El verano de tu vida

Capítulo 9 (Kate)

CAPÍTULO 9

KATE

La despedida

Siempre quise que dos hombres se peleasen por mí desde que lo vi en no sé qué película. Pero en el momento en el que Stefan y Stuart se enzarzaron en una violenta pelea delante de mis narices, con alguna copa de vino de más que me impedía centrarme en mi obligación de separarlos, las lágrimas se apoderaron de mis ojos y una angustia inexplicable del resto de mi ser. Uno de los peores momentos de mi vida, sobre todo al ver que era Stuart el que salía más perjudicado en todo esto.

Aquí está, en mi cama. Sentada a su lado, espero a que se despierte, aunque me temo que lo hará con un terrible dolor de cabeza. ¡Menudo golpe! Un mechón castaño cae revoltoso por su frente y tiene el ojo izquierdo completamente amoratado del puñetazo final que le ha propinado Stefan. Maldito chef. ¿En qué momento iba tan borracha cómo para abrirle la puerta del apartamento y dejar que se desnudara en el sofá?

Poco a poco, Stuart empieza a abrir los ojos. Es la una de la madrugada y parece confundido.

—¿Qué ha pasado? —pregunta tocando el ojo amoratado—. ¡Cómo duele!

—Lo sé... he intentado curarlo un poco, pero lo vas a tener hinchado unos días.

—¿Qué hacía el chef aquí?

Se incorpora un poco emitiendo un quejido y aunque no parece estar enfadado, sí quiere o necesita respuestas. Enseguida niega con la cabeza, sabiendo que no tengo por qué responderle, que no es asunto suyo. Y mucho menos, cuando él tampoco se ha dignado en responder las mil dudas que me acechan sobre él y la “historia de su vida” que le impide estar conmigo.

—No es lo que crees. Yo estaba muy borracha... bueno, de hecho aún lo estoy un poquito. Le abrí la puerta y cuando viniste tú, él aprovechó para quedarse desnudo en el sofá. Creo que pasó eso... más o menos. No hicimos nada, te lo prometo.

—No tienes por qué darme explicaciones. En unas horas cojo un vuelo a Nueva York.

Ahora mismo no siento las maripositas revoloteando por mi estómago. Siento un tremendo nudo en la garganta que me impide hablar. Me esfuerzo por no llorar y rogarle que se quede conmigo. Rogarle que me cuente a qué era debida su rabia y sus lágrimas. Qué es lo que le ha sucedido para que no sepa realmente qué hacer con su vida.

—Branson... —suspiro—. ¿Estarás bien? —me limito a preguntar.

Asiente y sonríe levantándose de la cama. Da unos pasos algo mareado y al ver que puede continuar andando, sigue hasta detenerse en el umbral de las escaleras.

—Aquella noche, cuando nos interrumpió el chef, sí que recuerdo qué era lo que quería decirte, Kate.

—¿Ah, sí?

Me muero de curiosidad por saberlo.

—Ha sido el verano de mi vida. El mejor verano de mi vida gracias a ti.

Grecia no es lo mismo sin ti

La isla y Villa Dimitri se han quedado vacías sin la presencia de Stuart. Cuento las horas y los minutos para que llegue el día en el que yo también parta hasta Estados Unidos. Tengo su número de teléfono, lo llamaré cuando llegue. Pero ahora no. No porque él no lo ha hecho y tal vez sea por algo. Tal vez no he significado tanto para él como había imaginado. Tal vez mentía cuando me decía que a mí no me quería follar como a las demás, a mí me quería hacer el amor.

Apenas salgo del apartamento. Solo para ir a cenar, evitando en todo momento encontrarme con la mirada lasciva de Stefan. También voy a la piscina o a la playa. Sigo bañándome cada noche desnuda bajo la luz de la luna y las brillantes estrellas, para recordar sus besos y sus caricias. Su mirada y su olor. A pesar de todo, a pesar de lo mucho que duele, quiero seguir manteniéndolo vivo en mi recuerdo.

—Una de dos —escribe Charlotte con emoticonos cabreados—: o disfrutas de Grecia y los días que te quedan ahí, o vas al aeropuerto y pillas el primer vuelo que salga a Nueva York. Y cuando llegues, le llamas.

—Esto no puede acabar así, Kate —teclea Lucy.

—Qué triste... —se lamenta Betty, a la que imagino escribiendo a la vez que le está dando un masaje a su marido, alias el tío del metro.

—Quién me iba a decir a mí que me iba a enamorar del estúpido tío del avión...

—¡Te lo dije! —exclama Betty—. Te dije que te enamorarías, que podías encontrar al hombre de tu vida en Grecia.

—Betty, no sé qué creer. Nunca quiso hablar de por qué estaba aquí solo, con una decisión qué tomar para poder seguir con su vida. Yo se lo he contado todo sobre mí. Le abrí mi corazón, sabe lo de Martin, lo sabe todo... Y sin embargo él, nunca quiso contarme nada.

—Tendrá sus motivos —dice Pam.

No les hago caso.

Ni disfruto de los días que me quedan en Grecia, ni pillo un avión hacia Nueva York por el simple hecho de que mi cuenta bancaria está en números rojos. De no ser porque Martin pagó la luna de miel, no hubiera podido permitirme dos semanas “de ensueño” en la Isla.

Los días pasan lentos y me limito a ser un cuerpo sin alma vagando por las callecitas de piedra del recinto, remojándome en la piscina para soportar el calor o paseando a orillas del mar por la noche para relajarme antes de ir a dormir.




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