—¡Estás completamente loca! —Exclama Dylan en medio del centro comercial.
Nota mental para el futuro: Jamás volver acompañar a Foster a comprar ropa.
—No seas tan dramático y por favor deja de gritar qué la gente nos está mirando como bichos raros. —Suplico al ver como una ancianita me mira feo.
—Es que solo a ti se te ocurre aparecer en el momento menos idóneo. Esa rubia estaba a punto de hacer la pregunta.
—Dylan, en serio me vas a decir que aparte de pervertido y cínico, ¿También resultaste ser un tacaño?
Frunce el ceño. —No...
—¿Entonces por qué querías que la rubia te hiciera la pregunta?
—¡Porque esa camiseta vale 800 pesos, y gracias a mis encantos había la posibilidad de que saliera gratis!
—No seas niña. Además, ponle que a ti te hubiera salido gratis, pero esa pobre chica iba a tener que pagar algo con su sueldo qué ¡En su vida se iba a poner!
—Judie, se supone que por algo la estuve escuchando quejarse de su vida por más de 20 minutos.
—Definitivamente eres un cretino.
—Ah ya lo sé. —Le resta importancia para luego pasar unos de sus brazos por encima de mi hombro.
—Descarado.
—Vaya, ahora tengo un adjetivo calificativo más agregado a mi lista. Dime, ¿Cuántos adjetivos llevo hasta el dia de hoy?
—La verdad es que tu lista es muy pequeña así que no te ilusiones, qué nada bueno hay en ella. —Digo separándome de él.
Odio que se tome atribuciones.
—Dios mío mujer ¿Sabías que con esa actitud nunca encontrarás un novio? —Suelta exasperado.
Me detengo un minuto para voltear a verlo. —¿Y se puede saber a ti quién demonios te dijo que yo quiero uno?
Y con esas simples palabras logré hacer qué Dylan se mantuviera callado el resto de camino a casa.
DYLAN
Pasó toda la mañana y parte de la tarde más rápido de lo normal y con ello la noche tan esperada para mi llegó, y es que después de haber ganado una apuesta con Judie, hoy por fin asistirá a otra fiesta qué se llevará a cabo en la casa de uno de los estudiantes más populares de la universidad.
Dicha fiesta comenzaría a las 8:00 pero como buenas personas que somos llegaríamos a las 9:30, puesto que a esa hora la fiesta estaría en su mero apogeo.
Cuándo estoy a punto de sonar el claxon del auto de papá por tercera vez, unos golpes en la ventanilla del lado derecho me sobresaltan.
¿Cebollita?
—¿No me abrirás? —Inquiere mi muy bonita y pelirroja vecina con una gran sonrisa en su boca al ver la cara de idiota que probablemente tengo ahora.
—¿Cebollita? ¿Pero qué rayos té has hecho?
—Ignorare el hecho de que me llamaste así solo porque estoy de buenas, pero que sepas que, si durante el transcurso de la noche me vuelves a decir así, sin importar la hora me regresaré a mi casa, ¿Quedo claro?
—Eh, sí, perdón.
—Perfecto, y ahora respondiendo a tu otra pregunta, solo me pinté el cabello y me puse un poco de maquillaje.
—Eso ya lo sé. Lo que quiero saber es ¿Por qué? ¿Acaso ya es Halloween y yo ni enterado? —Pregunto en un intento de broma.
—Definitivamente tu nunca dejas de sorprenderme. Mira que decirme tan bonitas palabras... —Bufa. —Muchas gracias.
—De nada.
—De acuerdo, me largo. —Sentencia dando media vuelta.
—¡Alto ahí! —Gruño frustrado al no conseguir ordenar mis ideas.— Solo dime que el color de tu cabello es de fantasía.
—Por supuesto que sí, soy tonta pero no tanto.
—Hasta que en algo estamos de acuerdo. —Alza una ceja. —Está bien, ya me calmo. Ahora súbete. —Le abro la puerta.
—Gracias.
—Me gusta tu vestimenta. —Comento con una pequeña sonrisa al tenerla dentro del auto. —¿De dónde sacaste la falda?
—Mamá la tenía al igual que la blusa, la chamarra es de mi hermano y las botas son las que me regalaste en mi cumpleaños número dieciocho.
—Wau, de algo sirvió los regaños de papá cuando le pregunte que te podía regalar.
—Sí, de hecho, creo que fue uno de los mejores regalos qué me dieron ese día.
—Por no decir el único.
—Síguele y no la cuentas.
—Está bien, me callo.
—¿Estás seguro? Porque tardas más en disculparte que en volver a soltar una estupidez.
—Si ya me conoces para que preguntas.
—¿Sabes? Si no fuera porque conozco personalmente a tu padre, pensaría que el ejemplo que tienes como figura paterna es una total basura.
—¿Puede ser posible? Por segunda vez y en menos de cinco minutos, estamos de acuerdo nuevamente.
—De acuerdo, creí que podría con esto, pero ya veo que no. Para el auto.
—¿Qué?
—¡Qué pares el auto! —Demanda abriendo la puerta del copiloto al mismo tiempo que se retira el cinturón de seguridad. Me detengo abruptamente.
—¿¡Qué te pasa!? ¿¡Estás loca o qué!?
—¡Sí, estoy loca, demente, chiflada, lunática, deschavetada y todo lo que se te ocurra!, es más, ¿Por qué no llamas al psiquiátrico para que vengan a por mí?
—Judie, no digas no digas tonterías y sube al auto.
—¡No quiero! —Grita sin detenerse.
Dios, ¿Por qué tenías que hacer a las mujeres tan tercas?
—¡Judie, por el amor de dios regresa ya!
—¡Dije que no! —Alza el dedo de en medio.
—Perfecto, entonces aquí te quedas, ¡Yo me largo!
—¡Haz lo que quieras!
Furioso, entro al auto tirando de la puerta con todas mis fuerzas para después acelerar sin mirar atrás.
Si creía que no iba a ser capaz de dejarla botada, que mal estaba.
Conforme avanzo una sensación de incertidumbre se instala en mi pecho. Ahg, soy un idiota.
Enojado conmigo mismo por mí inadecuada actitud, doy media vuelta implorando que el enojo de Judie no haya sido lo suficientemente fuerte como para tomar un taxi para poder regresar a su casa.
—¿Dónde estás cebollita?
Editado: 21.12.2021