El Velo

Capítulo 14: El Declive

Bibiana

Mi padre no pensaba que sería capaz, estoy convencida, pero lo he conseguido y la sensación es gratificante. Tan pronto como llegamos a casa, voy hasta la mesa donde Faustino está revisando facturas y deposito de un golpe mi parte del cobro del mural. He de reconocer que no lo habría logrado si Áurea no le hubiera dado a Oliver un flyer de Kkachisaek, o si Oliver no se hubiera hecho eco en el instituto Altair, o si Jaime no hubiera corrido el riesgo de firmar un contrato inflado, o si Lorena no se hubiera resignado a trabajar para quienes desearía destruir… He tenido ayuda, sí. Pero yo también he hecho mi parte, y el golpe en la mesa es el principio de mi cosecha.

—Para el reloj de mamá.

Faustino abre el sobre y comienza a contar el dinero. Recuperar el reloj de bolsillo de mi madre, que empeñó en contra de mi voluntad, tiene un coste de 1.800 euros, así que de los 2.000 del sobre todavía le quedan 200 para irse a dar un masaje, a ver si con un poco de suerte se le quita ese mal humor que arrastra. En realidad tocábamos a 2.100 euros por barba, pero hemos acordado redondear al millar y ofrecerle ese pago simbólico a Oliver, que ha arrimado el hombro como el resto pero sin formar parte de la empresa oficialmente.

—Muy bien, hija. Muy bien.

Mi excitación muere con esas palabras. Las pronuncia con sorpresa, pero también con un atisbo de aflicción. No esperaba que pudiera reunir tanto dinero en tan poco tiempo, eso lo sabía. Pero, lejos de alegrarse, una parte de él parece lamentarse de haberse equivocado. Como si me hubiera subestimado hasta el punto de darme una falsa esperanza. ¿Y si no quiere devolver el préstamo y pagar los intereses? ¿Y si no piensa traer el reloj de vuelta? La mera posibilidad me hierve la sangre y me mantiene en vela gran parte de la noche. En realidad, esa no es la única causa de mi falta de sueño; también lo es el síndrome de abstinencia que me provoca la reducción de la medicación. Áurea me ha explicado que puede producir insomnio y otros síntomas leves: piel de gallina, secreción nasal, molestias musculares… Y yo he decido hacerle caso, a ella y a Nietzsche, y enfrentar ese sufrimiento transitorio. Hay dolores que uno debe atravesar como cuando la arena quema y no te importa porque sabes que corres hacia el mar. El dolor de la constancia, el dolor de abrir los ojos, el dolor de quitarse las cadenas.

***

Kkachisaek es una empresa muy pequeña, de forma que todos sus trabajadores cumplimos dobles funciones. Además de muralistas, yo soy la diseñadora, Lorena, la jefa de medios, Jaime, el coordinador de proyectos… Pero seguíamos necesitando a un recepcionista que atendiera las llamadas y mi padre se ofreció para el cargo. Así que pusimos su contacto en la página web, y esta mañana es su teléfono el que ha sonado.

—El mural está siendo furor —me cuenta al volver del instituto, durante la comida. Áurea ocupa un sitio en la mesa y, por primera vez, Faustino no reprueba su presencia. Lo cual no deja de parecerme extraño, y hasta cierto punto incluso me preocupa. Mi padre no es de los que dan sin esperar nada a cambio. Si afloja por un lado, es porque aprieta por el otro—. Han llamado tres padres de alumnos. Una mujer quiere un mural para esta tarde.

—¿Esta tarde?

—Ya le he dicho que sí. Hemos hablado del precio, he llevado el material…

—Papá, me encuentro mal —le recuerdo, y no es una excusa. Hoy ya van dos días con reducción de la morfina oral.

—Bibiana, no podemos decir que no a trabajo.

—Terminamos un mural ayer. Estoy cansada.

—Este no será muy grande. Con dos personas basta. —Supongo que eso mejora el asunto, aunque solo un poco, y solo momentáneamente—. He avisado a Oliver.

Áurea y yo le clavamos la mirada al unísono. Sabía que mi padre y Oliver no habían perdido el contacto, pero no deja de sorprenderme que reemplace a Áurea por él. Tal vez es algún tipo de penalización por el numerito que montó con la morfina; le fallaron las formas, aunque sus intenciones eran buenas. Pero no creo que sea solo eso. A mi padre siempre le ha caído muy bien Oliver. Ni siquiera siento que le guarde rencor por el accidente ni por las penurias que estamos atravesando desde entonces. Sabe que no fue su intención y que está intentando resarcirse, emocional y económicamente. Sabe que con él en mi vida era feliz, y quiere que siga siéndolo.

—Habéis vuelto a hablar, ¿no? —pregunta, aun sabiendo la respuesta, metiéndose una cucharada de sopa en la boca.

—El reloj de mamá —insisto. Yo tampoco voy a dar sin esperar nada a cambio.

—Iré a recogerlo esta tarde, tranquila. Todavía hay tiempo. —Mi padre tiene la cabeza gacha, orientada hacia su plato. No me mira a los ojos mientras me lo dice, y eso alimenta el peor de mis presagios.

Así que, más tarde, mientras me visto con mi uniforme de trabajo, le pido a Áurea que acuda a la casa de empeños y compruebe que todo esté en orden.

—¿Seguro que no quieres que te acompañe?

—Sí, seguro.

—Puedo ayudaros a pintar.

—Hoy me eres más útil allí.

—Me necesitas para controlar la abstinencia.

—Áurea, no insistas.

Ella me fija la mirada, y apostaría lo que fuera a que me está leyendo el pensamiento. Y sé bien lo que va a encontrar. No solo quiero que Áurea vaya al local de préstamos; tampoco quiero que vaya a la casa de la clienta. Una parte de mí lucha por estar con Oliver a solas, y sé que no puedo escondérsela. No a ella.

—Lo toleras cada vez más —se pronuncia finalmente.

—¿Qué?

—A Oliver. Con el tiempo y el uso persistente, tu cuerpo se adapta a su presencia y necesita dosis más altas para sentir el mismo efecto. Eso puede llevar a un consumo más frecuente o en mayores cantidades, que a su vez aumenta el riesgo de…

—No voy a volverme dependiente —la interrumpo. Ya sé por dónde va y no quiero oírla.

—Lo fuiste una vez. Dependías de él y te faltó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.