El Viaje

CAPÍTULO 1: UNA NUEVA MOTIVACIÓN.

Diez años después de la gran tragedia, el mundo nunca se recuperó del virus, pero los seres humanos lograron sobrevivir.

Los líderes de la isla Háragan consiguieron eliminar gran parte de los enfermos del suroeste, desde la ciudad principal Gharman, hasta las industrias que se encontraban en la esquina suroeste de la isla.

Los militares controlaban toda la zona, y Gharman volvía a ser una zona habitable, al igual que la mayoría del territorio.

Para que fuera seguro, se construyó una muralla que llegaba desde el Barrio Rico, en el oeste de Háragan, hasta Gharman, y desde allí hasta el Barrio Chino del sur, así creando la llamada "Zona de Cuarentena". La única manera de entrar y salir era el Puente Naranja, que se encontraba cerca de las minas, al sur de Gharman. Esto separaba el escaso orden que quedaba con el anarquismo que había en el exterior: los contagiados y los cazadores controlaban el resto de la isla.

Una persona que se hacía llamar Omega era el líder de los cazadores, un gran grupo de todas las personas que fueron atraídas por sus palabras e ideales. Desde el principio de la pandemia entraron en conflicto con los militares.

Un hombre de treinta y dos años no apoyaba a ningún bando.

Vivía en la Zona de Cuarentena porque era más tranquilo allí. Trabajaba para los soldados haciendo misiones de cazarecompensas, así ganando comida, medicinas, munición, entre otras cosas.

Pudo conocer gente y hacer nuevos amigos durante estos diez años.

Este hombre habitaba en una casa deteriorada, enfrente de las minas.

Ya era de día, y seguía durmiendo hasta que alguien golpeando la puerta del hogar lo despertó. La casa tenía dos plantas, y él tenía su habitación en la de arriba. Se levantó agotado, a pesar de haber dormido toda la noche. No tenía ilusión de saber quién llamó, pero fue de todos modos.

Bajó las escaleras y enfrente estaba la puerta, la abrió, y había una mujer de la misma edad que él. Al verla, preguntó con sorpresa:

―Lucía, ¿qué pasa?

―¿Puedo pasar? Tengo algo que contarte ―preguntó impaciente.

―Sí, claro.

Entró y cerró la puerta. Inquieta, fue a la cocina, que está junto al salón, a la izquierda de las escaleras. Mientras ella iba a sentarse, él preguntó:

―¿Quieres café? ¿O prefieres algo para relajarte?

―¿Desde cuándo tienes café? ―cuestionó entre risas.

―Ayer lo conseguí por una recompensa.

Al decirlo, ella se entristeció y expresó preocupada:

―Vaya, hacía tiempo que no cazabas, ¿estás bien?

El hombre, molesto por la pregunta, respondió:

―Claro que estoy bien. Simplemente necesitaba comida, no te preocupes.

―De acuerdo, no quería ofenderte.

El hombre comenzó a preparar la bebida, y expresó cansado:

―No pasa nada. Simplemente era un cazador más, por café.

―A pesar de estos diez años, nunca lo entenderé. ―Y tras un silencio, preguntó―. ¿Cómo es posible que un botecito de café valga lo mismo que una vida humana?

Él terminó de prepararlo, lo echó en dos vasos y se acercó a Lucía.

Se sentó en el sofá, suspiró y respondió con franqueza:

―Supervivencia.

―Pero, también se puede ganar uno la vida haciendo trabajos en Gharman.

―Claro, limpiando basura, recogiendo ropa de cadáveres, o cosas peores.

―¿Peores que matar personas? ―preguntó intranquila.

El hombre no dijo nada más. Se mantuvo callado bebiendo el café. Ella hizo lo mismo, y él expresó con ironía:

―Te quejas, pero, acabas bebiendo del café que me ha costado la vida de alguien.

―Dejemos el tema, Alejandro. ―pidió ella.

Él, dudando de su visita, preguntó con curiosidad:

―Bueno, ¿qué querías decirme?

Al oírlo, sonrió, e ilusionada y feliz, dejó la taza, lo miró a los ojos y comenzó a contar:

―Ayer, en Gharman, mientras estaba en la armería, llegaron unos exploradores del exterior.

―¿Unos exploradores? ―preguntó sorprendido.

―Sí, estaban hablando de su viaje, y oí algo sobre un helicóptero en la isla sin ser destruido.

Alejandro no preguntó. Sospechaba de la veracidad de esa información, pero siguió escuchando.

―Me interesó y les pregunté dónde estaba y me contaron que lo vieron a lo lejos, en la esquina noreste de la isla.

―Eso está demasiado lejos, ¿y han llegado sanos y salvos?

―Sí, y si es verdad lo que dicen, si vamos allí y está ese helicóptero, podemos escapar de esta isla.

Al escuchar y procesar tales palabras, Alejandro no sabía cómo reaccionar. Al momento, tenía muchas dudas sobre esa información, y acabó preguntando:

―¿Propones que vayamos todo el grupo hasta allí?

―Los demás ya lo saben y están de acuerdo.

―¿¡Cómo!? ―preguntó enfadado―. ¿Por qué?

―Si logramos llegar y escapar, podremos ir a la otra isla, a Mardan ―respondió con ojos radiantes.

―¿De verdad? ¿Aún creéis que Mardan está mejor que Háragan? Ni han enviado ayuda desde el brote, y ninguno de los que huyeron aquel día hacia allí han vuelto.

La paciencia de Lucía se agotaba, no entendía por qué Alejandro no aceptaba la idea a diferencia del resto del grupo.

―Además, ¿por qué esos “exploradores” no huyeron? ¿Por qué siguen aquí? ―cuestionó él en tensión.

―¡Porque tal vez no les quede esperanza, pero yo sí la tengo! Llevo soñando mucho tiempo un lugar sin Omega, sin cazadores y sin infectados ―respondió Lucía molesta.

Antes de contestar, Alejandro notó que el ambiente estaba empeorando. Así que, expresó con voz más calmada:

―Lucía, esta es la vida real a la que nos estamos aferrando desde hace diez años.

―¿Tú nunca lo has deseado? ―preguntó Lucía sin pensarlo.

―¿Desear una vida mejor?

―A no tener que matar para obtener algo o sentirte mejor.

Él se lo pensó, y respondió con firmeza:

―Yo deseo que no hubiera ocurrido el brote, al igual que muchas cosas. Pero, esta es la realidad, y es que ese helicóptero es un cuento falso para tener esperanza. Después de diez años, ¿aparece ahora?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.