El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 14 - Te odio, Leo Swanz.

  Cuando por fin llegó el viernes, Nathaly no sabía si alegrarse por ello o encerrarse en su habitación. Los días anteriores fueron horribles. Al tratar de elevar una copa de cristal en el aire, ejercicio que a todo el mundo le salía al primer o al segundo intento, no hacía más que destrozarla una y otra vez. Cuando trató de responder a una pregunta en Estudio del Alma Blanca, pensó con lógica y... todos estallaron a reír. Pero eso no fue lo peor. No lograr que una flor se abriera con solo rozar sus pétalos, sino que en su lugar acabara ennegreciéndose y muriendo, fue lo que la remató.

  —Nathaly, no hagas caso de lo que ha dicho Ulises —intentó convencerla Tom, mientras caminaba a su lado por el pasillo—. Solo se asustó. Eso es todo.

  —No —se paró—, no lo justifiques. Él tiene razón. ¿Qué tipo de alma blanca soy si acabo con la vida de una planta? Se supone que no podemos matar a ningún ser.

  —Pero las plantas no son seres, Nathaly.

  Nathaly endureció las facciones de su rostro y, sin previo aviso, retomó su caminar.

  —Nathaly, escúchame. A las plantas tampoco podemos matarlas si no albergamos sentimientos negativos en estado puro. ¡Nathaly! —Se apresuró a alcanzarla—. Nathaly, tú no eres diferente a nosotros. Solo...

  —¿Solo qué? —Volvió a pararse—. ¿Es que no has escuchado los comentarios de los demás? Soy la única que ha acabado con la vida de una planta.

  —Nathaly, eso solo lo han dicho por... —se quedó sin palabras—. Espera, ¡Nathaly!

  Yendo tras ella, a Tom le fue imposible alcanzarla. ¿Cómo era capaz de correr tanto? Siguiéndola por los pasillos de la planta baja, no se dio por vencido incluso después de ver que cruzó la puerta trasera de Zhorton. Por desgracia, la acabó perdiendo de vista de camino a los establos.

  —No puede ser —maldijo por lo bajo—. ¿Dónde se habrá metido?

  Pensando que lo más probable es que se hubiera trasladado, Tom la buscó por todos los lugares que se le ocurrió. Hasta preguntó a todos los estudiantes que se iba encontrando por el camino, por si la habían visto por casualidad. Pero nada. Era una pena que no la conociera lo suficiente como para saber cuáles eran sus lugares favoritos. Si es que tenía alguno, claro.

  A punto de darse por vencido, Tom vio a Leo a lo lejos, bajando las escaleras traseras de Zhorton con total despreocupación. Al recordar lo que Nathaly le dijo de él, abrió los ojos con asombro y sonrió de felicidad. ¡Por fin sabría dónde está!

  —¡Leo!

  Logrando llamar su atención, Tom corrió hacia él.

  —Leo, ¿dónde está Nathaly?

  —¿Y por qué debería saber yo dónde está o deja de estar, si ha de saberse?

  A Tom le molestó su comentario, pero no estaba dispuesto a rendirse. Por eso, tras echar un vistazo a su alrededor, se acercó a él y le susurró:

  —Nathaly me dijo que tú puedes percibir sus sentimientos.

  —¿Y?

  —Que sabrás dónde está. Por favor, dímelo. Llevo más de media hora buscándola.

  —No lo sé.

  —Pero...

  —Sus sentimientos llevan un buen rato en silencio —lo interrumpió con calma—. Si no los siento, no puedo saber dónde está.

  —¿Y qué vamos a hacer? Estaba muy triste cuando salimos de la última clase.

  —A mí no me incluyas. Yo no quiero saber nada.

  Viendo cómo Leo se marchaba, Tom se dio por vencido. Si él no sentía sus sentimientos, lo más probable es que Nathaly estuviera durmiendo. Y si estaba durmiendo, lo mejor sería dejarla tranquila.

  Mientras tanto, Leo se dirigía hacia los establos, que estaban en el lado oeste de la parte trasera de Zhorton. En un par de ellos se resguardaban los kirows de los profesores cuando caía la noche, y en dos más al fondo, más espaciosos y sin una sola puerta, se refugiaban los crizworts cuando venían de visita, pues ellos eran los únicos que no podían pasearse a sus anchas por los jardines de Zhorton. Eso sí, el rey Arwok era la excepción. Él era el único al que no le daba la real gana de seguir su propia norma. Menos mal que el gobernador pudo convencerlo de que visitara a Nathaly los fines de semana, porque si no, sería un verdadero peligro para los estudiantes. ¿Cómo se las habría arreglado para hacerlo? Convencer al rey Arwok era como tirarse por un precipicio atado de pies y manos. Demasiado arriesgado para no morir y con escasas probabilidades de lograr lo que querías.

  Perdiendo el interés en el tema al instante, Leo caminó por el estrecho pasillo que la naturaleza amenazaba con devorar, pero que nunca terminaba de hacerlo. Saliendo a un claro que estaba rodeado por la misma vegetación, se dirigió al establo donde siempre le esperaba Nerox.

  Los establos para crizworts, que tenían un generoso espacio donde cabrían dos ejemplares si no les diese por pelearse, tenían tapado la mitad de su frontal para garantizar un buen resguardo del frío en invierno y una refrescante sombra en verano. El último siempre estaba reservado por Nerox, su crizwort, y nadie se atrevía a poner un pie en él porque no dudaba en pelearse con quien sea. Todos los crizworts lo sabían, y todos en Zhorton también. Por eso le encantaba pasar las pocas horas libres que tenía con él. Ninguna chica lo molestaba, ningún chico intentaba ser su amigo y siempre lograba tener la paz que tanto ansiaba tener. Paz que en cualquier otro lugar le era imposible obtener.

  A unos cuantos pasos de la entrada al establo, Leo hizo aparecer una sólida esfera de luz que transformó en un blanquecino cepillo de gruesas púas. Al poner un pie dentro y ver que su crizwort no estaba solo, se paró en seco y entró en tensión.

  Encontrarse a Nathaly apoyada de lado en la melena de Nerox, con las manos hundidas en él y durmiendo con total despreocupación, lo enfureció tanto que el cepillo estalló en diminutos pedacitos luminosos bajo la presión de sus dedos. Tragándose las ganas de decirle cuatro cosas, dio media vuelta y se alejó unos pasos, haciendo que la hierba se meciera con violencia justo después de convocar un traslado.




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