Mirar el mostrador que sostenía todas las botellas de alcohol que mi imaginación creía capaz de probar al mismo tiempo, (cuando en realidad no aguantaba más de media copa); se había vuelto mi actividad favorita de los viernes en la noche. Me gustaba imaginar su sabor, su color, su consistencia. También la reacción que tendría cada una al pasar de mi boca a mi garganta, y de mi garganta a mi estómago. Mmmm, sí… me ardía. Eso era lo que todas tenían en común. Pero no era un ardor malo no; de hecho, me fascinaba. Y antes de que empiecen los comentarios descontextualizados- no, no soy una alcohólica. Yo más bien me llamaría aficionada a lo desconocido.
Un segundo- qué grosero de mi parte. Me presento.
Mi nombre es Roma Cohen. Pelo negro, corto y lacio; nariz alargada, pómulos marcados, cara redonda, sonrisa grande, ojos castaños, cejas delgadas y orejas grandes. 24 años, hija única, felizmente nacida en México. Pasé gran parte de mi vida viviendo en mi país de origen, y cuando terminé la universidad a los 22, decidí mudarme a Barcelona para trabajar. Gracias a mis ancestros y afortunadamente para mí, tenía la nacionalidad española, y decidí hacer algo bueno con ella. No les mentiré, los españoles me caían muy bien (con sus excepciones, claro), pero no podía estar más feliz de haber encontrado aquel pequeño y clandestino bar, al que iban varios mexicanos, pues el mismo dueño y barman lo era.
Ahora sí… ¿dónde estaba? Ah sí, claro- aficionada a lo desconocido.
Yo pasaba 70% del tiempo dentro de mi cabeza, imaginando lo que podría ser, y dándole mi propio significado a aquello que ya era. Ir a ese bar cada viernes era como olvidarme de quien era por un rato, para observar a las demás personas e imaginarme todo acerca de ellos. Su edad, sus problemas, si tenían hijos, pareja; la razón por la cuál habían llegado al mismo lugar que yo. Sé que suena un poco raro, pero en realidad les sorprendería todo lo que la mente puede llegar a imaginarse en tan poco tiempo. Me intrigaban tanto todos, que mi mente necesitaba respuestas, información. Y al no poder obtenerla, sacaba mis propias conclusiones. Claro que pude haberme acercado a preguntar. Pero, ¿y si mentían? ¿Y si me tiraban el vaso encima? ¿Y si sacaban una pistola y… Está bien, probablemente eso nunca fuera a pasar. Honestamente, todas esas eran excusas. Claro que pude haberme acercado a preguntar, pero para mí siempre fue más divertido imaginar.
Bueno, algo así. Decir siempre sería mentir. Y no es precisamente contar una historia falsa la razón por la que escribo esto. Sencillamente llegan momentos… y personas, que cambian las cosas, que alteran tu vida… para bien, o para mal. Y vaya que esta historia es demasiado buena como para no compartirla con ustedes. Eso es solamente claro, en mi humilde (y correcta) opinión.
-Un vodka con jugo de naranja, por favor.- Le dije a Marco, el barman. Alto, musculoso, bien peinado, ceja gruesa, sonrisa grande, uno que otro tatuaje… y gay. Créanme que lo intenté, pero le va al otro equipo.
-Algún día vas a tener que cambiar de trago. Necesitas mejorar tus gustos.- Dijo, mientras me servía el espeso líquido en un vaso transparente de vidirio.
-Y si la gente dejara de juzgar todo, seríamos más felices y habría paz mundial.- Dije mientras probaba mi tercer vaso de la noche. Ya sentía un cosquilleo en la lengua, ese que anunciaba que el alcohol empezaba a afectar mi razonamiento. -A ver Marco, me gustaría mucho probar todo lo que tienes en tu bar, de verdad, me llama mucho la atención.- Levanté la mano derecha, como haciendo un juramento de honestidad. -Pero, ¿qué quieres que te diga? Soy aburrida y me gusta la rutina. Y este vodka no lo cambio por nada del mundo.
-Como tú mandes, loca.- Dijo entre risitas, negando con la cabeza.
-Gracias por el cumplido, orangután.- Ambos nos reímos un rato, bromeamos, y nos burlamos de nosotros mismos; hasta que llegó otro cliente. Marco paró el ojo rápido, y yo sabía qué significaba eso. Le había gustado. No me molesté en voltear, pues yo estaba muy entretenida dibujando cosas en mi servilleta.
-Un whiskey, por favor.- Dijo la voz de quien ahora estaba sentado a lado mío.
Solté una risita.
-El trago de la gente rica.- Dije sin pensar. Abrí los ojos, sorprendida por mi comentario impertinente, y miré a Marco, quien ya tenía una mirada de advertencia puesta sobre mí. Con cuidado y lista para disculparme, miré al extraño que estaba sentado a mi lado. Estaba concentrado escribiendo algo en una libreta mientras agarraba el whiskey que Marco acababa de servirle. Parecía metido en su mundo, ajeno por completo al comentario que había hecho. Menos mal, pensé.
Me tomé un momento para observarlo. Era un hombre más o menos de mi edad. Tenía las facciones muy marcadas, mandíbula y pómulos; y pelo rizado de color castaño. Sus cejas gruesas y oscuras, nariz ancha y liza, ojos cafés, casi negros; estatura alta. Su cuerpo delgado, pero no demasiado. Manos grandes, reloj en la muñeca izquierda. Se mordía el labio de abajo, concentrado en las palabras que trazaba su pluma.
Mi curiosidad hizo acto de presencia. ¿Qué estaría escribiendo? Se veía muy concentrado. Tú nunca preguntas. No preguntes. Me dije. Pon a trabajar la imaginación. ¿Una lista de súper? ¿Nombres para sus futuros hijos? ¿La lista del súper? No, no, esa ya la había dicho. Carajo, no sé me ocurría nada.
-Otro vodka, Marco. Por favor.- Marco puso cara de pocos amigos, pues ya era mi cuarto, pero le puse cara de súplica y accedió. Al fin y al cabo vivía a una cuadra, y me regresaba caminando.