El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 7 - La importancia de los sentimientos

  En el reino de los elfos, la paz y la fraternidad reinaban en cada esquina, excepto cuando Nathaly y la princesa Elya entrenaban. Lo peor que Nathaly llevaba era utilizar las dagas. Temía hacerle daño a la princesa cuando se las lanzaba, a pesar de que el gobernador se encargaba de pararlas en el aire cuando hacía falta. Con las flechas, en cambio, se sentía más cómoda, pues, tras unos cuantos intentos, las manejó a la perfección. Ojalá hubiera sido igual para la lucha cuerpo a cuerpo. Lo que le costó adaptarse a eso.

  En su primer día de prácticas, lo primero que Nathaly aprendió fue una dolorosa lección, y es que los ataques de la princesa, además de precisos, eran agresivos, rápidos e incontrolables, ya fueran con o sin vara en sus manos. Y sí, su cuerpo respondió ante el primero de forma instintiva, pero su defensa solo sirvió para que la princesa se emocionara y la tirara al suelo en un abrir y cerrar de ojos. No obstante, poco a poco, fue aprendiendo y mejorando, y, después de dos semanas intensas, logró derribar a la princesa. Lo mismo sucedió al hacer un poco de magia, aunque el resultado, en este caso, fue bastante distinto.

  Cuando a Nathaly le tocó probar a hacer magia, el gobernador decidió empezar por la manifestación más común: una esfera de luz. Por su nombre y aspecto, parecía ser una simple esfera de luz suave y espesa, pero no. En realidad, era pura magia mezclada con sentimientos, si es que le otorgabas alguno. Su tamaño era algo más grande que una pelota de tenis, su color oscilaba entre un blanco puro y un blanco apagado, y no era para nada recomendable tocarla o hundir los dedos en ella. Lo que no entendía era cómo se mantenía alejada unos centímetros de la piel. Nunca la rozaba, ni poniendo la mano de lado ni poniendo la mano boca abajo. Eso sí, con las llameantes ni se le ocurría probar a hacer eso, porque bastante mal lo pasó cuando creó una sin querer.

  Nathaly todavía recordaba bien la convocación de su primera esfera. El gobernador le enseñó a crearla y deshacerla, y, como no lo vio difícil, se animó a intentarlo. Puso la palma de la mano boca arriba, abrió los dedos con un gesto rápido y seco e hizo aparecer una ¡que estaba envuelta en unas llamas fantasmales de color púrpura! Como era de esperar, Nathaly agitó la mano, pero lo único que consiguió es que se volvieran de color azul celeste. Menos mal que Rodric agarró su muñeca, hizo presión en la parte interna de la misma y deshizo la esfera, porque a punto estuvo de apagarlas contra el pantalón. Si no hubiera sido por él, las quemaduras hubieran sido mucho peores, y es que las esferas llameantes eran más poderosas y peligrosas que las esferas de luz. Crear una no era fácil, pero el silencio del gobernador y su claro desvío del tema le confirmaron que no había sido en absoluto su primera vez.

  Ese día, mientras Rodric curaba sus heridas con cuidado, le explicó que la llama de una esfera llameante era el alimento de la esfera que envolvía. Una esfera que, por cierto, era mucho menos densa que las de luz, porque casi todo el sentimiento que le aportabas residía en la llama. Y es que, sin ella, la esfera no sobreviviría una vez lanzada. Por eso solo se utilizaban cuando te enfrentabas a una cara del mal, y solo con un buen sentimiento y una buena probabilidad de llegar a su destino.

  Las esferas de luz, en cambio, eran todo lo contrario. Se utilizaban para todo, hasta para practicar. Recibir una de ellas, fuera donde fuera, resultaba desagradable, y dependiendo de lo pura que fuera la magia y lo fuerte que fuera el sentimiento principal, había efectos nocivos en el alma que duraban de unos segundos a unos minutos. Y eso aplicaba para todos. Excepto para las caras del mal, por supuesto.

  —¿Y qué efectos puede provocar? —preguntó Nathaly en su entonces.

  —Tú no te preocupes por eso —dijo Rodric, restándole importancia.

  —De nada a ralentización de movimiento, bloqueo de tu magia o un desagradable malestar interior.

  —Leo, por favor —suplicó Rodric, cansado ya de repetírselo—. ¿Es que pretendes asustarla?

  —Plantee algo que mi lógica sea capaz de comprender —soltó sin más, tomando la muñeca de Nathaly.

  —¿Qué haces? —desconfió Rodric.

  —¿A usted qué le parece?

  —Ya no siento apenas dolor —comentó Nathaly a Rodric, con una pizca de sorpresa. Rodric, desconfiado, miró a Leo, pero no dijo nada.

  Después de eso, Nathaly siempre convocaba todas las esferas con la palma de la mano hacia arriba, o como mucho con una leve inclinación. Al menos, hasta que dominó lo básico y pasó a utilizar las esferas de luz, que, por cierto, ¡menudas explosiones causaban! Aunque lo peor vino cuando por fin atinó a darle al objetivo. Fue espeluznante ver cómo se hacía pedazos, porque no estallaba sin más, sino que, junto con una intensa luz, liberaba toda su fuerza con violencia, ya fuera en vertical, horizontal, diagonal o en círculo. Y lo más curioso de todo es que la vegetación sobrevivía sin despeinarse.

  Por lo que dedujo el gobernador, el tener exceso de magia era el principal causante de semejante descontrol. Y no, eso no le sirvió de excusa para no seguir practicando, ¡porque a él no le decepcionaba en absoluto los resultados! Además, todo lo que ella destrozaba lo reconstruía Leo en un momento, así que no le quedó más remedio que hacer a un lado sus miedos y seguir practicando.

  Excepto por esos pequeños inconvenientes al inicio, todo lo demás avanzó por sí solo. A Nathaly ya no le costaba tanto controlar y aprender nuevos hechizos, o realizar ataques y contraataques para combatir la magia oscura. Lo único malo era que su tío, que solía venir por las mañanas, comenzó a volverse cada vez más insoportable. La presión y la dificultad a la que la sometía acabó dejándola exhausta, y como se le había metido en la cabeza que conseguiría volver a sacar lo mejor de ella, eso lo volvió exigente. Con el gobernador, en cambio, era distinto, pues con él las clases prácticas resultaban un juego de niños. Por eso fue todo un alivio cuando escuchó por fin sus súplicas y accedió a ayudar a su tío.




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