El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 4 - Parte 3

  —Nathaly —vociferó Leo, sin parar sus pasos.

  —Voy. —Se dio prisa en alcanzarlo.

  Entrando dentro, Leo se dirigió hacia las escaleras, que estaban a la derecha del ascensor. Antes de que descendiera por ellas, Nathaly lo agarró del brazo.

  —Espera. Vayamos por...

  Al instante, Leo se zafó de sus manos con un brusco tirón.

  —Dejemos una cosa clara. No me gusta que me toquen, y mucho menos si se trata de una mujer, así que no vuelvas a tocarme, ¿entendido?

  —Lo siento —le impactó que estuviera de tan mal humor.

  —¿Qué ibas a decirme? —preguntó, bastante más tranquilo.

  —Que, si quieres, podemos ir por el ascensor. Es más rápido.

  Leo miró hacia las puertas metálicas por un instante. Su expresión, carente de cualquier sentimiento, no daba ni una sola pista de lo que estaría pensando.

  —A diferencia de ti, no me fío de los humanos. Prefiero ir andando.

  Poniéndose en marcha, el cuerpo de Nathaly por fin se relajó. Sería mejor hablar lo justo. Tratar con él daba miedo.

  Bajando hasta la quinta planta, Nathaly y Leo entraron en el pasillo que quedaba enfrente del ascensor. Roberto, al verlos entrar, fue directo hacia ellos.

  —Nathaly, ¿y el gobernador? —le preguntó.

  —¿El gobernador?

  —Sí, el señor Rodric.

  —¿No sabías que es el gobernador de nuestro mundo? —le preguntó Leo.

  —No.

  Leo se acercó a revisar sus ojos y Nathaly se tensó. Por suerte, para ella, él mantuvo más distancia a diferencia de Rodric.

  —¿Está seguro de que no recuerda nada? —preguntó Leo a Roberto.

  —¿Acaso me tomas por un humano? —Alzó las cejas, con semblante serio—. ¿Quién es este chico, Nathaly?

  —Pues...

  —Lo que necesite decirle al gobernador, dígamelo a mí —intervino Leo.

  —Lo siento, chaval, pero no voy a hablar de asuntos imp...

  —Primero —lo interrumpió de forma tajante—: no soy ningún chaval, soy un alma blanca. Segundo: me ofende que haya sacado la conclusión de que soy el hijo del gobernador solo porque su lógica se lo haya planteado como una posibilidad. Y tercero: en estos momentos estoy ejerciendo el cargo más importante que existe en el Zafiro Esmeralda, y tiene tanta importancia o más que la del gobernador, por lo que tengo derechos suficientes para encargarme de esos asuntos tan importantes que, según usted, un chaval de tan solo trece años no sería capaz de entender, porque lo único en lo que somos capaces de pensar a nuestra edad es en cómo conquistar a una mujer para saber qué se siente al tocarla, abrazarla y besarla.

  Roberto se quedó de piedra. ¿De dónde había salido este chico tan espabilado? ¿Y de dónde había sacado tanta información? ¿Tenía el don de la mente? Porque, si lo tenía, lo dominaba muy bien para la edad que tenía. A menos que no fuera ese don y se tratara de...

  —Tú no serás Leo, ¿verdad? —probó Roberto—. El heredero de Lawrence.

  —Haga el favor de no decir ni mencionar nada más que pueda haberle dicho Nathaly en el pasado, sobre todo si ella lo desconoce en la actualidad. El gobernador no quiere que acabe en un estado de inconsciencia.

  —Tienes razón. Discúlpame. Yo...

  —Solo tenga más cuidado, por favor —empezaba a perder la paciencia—. Sus disculpas no servirán de nada si acaba desmayándose.

  —Está bien. Lo entiendo.

  —¿Tiene usted la mochila azul que Nathaly traía consigo?

  —¿Una mochila azul? Ah, sí, la tengo. Está en... Esperad. Os la traigo ahora mismo.

  —Señor Roberto —le frenó Nathaly.

  —¿Sí?

  —¿Podría avisar a mi tía, por favor? Se lo ruego. Necesito hablar con ella.

  —¿Hablar de qué? —saltó Sara de mal humor, justo detrás de ella. El cuerpo de Nathaly pegó un pequeño bote del susto.

  —Tía Sara.

  —Ahora vuelvo —anunció Roberto, marchándose aprisa.

  Nathaly siguió con la mirada a Roberto, impaciente porque estuviera lo suficientemente lejos como para no escucharlas. Cuando decidió que no hacía falta esperar más, se giró y miró a su tía.

  —Para —la frenó Sara, antes de que dijera una sola palabra—. Ni se te ocurra decirme que no sabes si quieres o no quieres quedarte conmigo, y mucho menos finjas siquiera que te preocupas por mí.

  —Pero tía...

  —Ni tía ni nada. ¿Es que no ves que no me interesa lo que hagas o adónde vayas? Vete con tu querido señor Rodric y no vuelvas jamás.

  —Tía... —le dolió que dijera eso.

  —¡Aquí no se te ha perdido nada, así que ni se te ocurra pensar en quedarte! ¡No pienso cuidar de ti ni un segundo más! ¿Es que no te das cuenta de que no quiero tu cariño? ¿Es que no eres lo bastante lista como para ver que no soporto pasar ni un día más a tu lado? ¡Ni se te ocurra volver solo por mí! —se enfadó, dando media vuelta y marchándose con paso apresurado.

  —¡Tía! —Fue tras ella.

  Parándose a los pocos metros, Sara cerró los ojos y apretó los puños. Sabía que Nathaly estaba justo detrás de ella, esperando a que se diese la vuelta de un momento a otro. Y sí, tenía que reconocer que la tentación de girarse era muy fuerte, al igual que las ganas de abrazarla y decirle que no se marchara. Quería que se quedara con ella, compensarla así por todos sus errores, pero... no podía hacer algo tan egoísta. Porque, ahora que ellos habían dado con su paradero, nadie en la Tierra sería capaz de protegerla.

  Nathaly, que todavía tenía grabadas las palabras de su tía en lo más profundo de su ser, se atrevió a levantar la mano y dirigirla hacia ella con lentitud. Sus dedos, que estaban a punto de tocarla, se quedaron en el aire cuando Sara echó a andar. Para cuando quiso reaccionar e ir tras ella, Leo la agarró y se lo impidió.

  —Suéltame, por favor —dijo con angustia—. Tengo que...

  —No vayas.

  —Pero es mi tía. Tengo que...

  —Volverás a verla. No se lo hagas más difícil.




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