El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 8 - Parte 2

  Nathaly se dio cuenta enseguida de que el chico tenía unos bonitos ojos de color avellana. Su pelo era algo más corto que el de Leo, y su forma de hablar daba a entender que era paciente y simpático. Lo que no entendía es por qué vestía una camisa de manga corta y un pantalón crema. ¿Acaso los vaqueros o la ropa deportiva no existían en su mundo?

  —¿Qué se te ofrece, muchacho? —se acercó Zarco.

  —Buenos días, señor. Me manda el gobernador del Zafiro Esmeralda.

  —Id yendo al salón —dijo Moony—. Ahora os llevo algo de beber.

  —Pasa. —Zarco lo invitó a entrar con la mano.

  Una vez que se sentaron, Tom se presentó, pero, cuando intentó explicar qué hacía allí, titubeó. Normal. Tratándose de su tío, no era para menos. Con una simple mirada o unas pocas palabras, intimidaba a cualquiera. Y mira que ya se lo había dicho varias veces, pero nada. Él seguía negándose a aceptar la verdad una y otra vez, y alegaba siempre que actuaba de lo más normal. La de risas que tuvo que reprimir Moony por oírle decir eso.

  —Deja ya de balbucear y habla de una vez, chico —exigió Zarco, más calmado de lo que su voz transmitió—. No entiendo a qué viene tanto temor si no has venido a ofendernos a ninguno de los que estamos aquí.

  —Por supuesto que no, señor —aclaró aprisa. Dudando sobre qué hacer, Tom miró a Nathaly de reojo.

  «Suaviza el terreno y todo irá bien» —le transmitió Nathaly.

  Afirmando con disimulo, Tom le contó a Zarco lo bien que se le daba estudiar y lo mucho que le encantaba leer. Apenas le costaba comprender lecturas de temas complejos u obsoletos, y conocía muy bien las costumbres de las razas mágicas, por lo que...

  —Sé que soy muy joven e inexperto, pero puede confiar en mí —le aseguró con confianza—. Ayudaré a Nathaly en esas pequeñas y sencillas cosas que...

  —Muchacho —le frenó Zarco con brusquedad—, si has venido a mi casa para cortejar a mi sobrina, te has equivocado de alma blanca.

  Al escuchar eso, Tom palideció al instante.

  —No, se lo juro —se apresuró a decir, negando con las manos en el aire—. No estoy aquí por eso, señor.

  Mientras Nathaly se calmaba del susto que se acababa de llevar, Tom sacó una nota de su chaqueta. Cuando Zarco la tomó y la desdobló, Nathaly se dio cuenta de que tenía el tamaño de medio folio.

  —Rodric... —rabió Zarco, conteniéndose para no acabar haciendo trizas la carta.

  —Si quiere que me vaya... —sugirió Tom en un asustado susurro.

  Movido por sus sentimientos, Zarco se levantó y se dirigió hacia la puerta. Antes de que la cruzara, Moony entró por ella.

  —¿Ocurre algo? Zarco —le llamó, después de que la apartara a un lado con delicadeza—. ¿Adónde vas? ¡Zarco!

  Segundos después, la puerta principal se cerró de golpe.

  —Nathaly, ¿qué ha ocurrido? —preguntó Moony preocupada, mientras iba hacia ellos con una rectangular bandeja de plata que transportaba tres tazas.

  —Me temo que ha sido culpa de la carta que el gobernador Rodric le ha enviado a través de Tom. ¿Tú sabes lo que ponía? —preguntó a Tom.

  —No. Sería indigno leer algo que no me corresponde.

  Dejando la bandeja en la mesa sin soltar sus asas, Moony se quedó pensativa. En cuanto se fijó en Tom, le preguntó—: ¿Tú no eres el hijo de los Berkins?

  —Sí, señora.

  —Oh, no, por favor, no te dirijas a mí de ese modo. Aún no estoy felizmente casada —aclaró, mientras les servía a cada uno una taza.

  —Cuánto lo siento. Discúlpeme por mi error. Pensaba que el señor Zarco y usted...

  —Zarco y yo solo somos buenos amigos. Nada más.

  —Entiendo —titubeó Tom, avergonzado—. Lo siento. No pretendía ofenderla.

  —No te preocupes. No eres el primero que se confunde. —Miró a Nathaly y sonrió.

  Nathaly se ruborizó al ver que Tom también la miró.

  —Tú debes ser Tom Berkins —afirmó Moony—. Ese es tu nombre, ¿verdad?

  —Sí, señorita.

  —¿Podría preguntarte, si no es indiscreción, para qué te envió Rodric? Pensaba que sería Leo quien vendría en tu lugar.

  —Es que él se ha negado a colaborar. Por eso el gobernador me ha pedido que lo sustituyera, como un favor personal. Pero no espero recibir nada a cambio, por supuesto. Para mí ya es un honor ser de ayuda al gobernador.

  —Comprendo. Bien, si es así, me retiro. No quiero molestaros más. Con permiso.

  —Encantado de conocerla, señorita Moony.

  Moony sonrió con cariño.

  —No será la última vez que me veas.

  En cuanto Moony salió de la habitación, la puerta se cerró por sí sola con suavidad. Nathaly, que no se sentía cómoda quedándose a solas con un chico al que no conocía de nada, vio que Tom le ofreció la mano boca arriba, como si esperara algo de ella a cambio. Confusa, se quedó mirándolo mientras intentaba adivinar sus intenciones. Antes de que lo entendiera, la sonrisa del chico se apagó.

  —¿Acaso nadie te ha enseñado ni los modales más básicos? —le preguntó Tom.

  —¿Modales? ¿Te refieres entre nosotros?

  —Por supuesto. No es lo mismo tratar con tu familia que con los demás. ¿Quién te ha estado enseñando sobre costumbres, razas e historia?

  —Aprendí sobre los elfos, los crizworts, la naturaleza y algunas criaturas mágicas de los elfos —contestó, ahorrándose el decirle que Arwok también la instruyó, pues el gobernador le había dicho que no le dijera a nadie que tenía la capacidad de hablar con los animales—. Del resto se encargó Leo.

  —¿Leo? —le resultó curioso a la par que sorprendente—. Eso lo explica todo.

  —¿Qué quieres decir?

  —El gobernador me comentó que tendría que ayudarte con lo más básico, pero que empezara primero por lo que no aprendiste. Según él, lo entendería todo cuando te ofreciera la mano, y, teniendo en cuenta que Leo fue el que se encargó de instruirte, está más que claro que me toca enseñarte todo lo que tenga que ver con el contacto físico.




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