luz dorada envolvió al dragón, y cuando se disipó, ya no había una criatura de sombra, sino una figura de luz, una versión joven y brillante de Ignis, con ojos llenos de paz.
—Gracias, portador de la verdad —dijo la figura, su voz era como el canto de un ruiseñor—. Mi corazón era la sombra, y tu sabiduría la luz. El camino de los dragones ya no es de venganza, sino de reconciliación.
El dragón de luz se alzó al cielo, donde Ignis y Gneiss lo esperaban. Los tres volaron juntos, un resplandor dorado que se alejaba en el horizonte, dejando un cielo de un color azul brillante y un sol que se alzaba sobre Valoria.
Elías se quedó en la plaza, solo, con el corazón lleno de una paz que no había sentido nunca. Había salvado a Valoria, pero no con poder, sino con una verdad que era más fuerte que cualquier espada o hechizo.
El rey Théoden, los consejeros y la gente de Valoria se acercaron a él, arrodillándose ante el muchacho que había salvado al mundo con la sabiduría del perdón. Elías supo entonces que su destino no era solo ser un héroe, sino ser el puente entre dos mundos.
¿Qué nuevo desafío enfrentará Elías ahora que es visto como el portador de la sabiduría de los dragones?