El verano que nos separó

4. Ilusión.

Se despertó apenas sintiendo el cuerpo un poco pesado sobre ella. El beso la hizo sonreír, así que abrió los ojos encontrándose con su madre, quien se separó de ella para terminar de trenzarse el cabello ante el espejo que habían instalado en la habitación. La jovencita se acomodó boca arriba, viendo el techo de su casa, y solo estiró su cuerpo bostezando con amplitud para luego sentarse contra el respaldo de la cama.

Ya más despierta, pudo notar a su madre lista, pero solo frunció el ceño al ver que apenas pasaban unos minutos de las cinco de la tarde. Solo suspiró de manera pesada, encontrándose con los castaños ojos de Concepción cuando se volvió hacia ella.

—Ya tengo que irme para tenerles todo listo cuando se despierten —indicó Concepción, avanzando hasta la cama de su hija y sentándose en el borde de la misma—. Si gustas, puedes llegar más tarde, pero también me eres de ayuda limpiando un poco por aquí.

—Ay, mamá, ¿y no puedo quedarme en cama haciendo nada y viendo películas?

Concepción se puso a reír, viendo a su hija por el espejo.

—Mi amor, de que puedes, puedes, pero sabes bien que para nosotros esos días de no hacer nada luego se convierten en una condena cuando se nos acumulan las cosas por hacer —la chica suspiró de manera pesada—. Cuando tengamos los millones que aún no están en la única cuenta de banco que poseemos, nos daremos el lujo de tener días así, ¿sí?

La jovencita, tras ver la sonrisa de su madre, solo negó, poniéndose finalmente de pie. Estiró su cuerpo y cuando se acercó a ella, abrazó por la espalda a esa Concepción que amorosamente se dio la vuelta para acunarle el rostro y dejarle un beso en el centro de la frente, donde luego dibujó la bendición para su hija, acariciándole las hebras rojizas que le enmarcaban el rostro de manera encantadora.

—Esa bañada de mar tan tarde no le hizo bien a tu cabello —indicó, acariciándole las puntas—. Además, nos preocuparon a todos con lo tarde que regresaron.

—No fue tanto, él quería ir al pueblo —indicó la joven, moviéndose para arreglar su cama—. Por cierto, me invitó hoy, en la noche. Iremos a cenar pizza, le dije que abrieron un nuevo lugar que indicaba ser auténticamente italiano y como él ya ha ido a Italia con su familia, es el que mejor me puede decir si es verdad o publicidad engañosa.

—No es un lugar donde vayas demasiado seguido como para sentirte estafada si resulta que no lo es, ¿o sí?

La chica se puso a reír, pero tras un suspiro volteó hacia su madre, viéndola con esos ojos grandes y brillantes que usaba para salirse con la suya. Concepción negó, lo hizo varias veces, pero la terminó señalando con el cepillo mientras terminaba de peinarse.

—Eres tramposa por hacerle esos ojos a tu madre —Catalina amplió la sonrisa—y mira amor, yo no tengo problemas con que él siga siendo tu amigo, que te invite a conocer lugares y tener, digamos, aventuras, pero presiento que tu amistad con Asher puede no estar siendo del agrado de su familia.

—¿Qué? ¿Por qué dices eso? ¿Dijeron algo ayer que nos fuimos?

Concepción no quería que su hija saliera lastimada, mucho menos por habladurías de las personas. Siempre se cuestionó demasiado la cercanía de la pelirroja con el hijo de los jefes, pero ahora que son más grandes, cuando la adolescencia empieza a volverse adultez, muchos empiezan a señalar escenarios y posibilidades que para ella, como madre soltera, no le agradaban en realidad.

—¿Mamá? —insistió la chica, poniéndose de pie—. ¿Qué escuchaste?

—Nada, realmente nada, ellos no dijeron nada, pero pude ver al señor Slate un poco preocupado por la hora. Llegaron después de las nueve y, si bien no estaban demasiado lejos, y al menos se tomaron el tiempo de avisar dónde se encontraban, no quisiera que tu nombre se vea manchado por tontas ideas.

—¿De qué tipo? ¿Por qué mancharía mi nombre ser amiga de Asher?

Cuando se vieron a los ojos, Catalina presentaba genuina preocupación y confusión, recordándole a su madre que no era más que una niña, inocente, buena y dulce, que aún no conocía los vicios del humano, lo cruel que el mundo y las ideas, en especial el señalamiento hacia la mujer, pueden ser, por lo que no dudó en acercarse a ella, a quien le acunó el rostro con delicadeza.

—Sé que Asher no es un mal chico, sé que se llevan bien y tienen una amistad de casi toda la vida, pero también comprendo que el tiempo pasa, las edades nos hacen confundir ciertas cosas y la amistad puede evolucionar a…

—¡Mamá, no! —se defendió Catalina de inmediato, al notar hacia dónde llevaba sus ideas su madre—. No, no. ¿Cómo se te ocurre? Asher es mi mejor amigo, solamente eso, además de que dudo mucho que yo pueda gustarle.

—¿Y eso por qué? ¿Qué puede no gustarle de mi hija?

La pregunta logró que Catalina se pusiera a reír, pero un poco nerviosa y ruborizada volvió a su cama, que reacomodó aunque ya lucía muy bien.

—Él conoce a otro tipo de chicas, además de que esos dos años que nos separan sí son importantes, porque las chicas que él conoce no son miedosas y aniñadas, como a veces me siento —se encogió de hombros—. Las imagino arriesgadas, hermosas, de piernas largas y rubias cabelleras, como las extranjeras que se ven en el pueblo o en las playas usando diminutos bikinis —pasó saliva, pero continuaba jugando con las borlas de un cojín en su cama—. Me dijo que había crecido…




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