CAPÍTULO 6
KATE
Día dos
—¡No puede ser! —escribe Lucy en el WhatsApp del grupo, con emoticones similares a los de la cara de Macauly Culkin en la película “Solo en casa”.
A continuación, mis amigas escriben infinidad de insultos hacia Martin y Freddy, preguntándose cómo han tenido la cara dura y el valor de presentarse en la Isla y en la misma Villa en la que el que tenía que ser mi marido, debería estar conmigo.
Yo me pregunto lo mismo. No he podido pegar ojo en toda la noche y la acalorada discusión que tuvimos, me ha dejado los nervios hechos polvo. Bueno, más bien era yo, hablando y gritando; soltando blasfemias y cagándome en la madre que los parió. Por si fuera poco, el tío del avión pasó por delante y estoy convencida que disfrutó del momento. Me quedé sin cita con el chef griego y volví inmediatamente a mi habitación. Fumé cientos de cigarrillos y me serví mil copas de vino. Resultado: hoy tengo resaca. Me duele la cabeza y mis pulmones parecen estar atascados.
Salgo de mi apartamento con un biquini rosa fosforito como el del consolador de Lucy y un pareo negro, aún con el miedo en el cuerpo por si voy a encontrar a Martin y a Freddy regocijando en cualquier esquina. Pienso en la posibilidad de irme, pero eso significaría que Martin ha ganado la batalla y es algo que no pienso permitir. «Orgullo, cabeza bien alta y el dolor solo para las funerales». Eso era lo que siempre decía mi abuela.
Voy hasta la piscina de la Villa, que sorprendentemente está vacía. Imagino que las parejitas han preferido ir a la playa o a visitar cualquier lugar de la isla. A mí no me apetece caminar sola por las calles de la isla, una de las más aisladas del mar Egeo, cuyo nombre se debe al héroe de la mitología griega Ícaro, hijo de Dédalo, que escapó del laberinto de Creta volando con alas de cera que se derritieron al acercarse demasiado al sol. El joven cayó al mar ahogándose y dicho mar fue denominado en su honor Mar Icario. Los relieves montañosos, sus torrentes y el ambiente sereno de la Isla, impregna sus pueblos. Su aislamiento ha servido para preservar costumbres milenarias y un espíritu griego puro, apenas alterado por el turismo y la modernidad a la que turistas como yo estamos acostumbrados.
La historia del desdichado Ícaro, resuena en mi mente mientras nado relajadamente en la piscina. Me hace pensar que la vida podría ser peor. Podría estar muerta, podría ahogarme en el mar y sufrir una muerte lenta y dolorosa. Podría estar llorando en un funeral, pero me encuentro llorando bajo el agua de la piscina de Villa Dimitri.
—¡La americana amargada! —exclama una desagradable voz masculina.
Salgo de las profundidades del agua, para enfrentarme al maldito tío del avión, cuyo único fin, parece ser amargarme mis dos semanas en Grecia.
—¿No tienes otra cosa qué hacer, que venir a molestarme?
Salgo de la piscina y voy hasta una tumbona. Veo al chef Stefan acercándose a mí y me libra de una situación incómoda con el tío del avión.
—¡Preciosa americana! —exclama Stefan.
El tío del avión se ríe y se tira en bomba a la piscina, salpicándome y dejando empapado a Stefan.
—Ayer fui a la playa —continua diciendo el chef griego, ignorando por completo la mala educación del americano—, no te vi. ¿Por qué no me esperaste, Kate?
—Oh... estaba cansada, Stefan.
—Esta noche —dice intensamente—. Cuando acabe mi turno, espérame.
Me guiña un ojo y se aleja. Cojo mi móvil y envío un WhatsApp a mis amigas, que deben estar a punto de terminar sus jornadas laborales.
—El Adonis griego me ha dicho, que esta noche cuando acabe su turno, quiere ir a dar un paseo por la playa —escribo, rellenando los huecos del mensaje con intensos corazoncitos rojos.
Tomo el sol, ignorando por completo al tío del avión, que sigue buceando bajo el agua de la piscina. Ojalá se ahogue como el desdichado Ícaro. Cuando sale, abro un ojo para contemplar su escultural cuerpo. Los rayos del sol deslumbran su tez blanca y vislumbro unos cuadraditos muy apetitosos en su abdomen. Sus brazos fuertes, agarran con rapidez la toalla y se seca el cabello. Sus ojos castaños han adquirido un tono verdoso en el que no había reparado.
—¿Qué miras? —pregunta con una sonrisa pícara.
—Las rosas del jardín —respondo tranquilamente.
—Ya... ¿Por qué llorabas en el avión?
Su pregunta me sorprende. Su repentino interés por mí, me deja descolocada.
—Es más. ¿Por qué les gritabas ayer a esos tíos?
—A ti no voy a contarte mi vida.
—Da igual, me importa una mierda.
Vuelve a tirarse en bomba y vuelve a dejarme empapada. Lo maldigo entre dientes y contesto a las numerosas preguntas obscenas de mis amigas en el grupo de WhatsApp.
STUART
Día dos
Soy curioso por naturaleza, así que me hubiera gustado que la americana amargada hubiera respondido a mis preguntas. Bueno, en realidad me da un poco igual. Pero me aburro. Estoy por irme a Mykonos junto a los dos homosexuales con los que discutió anoche.
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Editado: 11.10.2024