CAPÍTULO 2
STUART
72 horas antes del viaje
Cada vez más personas odian los lunes. Cada vez más personas desean que llegue el viernes. Estudios realizados por la Universidad de Sidney, revelan que el miércoles es el día más depresivo. La mayoría dedica su tiempo a cosas que no les gustan porque necesitan dinero. Si el dinero no fuera el propósito, ¿a qué dedicarías tu tiempo? ¿Estarías haciendo lo que haces hoy? Nos regalaron el derecho de vivir, pero no sabemos por cuánto tiempo. El tiempo es lo único que no se recupera. Ni el más rico del mundo puede comprar un minuto más de vida. A menos que sepas regresar en el tiempo. La única manera de cambiar tu futuro es haciendo algo con tu presente.
El segundo arrepentimiento más común antes de morir es: «Ojalá no hubiera trabajado tanto». El 87% de los empleados del mundo son infelices. El 30% está pensando en renunciar y emprender algo propio. ¿En qué estará pensando el otro 57% restante?
Salgo de la agencia de viajes con un insoportable nudo en la garganta. Por mi lado, pasa una chalada vestida de novia que corre como alma que lleva el Diablo llorando desconsoladamente. Todos se giran para mirarla, yo estoy demasiado ensimismado en mis propios pensamientos como para darle protagonismo a alguien más. Está siendo un año difícil. Un año en el que se hace cuesta arriba hablar con la gente, decirles qué es lo que realmente sucede en mi interior. No contesto a las llamadas de mis amigos y hace meses que no quedo con ellos. «Venga, Stuart. Una partidita de billar al menos». Les cuelgo el teléfono y me limito a no hacer nada o a ir hasta el lugar donde he pasado encerrado la mayor parte del tiempo a lo largo de este último maldito año. Terrorífico año. Espeluznante año. Me rio solo por las calles del Soho y olvidando a la lacrimógena mujer corriendo por las calles vestida de novia, entro en un bar. Pienso que quizá, hay personas más desgraciadas que yo y eso en parte me alivia.
Es la una del mediodía y mi estómago me pide a gritos algo de alimento. Pido un sándwich y un café. Sé que debería cuidarme más, pero a este tipo que hace poco se lo rifaban en los anuncios de televisión, no le apetece demasiado mirar por sí mismo.
—¡Ey! ¡El de la tele! —le grita una adolescente a su madre.
—¿Tú eres el del anuncio de vispring? ¿El que se aplica las gotas en el tren? —pregunta la madre, una mujer regordeta y poco agraciada de unos cuarenta y tantos, acercándose a mi mesa e invadiendo mi espacio vital.
Asiento, avergonzado, aunque no es la primera vez que me sucede.
—¿Qué próximos anuncios tienes pendientes? —se interesa.
—Ninguno, déjeme en paz.
—¡Menudo borde! —dice chillando la adolescente.
La camarera, una joven de unos veintitantos años, me mira con lástima desde la barra. Se acerca a mí. Lleva su cabello rubio ondulado recogido en un moño deshecho y sus ojos azules son grandes y brillantes. Me sonríe amistosamente.
—Debe ser duro eso de ser famoso —comenta, con la libretita y el bolígrafo preparados para tomar nota.
—Un sándwich y un café. Gracias.
—¿Te encuentras bien?
La miro confundido. ¿Qué le importa? Me abstengo de ser grosero, fuerzo una sonrisa y asiento.
Tres horas más tarde me estoy follando a la camarera rubia en mi apartamento. En el sofá, por supuesto. Mi cama es sagrada.
Domino y muevo su delgado cuerpo a mi antojo, es sumisa y gime sin parar. Demasiado escandalosa para mi gusto, mi vecino el pajillero debe estar pasándoselo en grande.
Al terminar, voy al cuarto de baño y al volver, la veo desnuda tumbada en el sofá donde hemos follado, mirando una comedia romántica en la televisión.
—¿No te vas? —le pregunto arqueando las cejas.
—Oh... —vacila decepcionada—. Sí, claro.
Al irse, frunce el ceño y me mira seriamente.
—¿Cómo me llamo? —pregunta.
Me encojo de hombros y le cierro la puerta en las narices.
Tacho de mi lista otro bar al que no podré volver en mucho tiempo.
48 horas antes del viaje
Decido ir a dar un paseo por Central Park como hacía cada domingo con mis padres cuando era un niño. Los echo de menos y sé que desde algún lugar, estarán quejándose y poniendo los ojos en blanco, como hacían cada vez que suspendía un examen. Pero ahora es todo mucho peor. No se trata de ningún examen “sin importancia”. Su pequeño está destrozando su vida.
Hace mucho calor. Al minuto de salir de casa, estoy sudando y la ducha matutina que me he dado de poco ha servido.
Central Park está repleto de jóvenes con gafas de sol y cigarrillos de liar hablando en círculo sobre exposiciones de obras de arte y autores indies. La moda del momento. Hay parejas embelesadas a las que envidio y mujeres empujando con nerviosismo los carritos con sus bebés, muy diferentes a las que hacen footing mientras escuchan música pop. Niños emocionados en el estanque dando de comer a los patos mientras otros compiten con sus pequeñas barquitas de plástico. «¡La mía corre más! ¡Te voy a ganar!», gritan, con sus vocecillas infantiles, sus cabellos despeinados y sus rodillas al aire llenas de rasguños.
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Editado: 11.10.2024