En el camino no había nadie alrededor, solo la naturaleza. Seguían el camino de tierra que llevaba a Gharman, y la vegetación era su único acompañante.
Llegaron a la entrada de la muralla que rodeaba a la ciudad.
Se encontraban varios militares en ella. Solo uno permitía la entrada y salida de los habitantes de la Zona de Cuarentena. Para acceder se requería una identificación.
El militar que estaba ese día en la puerta conocía a Alejandro.
―Hola, Alejandro. Hace tiempo que no te pasabas ―expresó el soldado.
Él no dijo nada y se limitó a entregar su tarjeta y la de Lucía.
―¿Vienes a por un encargo más? ―preguntó curioso el hombre.
―No, solo vamos a visitar a unos amigos ―respondió Alejandro.
―Está bien.
Les devolvió las tarjetas, y al pasar por su lado, Alejandro le susurró:
―¿Puedo hablar contigo un momento?
Se lo pensó, hasta que respondió:
―Está bien, sé rápido.
Le pidió a un compañero que lo cubriera. Los tres entraron en Gharman, y Alejandro le dijo a Lucía que lo esperase adelante.
Ella no cuestionó nada y le hizo caso.
Esperaron, y el soldado preguntó:
―¿Qué ocurre?
―Voy a ser directo, ¿sabes algo acerca de un helicóptero en la isla?
―¿Un helicóptero? ―repitió sorprendido, y lo negó.
―¿Me dices la verdad?
―Maldita sea, sí. ¿Por qué lo preguntas?
Alejandro no confiaba en él, pero necesitaba el punto de vista de alguien externo que no fuera su amigo. Contó con cautela:
―Nos han dado información sobre eso, y pensamos en ir a comprobarlo.
―Tienes que estar de broma ―dijo riéndose.
―No lo estoy. Yo no me fío, pero, a lo mejor es buena idea intentarlo.
―¿Quieres escapar de esta vida? ¿De verdad crees que es posible?
―No lo sé. Quizás vivir para algo más. Al menos no sería mi primera vez en salir al exterior.
―Chaval, sería raro que hubiera un helicóptero ahí fuera y que los cazadores no lo sepan.
Alejandro pensó sobre eso al escucharlo, no se le había ocurrido antes.
―De todas maneras, si quieres arriesgarlo todo, te lo recomiendo ―dijo el soldado.
―¿Por qué?
―La situación con los cazadores se está volviendo más hostil. Cada vez se están avistando grupos de ellos más cerca del Puente Naranja. Los líderes lo saben. Se acerca una guerra, y podéis aprovechar eso.
―Gracias, lo tendremos en cuenta.
Alejandro se despidió y ya iba a donde Lucía, pero el soldado lo detuvo y dijo:
―¿Sales de verdad por una vida mejor? ¿O quieres aprovechar lo que quieren tus amigos para repetir lo que has hecho siempre?
Aunque dolido y afectado, ignoró el comentario y respondió:
―Muchas gracias por su trabajo, soldado.
El soldado sintió lástima por él, pero no podía hacer nada más. Se dio la vuelta y volvió a su puesto de trabajo.
Alejandro, sin quererlo, se vio en una encrucijada.
«Sea lo que sea, si nos quedamos y hay una guerra con los cazadores, o salimos en busca del helicóptero, nuestras vidas están en peligro. ¿Qué hago? ¿Me quedo aquí? Si se van y no los acompaño, ¿serán capaces de sobrevivir?», pensó agobiado.
Buscó a Lucía, y vio que estaba apoyada en una farola, más adelante, a la derecha.
«¿Y qué hay de mí? ¿Realmente quiero escapar? ¿Es posible? No lo sé, pero sí puedo intentar hacer una cosa, como dijo el soldado, aunque no lo mismo que él cree. Quizás así me sentiré mejor», razonó preocupado.
Mientras se acercaba a ella, el ambiente deprimente de la ciudad junto con los recuerdos de la noche del brote comenzaban a consumirlo, sintiéndose como uno más.
Gharman fue la ciudad que más sufrió, pero la que mejor acabó después del brote. A pesar de eso, ahora solo había militares vigilando las calles e inspeccionando edificios día tras día, revisando que no hubiera ningún infectado ni cazador.
Civiles en las calles con mal aspecto, cuya única emoción posible era la melancolía. Vidas vacías, con la única meta de seguir vivos y cuidar de quienes querían.
Algunos de ellos trabajaban limpiando edificios, cañerías, calles. Otros tenían puestos de venta. Uno vendía comida de dudosa calidad, pero la gente compraba lo que hiciera falta para seguir adelante.
Alejandro ya estaba cerca de Lucía. Con cada pisada recordaba un detalle de aquella noche: los gritos de almas aterrorizadas, los infectados atacando a los sanos, y un disparo y una discusión que se grabaron en su memoria.
Al llegar a ella, se centró y pudo dejar de pensar en eso.
―¿Qué ocurre? ―preguntó Lucía al notarlo distraído.
―Nada, estoy bien.
―¿Dijo algo que debamos saber?
―Lo contaré cuando veamos a los demás.
Ella no contestó, ni quiso preguntar por qué habló con él. Giró la mirada hacia las personas que caminaban en la acera de enfrente. Los observaba con lástima.
«Mi vida ha sido así durante años, pero, por fin puedo cambiarlo. Ellos no tienen la oportunidad, pero yo sí, todos nosotros. Alejandro debe venir. Después de todo lo que hemos vivido, él se merece algo mejor», pensó.
Sin embargo, él quería seguir hacia la casa de su amigo, preguntó:
―¿Continuamos?
Y ella reaccionó:
―Sí, sí, vamos.
Tras esto, fueron hacia la casa, que no quedaba lejos.
Vivía en un edificio compartiendo piso con un hombre, pero apenas pasaba tiempo en la casa.
Se encontraba cerca de la entrada, justo al lado de una gran torre del reloj que caracterizaba a Gharman. Desgraciadamente, ahora la mitad estaba derrumbada debido a un helicóptero que se estrelló la noche del brote.
Siguió a Lucía y entraron al edificio.
Las paredes estaban deterioradas y el suelo lleno de polvo. Las personas que venían a limpiar hacían lo que podían, pero la mugre volvía.
El amigo vivía en la última planta. Ambos subieron las escaleras. Llegaron y llamaron a la puerta. Alguien respondió:
―¡Ya voy! Un momento.