El verano de tu vida

Capítulo 7 (Kate-Stuart)

CAPÍTULO 7

STUART

El verano de tu vida

Semana 1

¿Qué puedo decir de Kate? Es divertida, alocada y algo rarita, pero lo estamos pasando muy bien. Ella vuelve a Nueva York la semana que viene y mientras tanto, yo no sé qué es lo que haré. Sigo recibiendo sus WhatsApps. Siguen incomodándome, poniéndome triste y de mal humor.

“¿Qué demonios piensas hacer, Stuart? Algún día tendrás que volver”

No lo sé, no lo sé... ¡Maldita sea! No lo sé.

Kate y yo hemos disfrutado de la piscina de la Villa, hemos tomado el sol y bebido Ouzo y Metaxa, las dos bebidas griegas de fama internacional. A Kate no le sentaron muy bien, vomitó todas las espinacas y la pasta seca que su chef le había preparado. No quiere decirme qué pasó la noche en la que la dejé sola con el chef, de cuyo nombre no consigo acordarme nunca. Insiste en que no pasó nada pero yo me rio de ella.

—Spencer, no me creo que con lo borracha que ibas, no te lo follaras —le decía una y otra vez.

Ella resoplaba y se enfadaba un poquito. A los cinco minutos, cambiaba de tema. Siempre consigue sorprenderme y eso me gusta. Siempre tiene un tema de conversación, habla y repite las cosas como un lorito.

Tampoco me acuerdo del nombre de la recepcionista y ya han sido tres las veces que ha venido a hurtadillas a mi apartamento y hemos follado como salvajes. ¡Dios, cómo follan las griegas! Es todo pasión, una leona en la cama. Luego, acepta el hecho de que no quiera dormir con ella (ni con nadie) y se va. Tal vez se larga de mi apartamento para follarse a otro turista. Tal vez a la soledad de su cama. Lo cierto es que me da igual.

El día en el que Kate y yo estábamos relajándonos en las increíbles aguas termales de Therma Lefkada, le pregunté una vez más sobre su chef. Siempre insisto, por si la pillo despistada y se va de la lengua.

—Vamos a ver, Kate... ¿Ha habido algo o no?

—¡¿Otra vez?! —preguntó exasperada—. Te he dicho mil veces que no, Stuart. No sé por qué te interesa tanto. ¿Te pregunto yo acaso cuántas veces has hecho el amor con la recepcionista? ¿Cómo se llama?

—No lo sé —reconocí riendo—. Y no he hecho el amor, me he limitado a follar.

—Los tíos sois asquerosos.

—No seas mojigata, Kate.

—Suerte que no eres mi tipo, porque si no...

—¿Si no, qué? —quise saber sonriendo.

—Mi abuela siempre decía: «Cuando sientas mariposas revoloteando por tu estómago, habrás encontrado al amor de tu vida». Vaya —dice pensativa—, eres la primera persona a la que le cuento lo que me decía mi abuela.

—Pues siento romper la teoría de tu abuela, pero no siempre es así. A veces, esas mariposas revolotean por tu estómago con el paso del tiempo. No creo en el amor a primera vista, Kate. Sí en la atracción, pero en el amor... en esas mariposas de las que hablas, no.

Se quedó pensativa mirando al horizonte y supe que era mejor cambiar de tema.

—¿Sabes que estas aguas son naturalmente radioactivas?

—¡¡¡¿¿¿QUÉ???!!!

Chilló enloquecida, saliendo inmediatamente del agua e intentando desprenderse de cada gota que había rozado su piel. Creo que jamás en la vida, me he reído tanto como en ese momento con Kate. Al menos no desde hace un año.

También fue muy divertido verla caminar torpemente por el interior montañoso de la isla en una ruta de senderismo que hicimos el sábado. Aún más divertido fue, cuando cayó rodando por una colina y el guía, con mil cantimploras en sus pantalones, corrió tras ella.

O el día en el que estaba convencida que en la playa Yialiskari habían tiburones oliendo su carne, deseosos por devorarla.

También recuerdo nuestra visita al pueblo pesquero de Armenistis. Un pueblo por cierto, precioso y repleto de encanto y de historia. Kate evitaba a toda costa a los pescadores y a sus cañas de pescar. Los esquivaba con gracia y pavor en sus ojos que parecían haber visto a un espectro.

—¿No has visto la peli “Algo pasa con Mary”? Sí, esa en la que un anzuelo de un pescador se le clava en la mejilla a Ben Stiller. ¡Oh, Dios mío! ¡Debe ser tan doloroso! Es muy peligroso, Stuart.

Me reí y luego le pregunté si creía en Dios, puesto que siempre decía: «¡Oh, Dios mío!», «¡Santo Dios!» y otras expresiones que me recordaban a mi abuela Agatha.

Veo el momento perfecto para confesarle algo a lo que le he estado dando vueltas a mi cabeza todo el día. Ahora la tengo sentada frente a mí, en la mesa del restaurante de Villa Dimitri al lado del ventanal con vistas al mar. Su tez blanca, más bronceada desde que está en la Isla, ilumina su rostro, sus ojos y resalta el rubio dorado de su cabello.

—¿Sabes? —empiezo a decir sonriendo.

Pero cómo no... la presencia del chef interrumpe mis palabras. Lo miro con fastidio y observo a Kate que parece encantada.

—Hoy te voy a dar de comer algo muy especial —dice el prepotente chef con cara de vicioso, asquerosamente sensual y provocador.




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