El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 9 - ¿Uniformes? ¡Qué horror!

  Al día siguiente, su tío la llevó a un pueblo llamado El Valle de las Tres Luces para comprar todo lo que necesitaría para el curso. Nathaly se quedó fascinada nada más verlo desde el aire, y le encantó mucho más cuando se pasearon por sus calles. Estaba repleto de todo tipo de pequeños comercios, y pocos eran los que se extendían a una segunda planta. Allí los edificios, como mucho, tenían tres pisos de altura, y en la planta superior vivían los comerciantes junto a su familia. Cuando su tío le contó que solo las almas blancas tenían acceso al pueblo, pues un hechizo protegía los límites, Nathaly preguntó el porqué, pero la única respuesta que obtuvo fue que ya lo aprendería en clase de Historia.

  Yendo de tienda en tienda, su tío le compró los libros del curso, unos cuantos cuadernos de tapa dura con páginas vacías que le recordaban al color de los pergaminos, unas cuantas plumas blancas que absorbían la tinta por el interior del cañón nada más sumergir sus puntas en el tintero y, por supuesto, tinta negra y azul. Lo único que les faltaba era adquirir mantas y ropa para el invierno y... lo que más detestaba: un uniforme.

  —¿En serio tengo que llevar uniforme, tío Zarco?

  —No lo llamamos así, sino traje de escuela, y sí. Está diseñado para evitar quemaduras y cortes. Además, no se arruga y evita que os entretengáis en cosas sin importancia.

  —¿A qué te refieres con cosas sin importancia?

  —A captar la atención de los demás o limitar vuestras prácticas solo por no llevar la ropa adecuada. Sé que tú de momento no eres así, pero todo vendrá con el tiempo.

  —Oye, tío... Eso es como decir que la señorita Moony se ha portado mal alguna vez.

  Zarco se paró y la miró de reojo.

  —Mejor que no te responda a eso o Moony se enfadará conmigo por darte el peor de los ejemplos —dijo, antes de seguir.

  —¿Qué edad tenía ella cuando pasó eso? —preguntó, con una sonrisa entre inocente y curiosa.

  —Todos nos volvemos impredecibles entre los trece y los diecisiete años.

  —¿Impredecibles? No sé por qué, pero oírte decir eso no me da buena espina.

  —Te guste o no, te tocará lidiar con tu inestabilidad tarde o temprano. Y por favor, controla tus palabras —susurró cerca de su oído—. La palabra espina existe, pero no para esa frase.

  —¿A qué tipo de inestabilidad te refieres?

  Zarco se paró y la miró con aburrimiento.

  —¿Has escuchado lo que te acabo de decir?

  —Sí. «Nada de usar la palabra espina si no es para ceñirse a su significado» —se apresuró a contestar mentalmente—. ¿De qué inestabilidad hablas?

  —Durante el periodo que te he comentado —la empujó con suavidad por la espalda, retomando el caminar junto a ella—, los sentimientos están aún por madurar, por lo que soléis causar muchos sentimientos intensos. La mayoría de las veces perdéis el control por falta de experiencia y conocimientos, y en otras ocasiones el culpable no es otro que el amor. Y no me malinterpretes. No es malo tener sentimientos positivos, pero incluso de ellos son capaces de nacer los sentimientos negativos. Cuando completes tu madurez al cumplir los dieciocho, entenderás por qué los adultos no debemos permitir que el descontrol de los más jóvenes acabe alimentando a las caras del mal.

  —Yo lo comprendo. Es lógico. —Se encogió de hombros.

  —Me pregunto si dirás lo mismo cuando tus sentimientos te dominen. —Alzó las cejas en un gesto de obviedad.

  —¿Y qué hacéis para evitar que las caras del mal se alimenten de los sentimientos negativos que creamos?

  —Pediros que paséis la semana de clases en Zhorton.

  —¿Te refieres a dormir allí?

  —Sí. Es un buen lugar para eliminar sentimientos negativos gracias a la protección que poseen sus muros. Absorben todos los sentimientos positivos para contrarrestar los negativos. Por eso es el mejor lugar donde podéis dar rienda suelta a vuestros sentimientos mientras aprendéis a identificarlos, controlarlos y eliminarlos.

  —Interesante.

  —Todo lo que hacemos tiene un porqué, aunque no digo que no se pueda mejorar. Cualquiera de nosotros puede comunicarle al gobernador cualquier mejora que se le ocurra, e incluso tratarla con el consejo si es urgente o de suma importancia.

  —¿El consejo? ¿Qué es eso? —preguntó, parándose frente a unas escaleras. Zarco también se paró.

  —El consejo es un grupo de almas blancas formadas por el gobernador, el ministro de magia blanca, directores de algunos departamentos y anteriores gobernadores y ministros. Es cierto que hay ocasiones en las que se convocan a expertos de una o varias materias, pero eso ya depende de lo que se necesite para resolver la solicitud realizada.

  —¿Y si se tratara algo que estuviera relacionado con algún miembro del consejo?

  —Quedaría excluido del consejo para ese caso, por supuesto. No sería justo si participara. Vamos, entremos.

  Pasando dentro después de que la puerta se abriera por completo, una señora que rondaría los cuarenta años se acercó a ellos. En el lado derecho de su azulado pelo tenía un par de mechas blancas que se perdían en el pomposo moño que le asomaba por detrás, y sus ojos, claros a la vez que amigables, eran de un color entre azul y verdoso.

  —Buenos días, señor Zarco —saludó con elegancia—. Cuánto tiempo sin verlo. ¿Cómo está la señorita Moony?

  —Bien. Con sus cosas, como siempre.

  —No es de extrañar. Se le dan tan bien las...

  —Señora Juliet, disculpe que la interrumpa, pero mi sobrina Nathaly no recuerda su pasado, y ya sabe lo que eso significa.

  —No se preocupe, señora Juliet. Yo ya sé que la señorita Moony hace pociones —aclaró Nathaly—. Lo descubrí por casualidad.

  El leve y agradable murmullo de la gente cesó de repente, dando paso al más absoluto silencio. Nathaly se percató enseguida de que todos los estaban mirando.




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