El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 5 — El reino de los elfos.

  El traslado de un mundo a otro fue fascinante a la par que familiar. Leo levantó la mano en dirección al cielo tras alcanzar una considerable altura, y una luz blanca como la luna que nació de su pecho los envolvió por completo. Cuando Nathaly vio que se habían trasladado a un lugar de luz neutra y suave que no poseía ni un solo límite, se quedó estupefacta. Se parecía mucho al de su sueño con Arwok. ¿Acaso habían entrado en el interior de la luna o algo así?

  Cuando la misma luz blanca de antes los envolvió, desapareciendo un segundo después, Nathaly se encontró con un lugar muy distinto, donde el sol ya empezaba a esconderse y la naturaleza se extendía en toda su armonía y esplendor. En lo alto del cielo, bañada por un ligero tono azul celeste, brillaba la luna llena con bastante timidez, y las estrellas, en lugar de eclipsarla, lucían tenues a su alrededor.

  —¿Dónde estamos exactamente?

  —En nuestro mundo, el Zafiro Esmeralda.

  —¡Leo! —le regañó Rodric.

  —Deje ya de quejarse. Son solo datos.

  —No habrás hablado con Zarco antes de que nos fuéramos, ¿verdad?

  —No quería, pero él me obligó.

  —No me lo puedo creer —comentó molesto—. Le dije que se mantuviera al margen de esto.

  —Esa parte me resulta muy familiar —dijo Nathaly, señalando hacia una zona repleta de árboles que se parecían mucho a las majestuosas acacias africanas—. ¿Qué hay ahí?

  Rodric dudó en contestar por un instante, pero Leo tenía razón. Si no la tuviera, Nathaly ya habría tenido al menos síntomas de un inminente mareo.

  —Es el reino del rey Arwok.

  —¿Y qué hay en ese bosque más vivo y frondoso de allí? —Señaló hacia el que quedaba más al fondo.

  —El reino de los elfos.

  —¿Elfos? —Abrió los ojos, sorprendida—. ¿En serio?

  Rodric no pudo acallar su risa al respecto. Su inocencia y dulzura eran adorables.

  —¿He dicho algo malo? —preguntó Nathaly avergonzada.

  —No, en absoluto —contestó—. Pero, ya que vamos hacia allí, por favor, te pido que te comportes.

  —¿Comportarme?

  —Tú mantente a mi lado y no menciones nada sobre tu pasado en la Tierra.

  —¿Por qué?

  —En nuestro mundo, todo lo relacionado con los humanos no es del agrado de nadie.

  —¿Y eso por qué?

  —Pues… —Se quedó unos segundos en silencio—. Discúlpame, pero prefiero saber antes hasta dónde puedo contarte.

  —Gobernador —habló Leo—, le recuerdo que es mejor no hablar de ciertos temas en voz alta.

  —Sí…, tienes razón —admitió su fallo—. Comuniquémonos mentalmente, Nathaly. ¿Sabes cómo hacerlo?

  «Sí. O eso creo» —pensó.

  «Qué sorpresa. No esperaba que lo recordaras».

  «No es que lo recuerde… Lo… Lo aprendí al querer intentar comunicarme con los animales sin que nadie se diera cuenta» —comentó con vergüenza.

  «¿Los humanos no poseen dones como nosotros?».

  «¿El que pueda hablar con los animales es un don?».

  «Sí, y eres la única que lo tiene».

  Nathaly pensó en ello un momento. Si era la única que lo tenía…

  «Señor Rodric, ¿nuestra raza se parece en algo a la humana?».

  «Por lo más sagrado, ¡no! Nosotros nos respetamos. Nadie mata a nadie, nadie coge cosas que no son suyas sin permiso o sin avisar, y tampoco somos codiciosos, avariciosos y… y… No me lo puedo creer. Me falla el vocabulario de las palabras prohibidas. Tendré que repasarlo».

  «¿No existen almas blancas que odien a otras almas blancas?».

  «El odio es un sentimiento muy oscuro y complejo, Nathaly. Puede que haya almas blancas que envidien, que se enfaden con otras o que incluso hagan travesuras causando algún daño sin querer, pero son sentimientos poco profundos. Aquí, por muy mal que te lleves con alguien, siempre estará dispuesto a apartar las diferencias que tenga contigo para ayudarte en todo lo posible. Lo mismo le sucede al resto de razas con otras razas, y unirlas en caso de necesidad es uno de mis cometidos».

  «Vaya… No imaginaba que tuviera tantas responsabilidades. Disculpe por robarle su tiempo, gobernador».

  «Por favor, Nathaly, no hay nada que disculpar. Tú eres parte de mis obligaciones. Eres mi protegida. Cuenta conmigo para lo que necesites».

  «Gracias, gobernador. Espero no ser una molestia para usted».

  Rodric le sonrió con dulzura y la achuchó con suavidad, dándole un tierno beso en la cabeza. Nathaly no entendía cómo había olvidado lo que era sentir esa agradable sensación. ¿Por qué su tía solo se lo brindó en los primeros días? Al pensar en cómo estaría y lo que estaría haciendo, se preocupó. Ojalá estuviera bien.

  Respirando hondo, Nathaly se preparó para ver lo que para los humanos solo existía en su imaginación: elfos. Conforme se iban acercando a su reino, pudo ver más detalles de este, como que estaba en medio de un claro, rodeado por una espesa y virgen vegetación que era mucho más hermosa que la de los documentales que veía con su tía después de comer. Al norte había una pequeña montaña por la que entre sus dos picos descendía una cascada, y al sur un edificio de piedra camuflado por la vegetación que lo rodeaba. Entre ambos había una división: en el lado del edificio había un patio rectangular rodeado por una barandilla de piedra grisácea que no se cerraba en ninguno de sus lados, y al otro lado había muchas casas que iban en descenso conforme se acercaban al lago donde desembocaba la caída de la cascada.

  Una vez que Arwok aterrizó en el interior del círculo verde que había en el centro del patio, el cual tenía dibujado cuatro flechas marrones que partían de su centro, Leo fue el primero en bajar. Nathaly no tuvo claro eso de dejarse caer desde tan alto sin acabar torciéndose algo, pero el gobernador, que se percató de su indecisión, se ofreció a ayudarla, cogiéndola por la cintura y bajándola como si fuera una pluma.




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