El verano de tu vida

Capítulo 1 (Kate)

CAPÍTULO 1

KATE

24 horas antes de la boda

Esto no puede estar pasando. ¡No puede estar pasando! Quiero gritar, quiero bailar, quiero irme a un karaoke, ponerme hasta arriba de mojitos y cantar toda la noche. En 24 horas voy a casarme con el hombre más maravilloso sobre la faz de la tierra y no puedo creer que una chica como yo, del montón, haya tenido esta suerte.

Conocí a Martin en un pub de Nueva York al que solía ir con mis amigas cada viernes. Había acabado de romper mi relación de un año y medio con un idiota llamado Joshua y lo único que me apetecía esa noche era tener sexo sin compromiso con un completo desconocido. Quería arriesgar, necesitaba aventura y pasión. Me puse el vestido rojo. Sí, ese vestido rojo, llamativo, ajustado, escotado y exuberante que todas las mujeres tenemos en nuestro armario, pero que no nos atrevemos a ponernos nunca. Llamé a Charlotte, Pam, Lucy y Betty, que como siempre, vinieron corriendo a consolarme. Era una suerte poder contar con ellas, no todo el mundo puede decir que tiene las mejores amigas del mundo.

—¡Menudo idiota! –dijo Charlotte, la más pizpireta y alocada de todas—. ¡Por la soltería! —exclamó, alzando la copa.

—¡Por la soltería! —gritamos todas al unísono.

Excepto Betty. Betty, la más modosita del grupo, el ratón de biblioteca siempre con sus inseparables gafas de pasta y sus moños mal hechos, se limitó a sonreír en silencio.

—¿Qué pasa, Betty? —preguntó Lucy, una cascarrabias malhumorada, que a pesar de todo, soportamos por sus siempre graciosos chistes y ocurrencias surrealistas.

—Bueno, yo... —balbuceó Betty—. He conocido a un chico.

Nos reímos y a continuación, la bombardeamos a preguntas. Lo cierto, es que aunque me alegraba por la dulce Betty, no me apetecía escuchar después de otro fracaso sentimental, lo bonito que había sido su encuentro en el metro con un atractivo hombre con el que acababa de iniciar una relación.

Gracias a mi distracción, vi al hombre más perfecto que Dios (si es que existe), creó. Oh, sí... En ese momento creí en Dios y en los ángeles que habían traído hasta la tierra a un Adonis de cabello castaño, ojos rasgados de color azul intenso como el cielo y unos labios carnosos que deseé desde el primer momento. No pude evitar mirarlo fijamente con descaro, mientras mis amigas seguían hablando con Betty sobre el tío del metro. Él dejó de mirar al tipo barbudo que tenía enfrente para devolverme la sonrisa. ¡Qué sonrisa!

—Kate. Kate. Kate. ¡Kate! —chilló Pam—. ¿Qué te pasa? ¿Dónde estás?

La voz chillona y aguda de Pam, hizo que todos los presentes en el pub nos miraran. Me sonrojé y en un ataque de valentía, me levanté y fui hacia el Adonis que me había robado el corazón desde el minuto uno en el que reparé en su presencia. Claro que en vez de saludarle, me coloqué estratégicamente entre él y su amigo y me apoyé en la barra dirigiéndome al atolondrado camarero.

Utilicé mis dos tácticas infalibles: Pechos y trasero. Trasero en pompa, pechos apoyados en la barra pareciendo más tersos, redondos y deseables.

El amigo barbudo del Adonis puso los ojos en blanco y se fue al baño.

—Martin Logan.

¡Mi Adonis tenía nombre!

—Kate Spencer.

Sonreí pícaramente ofreciéndole mi mano. Él la besó, como los galanes de Hollywood de la época dorada.

—¿Quieres algo? Yo invito —se ofreció, caballeroso y amistoso.

—Un Bloody Mary —respondí coqueta.

Fue el inicio de la mejor noche de mi vida. Tal vez estuviera mal que dejara colgadas a mis amigas. Al fin y al cabo, habían quedado conmigo esa noche para consolarme. Y yo las sustituía por un hombre al que acababa de conocer. Y aunque en un principio lo único que quería esa noche de noviembre, era olvidar mis penas, ahogarlas en alcohol y tirarme a cualquier tío en el mugriento baño de un pub, acabé descubriendo que era verdad lo que mi abuela decía siempre: «Cuando sientas mariposas revoloteando por tu estómago, habrás encontrado al amor de tu vida».

Cinco años más tarde, las mariposas siguen revoloteando por mi estómago cada vez que estoy con él.

Hoy a esas mariposas se les suma una mezcla explosiva de temblor en las piernas y un nudo de emoción en la garganta. Han venido a visitarme para hacerme saber que al fin, uniré mi vida con la del hombre al que amo. ¡Para siempre! En la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.

Reviso mi agenda. Quiero que todo esté perfecto mañana. Vestido y complementos listos, el restaurante, las flores, la iglesia, el menú, la tarta nupcial, los invitados... He trabajado muy duro, apenas sin la ayuda de Martin que ha estado muy ocupado en el bufete de abogados en el que trabaja. Él me decía: «¡Confío en tu gusto, Kate! Lo harás muy bien». Ese “lo harás muy bien”, significaba por otro lado un: «No podemos permitirnos a una Wedding planner». Así que lo he tenido que organizar todo yo solita y me siento muy orgullosa de mí misma. Quizá, ahora que no tengo trabajo, pienso seriamente en lo de convertirme en Wedding Planner. «¿Cuánto deben ganar?», me pregunto.

Martin se ha portado muy bien. Ha dejado que me quede sola en el apartamento que compartimos desde hace tres años y se ha ido a la habitación de un hotel. Imagino que habrá salido a celebrar la última noche de soltero con sus amigos, aunque prometimos que nada de “alocadas” fiestas en las que el hombre prometido acaba tirándose a la del streptease. No pasa nada, confío en él y sé que no le van ese tipo de mujeres. Martin es elegante y refinado, cuidadoso hasta con el más ínfimo detalle. A veces me pone un poco nerviosa que quiera tenerlo todo siempre tan organizado, pero hasta eso me gusta de él. Suena mi teléfono, es Betty. Betty se casó el año pasado con el tío del metro. Lo llamo así porque soy muy mala para los nombres y no recuerdo cómo se llama. Y sí, sé que tal vez soy la peor amiga del mundo por no recordar el nombre del marido de una de mis mejores amigas.




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