El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 4 — El reencuentro.

  —Roberto, ¿sabes quién es el hombre que está con Nathaly y Mirley? —preguntó Ernesto.

  —Es el gobernador del Zafiro Esmeralda, el otro tutor de Nathaly.

  —¿Cómo que el otro tutor? No me digas que Sara se casó con él.

  —Oye, ¿cómo se te ocurre? —le molestó semejante insinuación—. No puedo creer que hayas olvidado que Nathaly proviene del Zafiro Esmeralda.

  —Sí, pero me dijiste que su tutor era un hombre llamado Zarco. No me hablaste en absoluto de su pareja.

  —Ellos no son pareja, Ernesto. Son como nosotros, no como los humanos.

  —¿Entonces?

  —No lo sé. No me interesa, ¿vale? Ese hombre… es peor que Zarco —escupió.

  —¿Peor que Zarco? —le resultó interesante—. Eso explicaría que tenga sellada la sala y no me haya dejado entrar.

  —Da igual. Déjale. Ella es su responsabilidad. No quiero involucrarme más en eso.

  —Mira, Roberto, de verdad que te entiendo, pero me temo que esta vez vas a tener que enfrentarte a tus temores, porque te recuerdo que Mirley no es su responsabilidad, sino la nuestra.

  —¿Y? —no entendió.

  —Ya han pasado horas desde la última vez que la vi. Necesito revisarla.

  —Pues díselo a él, no a mí.

  —Llevo media hora intentando que ese hombre me haga caso, pero ni siquiera me mira.

  Soltando un agotado suspiro, Roberto miró hacia la ventana más próxima. Pronto anochecería.

  —De verdad, ¿por qué me tienen que pasar estas cosas a mí? —farfulló, poniéndose en marcha de inmediato.

  En cuanto Roberto llegó a la sala, se asomó por la ventana para ver el panorama. Extrañado, miró a Ernesto.

  —¿Acaso estaba dormido cuando intentaste que te abriera?

  —Lleva así un buen rato, por lo que me han dicho. Y eso —agarró su muñeca, antes de que golpease la puerta— ya lo he intentado yo, así que no te esfuerces.

  —Genial —le pareció el colmo—. Tania, llama a Isis. Dile que nos mande a alguien que sea capaz de romper un campo de protección para la sala de curaciones número dos.

  —Ahora mismo, jefe.

  —¡Que me busquen al mejor! —añadió poco después, recibiendo confirmación desde lejos.

  —Eh, Roberto, mira. —Ernesto señaló hacia el interior—. Nathaly se está despertando.

  —¡Nathaly! —gritó Roberto, golpeando el cristal.

  —Yo de ti ahorraba las energías, Roberto —dijo un hombre a sus espaldas—. El tipo de protección que posee esa sala es incluso superior al mío. No te escucharán.

  —Gracias por la aclaración, Víctor, pero nadie te la ha pedido.

  —Sigue siendo así y no llegarás igual de lejos que yo, hermanito. —Sonrió, disfrutando de su burla.

  —Eh, Roberto. —Le frenó Ernesto, agarrándole del brazo—. No.

  Roberto achicó los ojos y siguió con la mirada a su hermano, que se fue con la satisfacción grabada en su rostro. A medio camino, se encontró con uno de sus compañeros de trabajo, al que saludó con relajada alegría y descarada seguridad.

  —Jamás me volveré un estirado como él —zanjó por lo bajo.

  Mientras tanto, dentro de la sala, Nathaly se puso recta. Se sentía un poco pesada y atontada, y al querer llevarse la mano izquierda al rostro para frotarse los ojos, notó que algo o alguien se la tenía agarrada. Cuando vio que se trataba de la mano de un hombre, se asustó y se giró de inmediato.

  Nathaly se quedó perpleja cuando vio de quién se trataba. Ese hombre que dormía… ¿era el que salía en las fotos de su álbum? ¿El de los ojos grises? Mientras se preguntaba si lo que estaba viviendo era real o solo se trataba de un sueño más, un pequeño e inconsciente movimiento por su parte le hizo darse cuenta de que su otra mano también era sostenida por alguien. Girándose hacia el otro lado, vio que se trataba de una mujer de mediana edad que yacía inconsciente en la cama.

  Decidiendo no soltarla, pues el hombre tenía envueltas las manos de ambas con suavidad, Nathaly se giró hacia el otro lado, provocando que el hombre despertara. Cuando sus miradas se encontraron, comprobó al fin que sus ojos eran de color gris claro, y eran mucho más hermosos en persona que en las fotos. Cautivaban, o tal vez intimidaban, pero eso, a su mente, no le importaba lo más mínimo en esos momentos. ¿Sería él el tutor que su tía mencionó esta mañana? Porque eso sería maravilloso. ¡Podría responder a todas sus preguntas!

  Rodric, que se había quedado mirando a Nathaly con rostro adormilado, abrió los ojos de golpe y se inclinó hacia ella para fijarse mejor en sus ojos, como si en ellos pudiera encontrar algo más de lo que se lograba ver a simple vista. Al ver que Nathaly se sentía muy incómoda, retrocedió su rostro para darle espacio.

  De repente, algo llamó la atención de Rodric, haciendo que este desviara la mirada hacia la derecha. Como Nathaly vio que al momento puso mala cara, miró en la misma dirección que él. Al ver que Roberto estaba al otro lado de la ventana exigiendo algo que no se lograba escuchar, mientras señalaba con enfado hacia la puerta, Nathaly se extrañó. ¿Acaso no podían entrar?

  Sin soltar la mano de Nathaly, Rodric alzó los dos primeros dedos de su mano y, con un rápido gesto, hizo que algo se rasgara en el techo. Nathaly se quedó paralizada de la impresión al notar la caída de una gran tela de seda que envolvía toda la habitación, una tela que era ¡invisible! Desde luego, tenía que estar soñando. Esas cosas solo pasaban en sus sueños.

  Mientras Rodric observaba cómo Nathaly se pellizcaba la mejilla con desconcierto y fascinación, Roberto y Ernesto entraron en la habitación.

  —Señor Rodric, haga el favor de no volver a bloquear ninguna entrada la próxima vez. Ustedes dos no son los únicos que están en esta sala —le recriminó Roberto.

  —¡Y usted haga el favor de no abrir la boca tan a la ligera! —saltó con enfado—. ¿No se da cuenta de que todavía no sé si me recuerda o no?




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