El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 10 - La ceremonia de clasificación.

  En cuanto Nathaly terminó de despedirse de Arwok, Leo la invitó a que caminara delante de él. Y no porque fuera lo correcto, que lo era a ojos de su raza, sino porque así la controlaba mejor. A pesar de los meses que pasaron juntos en el reino de los elfos, Leo todavía tenía la idea de que, en cualquier momento, haría un movimiento inesperado y se abalanzaría sobre él. Y aunque eso estaba muy lejos de la realidad, no le culpaba por ser tan desconfiado con ella. En el reino de los elfos le había tocado más veces de las que dedos podía contar, aunque todas fueron sin querer. Lo malo es que, para Leo, sus aclaraciones eran puras excusas, y esas excusas, por mucho que fueran acompañadas de una sincera disculpa, nunca las aceptaría como la pura verdad.

  —¿Nathaly? —preguntó Zarco con asombro, al verla entrar por la entrada principal—. ¿Qué haces aquí tan temprano? ¿Y tú? —preguntó con desagrado a Leo, en cuanto entró.

  —Zarco, ocúpate de la zona oeste, por favor. Yo me encargo de ellos —intervino Moony, antes de que Zarco se percatara de la fulminante y desagradable mirada que Leo le estaba lanzando. En cuanto Zarco se alejó lo suficiente, añadió—: Disculpadle. Está un poco nervioso.

  —El gobernador no le ha dicho que me ha obligado a ir a por ella, ¿no?

  —En verdad, me lo encargó a mí, pero lo cierto es que no he encontrado el momento adecuado para decírselo. Leo, por favor, no me mires así —suplicó Moony—. Ya sabes que no me gusta que os peleéis.

  —No soy yo el que tiene problemas con él, sino él el que los tiene conmigo.

  —No se lo tomes en cuenta. En el fondo te aprecia.

  —Eso lo dudo mucho.

  Al ver la cara que puso Moony, Nathaly se tuvo que aguantar la risa como pudo.

  —La verdad es que no pensaba que vinierais tan pronto —comentó Moony, nada más ver la molestia en los ojos de Leo. Parándose a pensar un momento, añadió—: Leo, ¿por qué no le enseñas los alrededores a Nathaly?

  —Prefiero ayudar.

  —Si yo también puedo, cuenten conmigo —se sumó Nathaly.

  —Oye, ¿en qué momento te hemos incluido?

  —Oh, vamos, Leo... Sería muy aburrido si me quedara aquí sola. Arwok se ha ido y no conozco nada de este sitio.

  —Gracias por tu ofrecimiento, Nathaly —se apresuró a decir Moony, antes de que Leo acabara por herir sus sentimientos—, pero ahora mismo estamos encargándonos de algo en lo que no puedes ayudarnos. Y Leo, también te lo agradezco, pero deja que antes calme a Zarco. Mientras tanto... ¡Ah, ya sé! Leo, ¿por qué no preparas la sala de curaciones para la ceremonia de clasificación?

  —Qué remedio —contestó con desaliento.

  —Gracias, cielo.

  —No me toque. —Echó su rostro hacia atrás, antes de que Moony lograra pellizcarle la mejilla—. Sabe que detesto que me toquen.

  —Cada vez que dices eso, más ganas me entran de tocarte —dijo con diversión.

  —No me haga enfadar porque sabe muy bien de lo que soy capaz. —Dio un paso adelante, mostrándose desafiante.

  —Leo, estás muy cerca —comentó, como si no fuera importante. Acto seguido, sonrió.

  A punto de que Moony tocara su rostro, Leo se escabulló con rapidez dando unos pasos hacia atrás; se colocó en posición de ataque, la miró con dureza y frialdad, y, para su desconcierto, vio cómo Nathaly apareció en su campo de visión, justo delante de Moony. ¿Qué es lo que pretendía haciendo eso?

  —No te atrevas a hacerle daño —le advirtió con decisión.

  —Relájate, Nathaly —le dijo Moony, posando la mano en su hombro—. Habla más de lo que muerde. ¿Verdad, Leo?

  —Márchese.

  Con una divertida sonrisa como despedida, Moony se fue feliz, pero Leo no se relajó hasta unos segundos después de perderla de vista. Fue entonces cuando se acordó de que Nathaly estaba cerca y, tenso de nuevo, clavó su mirada en ella. Al ver que estaba entretenida con los escudos que había grabados en la pared que te encontrabas de frente nada más entrar, se relajó.

  Nathaly reconoció enseguida al más grande de todos los escudos, que representaba a Zhorton y era el mismo que Leo y ella llevaban en su chaqueta. Bajo él había tres escudos más de tamaño inferior y, aunque nadie le había hablado de ellos, estaba casi segura de que representaban a los distintos grupos en los que las almas blancas eran divididas.

  Formar parte de un grupo no era una clasificación por y para la escuela, sino de por vida. Al principio, Nathaly pensó que esa clasificación era discriminatoria, pero, cuando Leo le explicó cuál era su finalidad, entendió que era todo lo contrario. Definía a grandes rasgos todo de ti: la base de tus sentimientos, tu tipo de magia y la capacidad de tu mente, algo muy útil a la hora de organizarse en una batalla contra las caras del mal. Lo que no sabía era cómo decidían en qué grupo debían colocarte. Nadie le había hablado hasta ahora sobre ello.

  Con ganas de saber la respuesta de inmediato, Nathaly miró a su izquierda y abrió la boca, pero no llegó a decir nada. Y es que Leo ya no estaba a su lado, sino a punto de llegar al final del pasillo. ¿Cómo no se había dado cuenta de que se estaba yendo? Echando a correr de inmediato, se dio prisa en alcanzarlo, pero sin utilizar ni un solo traslado. Su tío ya le había advertido que, dentro de Zhorton, no los usara a menos que corriera peligro.

  —¿Qué? —Se paró Leo, harto de que caminara a su lado sin soltar lo que tenía que decirle.

  —¿Cómo saben en qué grupo colocarte?

  —¿Cuántas veces te tengo que decir que no somos como los humanos?

  —¿Eso quiere decir que se averigua a través de la magia?

  —Por la pureza de tu magia y la proporción del mal que mancha tu alma —contestó, antes de proseguir caminando.

  —¿La proporción del mal?

  —Aunque te dije que se conoce por el nombre de mancha original, no muchos usan esa palabra debido al origen que tiene.




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