-Dame algo fuerte.- Damas y caballeros, les presento los efectos secundarios de tener un día de mierda, que transcurrió algo… así.
-No es suficientemente bueno, Roma.- Dijo Elena, mi jefa, mientras deslizaba mi libro sobre su escritorio para entregármelo.
Trabajé todo un año, casi dos en ese libro. Me desvelé incontables noches puliendo detalles, investigando, mejorando, agregando, eliminando… solo para que, en dos días, la opinión de una persona destruyera todo ese esfuerzo. Por desgracia, esa no era cualquier opinión.
En ese entonces, yo trabajaba en una compañía periodística, publicando artículos. Ya llevaba dos años ahí; mi primer año estuve a prueba, con un salario bastante bajo, y el segundo de trabajo completo y sueldo estable.
Elena Montero era mi jefa. Bueno, era más que solo mi jefa- también era uno de mis ejemplos a seguir. Mujer española, alta, de complexión delgada, siempre de tacón alto y ropa exótica y fina a la vez. Pelo rojo cereza (pintado), y fleco poco arriba de las cejas. Sus ojos, una mezcla entre verde y café claro, labios delgados y perfectamente pintados. Facciones marcadas. Pero claro, su apariencia física no era lo que la hacía mi ejemplo a seguir.
Los libros que había escrito, los artículos que había publicado… me fascinaban sus trabajos. Las cosas que ella escribía transmitían, haciéndote sentir de todo un poco. Digamos que su opinión me importaba… a grande escala. Y tratándose de los mejores trabajos que había hecho hasta entonces, su comentario me cayó como shot de tequila en estómago vacío.
-¿No- no le gustó?- Tartamudeé, insegura.
-Mi opinión no cuenta aquí, Roma. Ese no es el punto. La trama pudo o no haberme gustado, pero de lo que yo hablo es de cómo se desarrolla tu historia.
-¿Qué pasa con mi historia?- Pregunté, preocupada por su respuesta.
-Rompe las normas. Así no se escribe un libro, cariño. Te sales de los requisitos, juegas con la línea temporal a tu antojo y la narración de los personajes…- Hizo una pausa y me miró con lástima en los ojos. -Roma, tu libro es un caos.
-¿Lo puedes creer? ¡Eso fue lo que dijo!- Exclamé molesta, después de mi tercer trago de viernes por la noche. Marco me hizo compañía mientras me desahogaba. -“Mi opinión no cuenta aquí, Roma.” ¡Ay por favor!
-Roma…
-Que soy un caos, dijo. ¡Un caos!
-Roma…
Recargué mi frente en la barra rendida, y suspiré.
-Sí soy un caos.
-Roma,- Comenzó a decir Marco, pero alguien lo interrumpió.
-Dijo que tu libro era un caos, no que tú fueras un caos. Y en todo caso, el caos es algo subjetivo.- Volteé la cabeza y ahí estaba el extraño, sentado en una mesa con su whiskey. Hacía bastante frío, por lo que llevaba puesto un abrigo de cuero negro. Las veces que lo había visto era en la barra, así que no me di cuenta de que estaba ahí sentado, y considerando lo fuerte que estaba hablando, probablemente ya había escuchado toda mi trágica historia. -Al final sí terminó dándote su opinión. Dijo que no era lo suficientemente bueno, pero claramente sí lo fue para ti, si no no lo hubieras escrito. Mientras exista más de una perspectiva sobre algo que no sea un hecho comprobado, lo que sea que digas sobre él será solamente eso. Una opinión.
-Madre mía.- Dije, recargando la cabeza sobre la barra mientras lo veía. -O hablas mucho, o hablas muy poco- y, o comentas en el momento perfecto, o en el peor de todos.
Él solo levantó los hombros, indiferente a mi comentario.
-Sí.
-Y cínico encima de todo.
Asintió con la cabeza y tomó de su whiskey.
-Sí.
Me quedé pensando unos momentos; estudiando sus palabras, analizándolo lo poco que podía, pues no me daba para mucho la imaginación en esos momentos. Al final, decidí hablar.
-Gracias.
El extraño frunció el ceño confundido, como si le hubiera dicho que se casara conmigo.
-¿Gracias de qué?- Dijo seco, todavía confundido.
-Por lo que dijiste. No sé si tu intención era ayudarme, pero igual lo hiciste.- Sonreí y repetí. -Gracias.