El verano de tu vida

Capítulo 4 (Stuart-Kate)

CAPÍTULO 4

STUART

Próximo destino: Grecia

Mientras espero en la cola de embarque, pienso en las 4.782 millas que separan Nueva York de Grecia. En las 16 horas de vuelo que me esperan. Y en lo mal que llevaré el jet lag. Nueva York va 7 horas por detrás de Grecia.

El avión va repleto de grupos de jóvenes, hombres griegos de figura escultural, ancianas que me recuerdan a las de los anuncios de los Yogures Griegos con faldas largas negras y bolsas a cuadros que huelen a pies.

A las cinco horas de vuelo, me duele la espalda y se me han entumecido los pies. «Esto a los veinte años, no me pasaba», maldigo.

Voy hasta el minúsculo cuarto de baño del avión pero está cerrado. Diez minutos más tarde, con un cabreo monumental, insisto.

—¿Cree que es la única persona que está en este puto avión? ¡Abra de una vez!

A los pocos segundos, sale por la puerta una mujer de unos treinta y pocos años con el rostro consumido por la pena. Me pide perdón en un murmullo y la veo alejarse hasta su asiento. Al salir, una griega casi más alta que yo, ataviada con un minúsculo y escotado vestido negro, espera en el pequeño pasillo del avión.

—¡Vaya bombón! —le piropeo.

La griega ríe, me toca el hombro y me sorprende con un:

—¿Quieres entrar conmigo?

Nunca he follado en el cuarto de baño de un avión. Es incómodo pero excitante. La altura y las prominentes curvas de la mujer griega a la que penetro salvajemente, ponen difícil mi movilidad; pero por cómo jadea, sé que le está gustando. Al terminar, se relame los labios, me mete la lengua en la boca y después de arreglarse un poco, sale del cuartucho guiñándome un ojo.

Al salir yo, vuelvo a encontrarme a la mujer consumida por la pena, que me mira de reojo negando con la cabeza.

—Avísame si piensas estar dos horas en el cuarto de baño —le digo bruscamente.

Me aburro. Me aburro tanto, que me follo a la griega tres veces más, hasta que una azafata nos reprocha nuestra falta de respeto e incivismo. La griega me da una tarjeta con la dirección de su casa que yo rompo en mil pedacitos cuando ella no me ve. La chica con cara de amargada y ojos lacrimógenos me observa. Prudente, me mira de reojo y a menudo la veo suspirando, lloriqueando o negando con la cabeza y poniendo los ojos en blanco cada vez que me veía cruzar el pasillo disimuladamente en dirección al pequeño cuarto de baño del avión.

KATE

Próximo destino: Grecia

«Menudo cabrón», pienso del tío que ha aporreado la puerta del cuarto de baño mientras yo lloraba encerrada en él, prisionera de mi amargura y de mi desesperación al verme sola en un avión durante 16 horas. Lo he visto tres veces recorriendo el pasillo en dirección al cuarto de baño para follarse a su amiguita la griega. Mantengo los nervios a raya comiendo cacahuetes. No sé con cuántos kilos de más saldré de este infernal avión repleto de grupos de jóvenes, viejas griegas con bolsas que huelen a gato muerto y Adonis que deben ser homosexuales como el hombre que debería ir en el asiento de al lado. Algo positivo debe de tener su ausencia y el ridículo que hice en mi no-boda: a pesar de no ir en primera clase, tengo espacio suficiente para dormir cómodamente.

A las diez de la noche hora neoyorquina, el piloto nos avisa con amabilidad y diligencia, que queda una hora para llegar al aeropuerto de Sámos. Contemplo un amanecer precioso desde la ventanilla y calculo que en Grecia deben ser las cinco de la madrugada, por lo que llegaremos a las seis. De Sámos tengo otro vuelo de dos horas y cuarenta minutos a las siete de la mañana hora griega, que me llevará hasta mi destino final. Calculo mentalmente las horas y sobre las 9:40h llegaré a la isla de Ikaria. La elegimos, porque un amigo de Martin le comentó que era la isla más mágica y especial de Grecia.

Lo único que deseo es una cama. Estirar las piernas y dormir hasta que me dé la gana. Entonces, empiezo a temblar y otra lágrima recorre mi mejilla. Quizá esté haciendo un drama de todo esto y no sea tan grave pero... ¿Qué diré en la recepción del hotel? ¿Cómo diré que no soy la señora Logan, que no hay señor Logan y que me he quedado simplemente como la señorita Spencer? Compuesta y sin novio. Tal vez se compadezcan. Tal vez se rían de mí a mis espaldas. O tal vez al igual que Lucy, piensen que la americana acabará sola en un cuchitril de su país viviendo con siete gatos.

Recién llegada a Grecia

Al fin llegamos a Sámos y he podido ver por la ventanilla del avión, la hermosura de un amanecer en Grecia. Desde la distancia, he admirado el color blanco de las casas que se divisaban desde el cielo y el azul del océano en calma. La cálida luz que nos ofrece el cielo, con sus tonos rosáceos y anaranjados; me han hecho pensar que Lucy estaba en lo cierto. Jamás llegará un momento en mi vida, en el que pueda arrepentirme de no haber hecho este viaje porque estoy aquí. Respirando, comiendo cacahuetes y pisando por primera vez en mi vida suelo griego. Esperando en el pequeño aeropuerto de Sámos, entreteniéndome en las tiendas y comprando imanes para la nevera, hasta que a las siete de la mañana embarco en otro avión con destino a la isla de Ikaria a la que estoy deseando conocer.




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