-Demanda…¿una demanda?- Pregunté, aún confundida.
Yo nunca fui una persona muy entendida en el mundo laboral. En realidad, todo lo que tenía que ver con negocios, contratos, dinero, hipotecas… no, no. Creo que las hipotecas no tienen nada que ver con el punto al que quiero llegar. Digamos que… digamos que cuando vi la película de El Lobo de Wall Street con Leonardo (papi) DiCaprio, no entendí nada. La vi para entender, y terminé más confundida. Mentira… nunca la terminé de ver.
Perdón, me estoy desviando del tema.
Hacía unos días, la compañía periodística para la que yo trabajaba recibió una demanda, y ninguno de los empleados se había enterado hasta ese día. Los jefes de departamento decidieron mantenerlo en privado, mientras intentaban evitar que la situación escalara (no querían un escándalo), pero al no lograrlo, tuvieron que emitir el comunicado: Énfasis había recibido una demanda. Pero, ¿quién había demandado? ¿Y por qué?
En cuanto vi el comunicado, me dirigí a la oficina de mi jefa. Necesitaba entender de qué se trataba, qué tan grave era.
-Sí, sí, Roma. Una demanda.- Repitió Elena mi jefa entre dientes. Claramente no estaba de buen humor.
-Sí, sí- eso me queda claro. Lo que no me queda claro es… por qué, quién, cómo.
Elena se levantó de su silla, y se dirigió a una mesa que estaba en medio de la oficina.
Nuestras oficinas en Énfasis no eran muy grandes, pero tampoco muy pequeñas. Todo dependía del puesto que tenías. Para una periodista como yo, pues… digamos que mi oficina no era realmente una oficina. Era más bien un pequeño cubículo, dentro de un laberinto de cubículos. Algo así como en la serie de The Office. Pero claaaro- puestos más importantes como el de Elena eran premiados con oficinas grandes, vistas panorámicas y cafeteras. Sí, la cafetera y la vista eran mi envidia diaria.
Encima de la mesa que había en la oficina de Elena, habían revistas, periódicos, fotografías, y mucho, mucho papeleo. Tomó un sobre blanco, y me lo entregó. Lo miré durante unos segundos, preguntándome qué había dentro de él. ¿La demanda super secreta de la que todos hablaban con tanto misterio? Procurando no romper la envoltura, abrí el sobre. En él venía escrito mi siguiente trabajo.
-Pero…- Miré a Elena, genuinamente confundida. -¿Y esto qué tiene que ver con la demanda?- Fruncí el ceño.
-Nada.- Elena tomó asiento en la parte delantera de su escritorio, y me miró. -¿Qué? No me mires así, querida. No pienso contarte nada sobre la demanda. Tienes derecho a saber que nos demandaron, pero no más. Te estimo, linda, pero recuerda tu lugar en esta empresa.- Sonrió con un ápice de lástima, y mi estómago dio una vuelta. Náusea. Odio la lástima.
No esperaba que me dijera algo así. Yo entendía mi lugar en la empresa, y no es que quisiera todos los detalles, pero consideraba que lo mínimo que merecía era saber qué es lo que estaba pasando. No solo yo, sino todos los demás trabajadores. Tenía muchas preguntas en la cabeza- ¿quién estaba demandando? ¿Nos merecíamos la demanda? Podrían estar demandando por mil y un razones. Por alguna ruptura de contrato, por algún abuso, por explotación laboral, por difamación, por plagio… Bueno, al menos eso es lo que veía por ahí en una que otra película.
El teléfono de Elena sonó, y se escuchó la voz de su secretaria al otro lado de la línea.
-Disculpe jefa, ya está aquí el señor Durant.
Elena inhaló profundo. Parecía que quería desaparecer, esconderse debajo del escritorio, correr… Pero Elena era una mujer de control, así que no le duró mucho. Segundos después, ya había dibujado su perfecta sonrisa y levantado la barbilla, lista para… ¿irse a la guerra?
O mejor dicho… a juicio.
-Déjalo pasar, Miranda.- Responió finalmente a su secretaria.
Nos miramos durante unos segundos, en silencio; yo, sin saber bien qué decir, o qué hacer. Sabía que tenía que irme, obviamente. Elena prácticamente ya me había dicho todo lo que había por decir, y yo no tenía nada más que hacer ahí. Pero… me quedé. Tal vez si presionaba un poco más, tal vez si se percataba de que no me iría hasta saber más sobre la situación- si aguantaba un minuto, un segundomás...
Esperamos, y esperamos, y esperamos. La aguja del reloj en la pared marcó las 3:15.
Tocaron la puerta.
-Adelante.
La puerta se abrió, y agradecí que haya sido así. Ya no aguantaba ver a Elena un segundo más, y por la mirada que tenía puesta sobre mí, supuse que ella tampoco. En cualquier momento iba a tirarme su computadora a la cara, mientras me gritaba que me largara.
Giré mi torso para conocer al tal señor Durant.
Ya no estaba tan agradecida por la visita.
Abrí los ojos tanto, que creí que iban a tener que hacerme cirugía reconstructiva para colocarlos de regreso en su lugar. ¿Qué hace este aquí? O eso era una broma del destino de esas que, o te mueres de la risa porque sino lloras; o definitivamente me habían inyectado alucinógenos de camino al trabajo.
Esa maldita sonrisita.
Delante de mi estaba nada más y nada menos que Ted Bundy versión dos, niño-rico-toma-tragos-de-ricos, alto (y para mi desgracia) guapo, cínico, sarcástico, sabelotodo y frío, que conocí en el bar.