El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 10 - Parte 3

  —¿Puedo comer un poco antes del banquete?

  —¿Tanta hambre tienes ya? —le extrañó a Rodric. Nathaly afirmó con la cabeza—. Está bien. Pero solo un poco. Tienes que conservar apetito para acompañar a tus nuevos amigos.

  —A mí no se me da muy bien hacer amigos, gobernador Rodric.

  —¿Quieres apostar algo a que, antes de que termine el año, tienes al menos dos?

  —No me diga que está pensando en Tom y en Leo.

  —Pues claro. —Sonrió, contento de que acertara—. Venga, no nos entretengamos más o no me dará tiempo a enseñarte cómo preparar algo de comer.

  —¿De verdad va a enseñarme? —la entusiasmó.

  —Si te apetece, claro.

  —¡Sí, claro que sí!

  —Así me gusta. Verte alegre y con ganas.

  En su mundo, los fogones o neveras no existían. Todo lo que se iba a comer se hacía al momento, y los únicos ingredientes frescos que había eran los que la naturaleza te proporcionaba al natural. Todo lo que tuviera que sufrir modificación alguna, como hacer un puré de patatas o un guiso de lentejas, era previamente preparado para después ser sellado en una bolita. Así se ahorraba espacio, se conservaba durante muchísimo tiempo y, cuando querías preparar algo, solo tenías que aportarle magia y sentimientos, los dos ingredientes principales de la dieta de un alma blanca.

  El tamaño de las bolitas dependía en gran parte de lo que ocupara la comida. Por lo general, la mayoría rondaban el tamaño de una canica y, a pesar de que muchas se diferenciaban con facilidad por su color y olor, todos los tarros llevaban una etiqueta que indicaba la descripción del contenido. No obstante, para que fuera mucho más fácil encontrar lo que buscabas, las tapas eran pintadas de un color determinado. Así se identificaba con rapidez si se trataba de un entrante, un plato principal, un postre, líquidos u otro tipo de comida.

  Faltando todavía una hora para la ceremonia de clasificación, Nathaly se marchó de la cocina, que resultó ser esa puerta cerrada que estaba a seguir de la sala de profesores. Saliendo por la entrada principal de Zhorton, que tenía las puertas abiertas de par en par, se encontró a muchos alumnos esparcidos en grupos por todo el jardín. Mientras algunos estaban sentados en bancos y otros levitaban a poca distancia de la hierba, una pequeña minoría estaba de pie, y entre ellos...

  —Nathaly —exclamó Tom, agitando la mano para llamar su atención. En cuanto sus ojos se posaron en él, Nathaly sonrió con alivio y echó a correr.

  —Buenos días, Tom —le saludó, casi sin aliento.

  —¿Qué te pasa? ¿Estás nerviosa?

  —Un poco, pero no me falta el aire por eso. ¿Y tú?

  —No, estoy bien —contestó algo más relajado, a pesar de no convencerle su respuesta—. Tampoco es que los tapices nos vayan a comer cuando los toquemos, ¿verdad?

  —Verdad. —Sonrió, pudiéndose erguir por fin.

  Como ninguno conocía a nadie, los dos decidieron dar una vuelta por los jardines de Zhorton mientras charlaban un poco. En cuanto volvieron a reunirse con los demás, el gobernador salió por la puerta de Zhorton.

  —Atención, por favor —dijo Rodric—. Buenos días a todos y sed bienvenidos a un nuevo curso. Para todos los que no sois de primer año, por favor, no os demoréis en dirigiros al comedor mientras los estudiantes de primer curso realizan la ceremonia de clasificación. Los que sois nuevos, venid al frente, por favor.

  Obedeciendo, Nathaly hizo un rápido recuento en silencio en cuanto estuvieron todos. Le resultó extrañó que al final solo fueran diecinueve alumnos.

  —¿Estamos todos? —Se aseguró Rodric de un vistazo—. Bien, seguidme.

  Emocionada, Nathaly caminó junto a Tom mientras se esforzaba en mantener la calma. Por primera vez tenía la sensación de que encajaría entre la gente de su edad, pues las almas blancas eran educadas y de buen corazón. Lo malo es que su mente, por precaución, le recordó que no podía hablarle a nadie de su pasado, y que, además, debía abstenerse de mencionar palabras humanas. Como era de esperar, toda su alegría se esfumó de golpe.

  Después de que todos pasaran a la sala de curaciones, el gobernador se marchó. Nathaly, que había entrado después de Tom, se había parado junto a él más allá del centro de la sala.

  —¿Te acuerdas de lo que te conté sobre los tres símbolos? —le preguntó Tom.

  —Sí. Pero del símbolo de la escuela no me han explicado nada. ¿Tiene algún significado?

  —Por supuesto. Representa el respeto y la unión. El mismo Záyamon se encargó de realizarlo cuando las tres elegidas escogieron una única cosa de sus símbolos.

  Záyamon. El guardián del Zafiro Esmeralda y hermano gemelo de Luna, la estrella más grande y luminosa de todas. Nathaly sabía que los dragones existían gracias al rey Marlow, pero incluso él mismo decía que Záyamon, que tenía forma de dragón blanco, no era más que una manifestación que hizo acto de presencia ante las elegidas con la única finalidad de cumplir con los mandatos del destino.

  —Mirad, ¡es ella! —exclamó una chica con emoción, mientras señalaba hacia la entrada.

  La atención de todos se desvió de inmediato hacia la chica que acababa de entrar por la puerta. Según escuchó Nathaly de una voz femenina cercana, se llamaba Layla, y era la primera persona que veía con algo de negro en su cabello, aunque solo fueran los primeros quince o veinte centímetros. El resto, conforme caía, se convertía en un poderoso azul eléctrico que, a medio camino, se entremezclaba con reflejos más claros.

  —¿Quién es Layla? —preguntó Nathaly—. Parece famosa.

  —¿Famosa? —no entendió Tom, pues era la primera vez que oía esa palabra.

  —¿No sabes quién es? —intervino una chica a su lado. Nathaly negó con la cabeza—. Layla es una Swarzof de segundo curso. Todas las chicas quieren ser sus amigas, pero, por lo que he oído, ella siempre prefiere estar sola cuando no está acompañada de Leo.




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