Uruk, ~3000 a.C.
El cuarto era un horno, aunque la cortina de lino dejaba pasar una brisa tibia. Mateo Arce estaba sentado contra la pared de adobe, con las rodillas contra el pecho y la cabeza latiéndole. La sed le quemaba la garganta, y el olor a incienso del edificio le daba ganas de estornudar. "¿Qué hago ahora?" murmuró, mirando la remera rota con el logo desvaído de Pilsen. "Esto no es un feriado en Luque, esto es otro nivel."
Un ruido lo hizo enderezarse. La cortina se apartó, y una figura entró: una chica joven, no más de 20 años, con una túnica de lino y el pelo negro trenzado. Llevaba una jarra de arcilla y un cuenco con algo que parecía pan duro. Sus ojos, grandes y oscuros, lo estudiaron con curiosidad, no con el desprecio de los guardias. "Mba’é… digo, ¿hola?" intentó Mateo, sintiéndose estúpido. Ella no respondió, pero dejó la jarra y el cuenco en el suelo, señalándolos con un gesto.
Mateo agarró la jarra y bebió como si su vida dependiera de eso. El agua sabía a tierra, pero era lo mejor que había probado en horas. "Gracias, de verdad", dijo, limpiándose la boca. La chica ladeó la cabeza, como si intentara descifrarlo. Luego dijo algo suave, en ese idioma de consonantes duras, y señaló su ropa. "¿Qué, no te gusta mi estilo?" bromeó Mateo, tocándose la remera. Ella sonrió, apenas, y eso le dio un poco de esperanza.
Señalándose el pecho, Mateo dijo: "Ma-te-o. ¿Y vos?" Ella frunció el ceño, pero imitó el gesto. "Ninsun", dijo, pronunciando lento. "¡Ninsun! ¡Eso es un comienzo!" exclamó él, ganándose otra mirada curiosa. Intentó preguntar dónde estaba, señalando el suelo y levantando las cejas, pero ella solo negó con la cabeza y señaló la cortina, como diciendo "esperá".
Minutos después, un guardia entró con el hombre de la túnica bordada del día anterior, el que parecía importante. Ninsun se puso tensa, bajando la mirada. El hombre habló, apuntando a Mateo, y el guardia lo levantó del brazo. "¡Ey, suave, que no soy un paquete!" protestó, pero lo ignoraron. Lo llevaron a una sala más grande, con paredes cubiertas de dibujos raros: triángulos, líneas, y figuras que parecían estrellas. El hombre de la túnica, que Mateo apodó "Barba de Jefe" en su cabeza, lo miró fijamente.
Barba de Jefe dijo algo largo, gesticulando al cielo y luego a Mateo. Ninsun, que había seguido al grupo, susurró algo al guardia, quien asintió. Ella se acercó y tocó la remera de Mateo, diciendo "Ma-te-o" y luego algo más en su idioma. El jefe frunció el ceño, pero asintió. "Creo que me defendiste, ¿no?" murmuró Mateo, mirándola. Ella no respondió, pero sus ojos decían que entendía más de lo que dejaba ver.
El jefe dio una orden, y el guardia empujó a Mateo de vuelta al cuarto. Antes de que la cortina cayera, Ninsun le pasó un pedazo de pan extra, escondiéndolo en su mano. "Sos un sol, Ninsun", dijo Mateo, aunque ella no entendió. Solo en el cuarto, mordió el pan duro, pensando en Asunción, en Luz, en el Mercado 4. Pero también pensó en Ninsun, en esa chispa de bondad en un mundo que parecía querer aplastarlo. Tal vez, solo tal vez, no estaba tan solo como creía.