El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 5 – Parte 2

  —Por favor, princesa Elya, no corra —dijo una mujer que apareció subiendo las escaleras, justo detrás de ella. Su vestimenta, sencilla y de color crema claro, se componía de una blusa y un pantalón que le permitían moverse con soltura.

  La princesa, que había salido disparada hacia ellos, bordeó el sofá y se abalanzó sobre Nathaly, fundiéndose con ella en un desesperado abrazo que fue difícil de rechazar, pues la suavidad de su piel era igual de adictiva y agradable que la calma que desprendía su interior. Por eso Nathaly, sin darse ni cuenta, cerró los ojos con suavidad y disfrutó de la maravillosa sensación que la inundó, dejándose arrastrar a un lugar lleno de luz y armonía donde sus temerosos y vergonzosos sentimientos se disolvieron hasta desaparecer.

  Después de unos largos segundos, Elya se separó de ella despacio y la miró con suma felicidad. Al ver que Nathaly ni se inmutó, su sonrisa pronto se apagó.

  —¿Qué ocurre? —preguntó confusa. Nathaly no contestó—. Padre, ¿qué pasa? ¿Por qué no me reconoce? Nathaly, soy yo, Elya. ¿No te acuerdas de mí?

  —Tranquilízate, hija. Ven. Siéntate a mi lado.

  Elya miró a Nathaly con angustia y pena antes de levantarse. Se notaba que, a pesar de no querer irse de su lado, debía obedecer las órdenes de su padre.

  —¿Estás bien, Nathaly? —le preguntó Rodric en voz baja. Nathaly asintió—. ¿Seguro? Porque no veo que recuerdes nada de ella.

  —Estoy bien —le susurró.

  Rodric no lo entendió. Nathaly había pasado un largo tiempo con ellos antes de irse a la Tierra. ¿Por qué, entonces, no había reacción alguna en ella? Al rey Arwok sí lo recordó. ¿Sería porque descendía de un alma blanca humana?

  —Por favor, gobernador Rodric, cuéntenos lo que sucede, se lo ruego —le pidió el rey Marlow, una vez que Elya se sentó a su lado.

  —Por desgracia, no hay mucho que contar. Como saben, tuvimos que sacarla de aquí, y pocos meses después, cuando íbamos a volver a por ella, algo ocasionó el bloqueo o la pérdida de sus recuerdos, provocando que nosotros…

  —¿Qué? —saltó la princesa, levantándose de golpe.

  —Elya, por favor, compórtate —le pidió el rey Marlow—. Siéntate y deja que termine de explicarnos.

  Elya, que miró a Nathaly con desesperación, se contuvo y obedeció.

  —Discúlpela, gobernador Rodric.

  —No se preocupe, rey Marlow. Entiendo perfectamente su reacción. No tiene de qué disculparse.

  El rey Marlow afirmó una única vez con la cabeza.

  —Por favor, prosiga —pidió al gobernador.

  —Como les decía, nosotros también perdimos los recuerdos que tenían que ver con ella. Me imagino que a ustedes también les pasó.

  —Así es —confirmó.

  —Ya veo —suspiró sin remedio—. En verdad, no conozco muy bien los detalles de lo sucedido. Las personas más cercanas a ella no sabían lo que le pasó y, al intentar adentrarme en su interior para averiguar más, me quedé dormido. Por eso estoy aquí, rey Marlow, para pedirle que me ayude con la exploración de su alma y su mente. Espero que mi petición no sea un atrevimiento por mi parte.

  —En absoluto, gobernador Rodric. Lo único que… Discúlpeme. Es que me asombra y me extraña a partes iguales que se haya quedado dormido en plena exploración. Solo un alma que posea una magia muy pura y unos sentimientos muy fuertes lograría causar ese efecto en usted.

  —Cierto. Y lo peor es que sigue teniendo magia en exceso, a pesar de haberle vaciado ya una gran parte.

  —¿En exceso? —saltó preocupado—. Pero ¿es que eso es posible?

  —Sí, si se está un largo tiempo sin utilizarla.

  El rey Marlow se quedó perplejo, al igual que su mujer y su hija.

  —Eso que dice es imposible —se negó a aceptar la princesa—. Ella siempre usaba su magia.

  —Elya, contrólate —le regañó su padre con suma tranquilidad—. Recuerda con quién estás hablando.

  —Disculpe mis modales, gobernador Rodric, y disculpe que vuelva a hablar sin permiso, pero necesito saberlo de inmediato. ¿Acaso ella ha olvidado hasta lo que es y lo que puede hacer?

  —Así es, princesa Elya —contestó Rodric. Elya se llevó la mano a la boca y comenzó a llorar en silencio.

  —Hija, cálmate —le pidió su padre—. No puedes actuar de este modo. No es digno de ti.

  —Por favor, rey Marlow, no la siga reprendiendo. Es comprensible que reaccione así tratándose de Nathaly. Por mi parte, está más que disculpada.

  —Valoro mucho su gesto, gobernador, pero lo mejor será que mi hija se retire para que podamos seguir hablando de esto. Samira, por favor, llévatela.

  —No, padre —suplicó Elya—. Por favor, gobernador, dígame qué podemos hacer para ayudarla.

  —No me quiero precipitar adelantando nada, princesa Elya. Antes necesito averiguar algunas cosas. Por eso le estoy pidiendo ayuda al rey Marlow.

  —Puede contar conmigo, gobernador —contestó el rey—. La señorita Nathaly ha sido alguien muy importante para nosotros, y eso jamás lo olvidaremos. Además, si no ayudara en este problema tan delicado, mi hija jamás me lo perdonaría.




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