El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 14 - Parte 2

  Entrando a la cocina, Zoe se encargó de hacerle a Nathaly lo que más le apetecía: un plato de todo un poco. Haciendo también una taza de té de frambuesas y miel para ella, la acompañó a la mesa. Al verla con muy pocos ánimos, la invitó a hablar de lo que tanto la estaba perturbando.

  Nathaly sintió la necesidad de hablar de ello como si la confianza entre ambas hubiera sido forjada desde hacía tiempo. Le contó todo: lo que había sucedido, qué había hecho, cómo la habían juzgado los demás y cómo se sentía por haber matado a una planta. Cotarle esto último la hizo sentirse avergonzada.

  —¿De verdad piensas que eres extraña? —le hizo gracia a Zoe—. Perdona, no me estoy riendo de ti, te lo prometo. Es solo que lo que dices es absurdo.

  —Si fuera absurdo, no la hubiera matado.

  —Es que no la mataste.

  —Sí que la maté. Cuando me fui...

  —No, no, no. —Agitó la mano con calma—. Estás equivocada. Yo misma la he visto con mis propios ojos cuando he acompañado a Moony a su despacho. Se está recuperando con rapidez.

  —Entonces... ¿no está muerta?

  —¡Claro que no! ¿Por qué te fuiste sin escuchar a tu profesora? La dejaste muy preocupada. Anda, sé una buena chica y ve a verla en cuanto termines de comer. Si no la encuentras en su despacho, mira en el del profesor Zarco.

  —Gracias, profesora Zoe. Eso haré.

  —Con tu permiso, me retiro. Que el gobernador sepa que estoy aquí consolándote no significa que sea capaz de vivir sin mí. —Le guiñó un ojo. Nathaly se contagió de su sonrisa.

  Después de crear una esfera limpiadora que se encargara de su taza de té, Zoe se marchó. Siendo la mano derecha del gobernador, no era de extrañar que estuviera muy ocupada.

  Al final, Nathaly encontró a Moony en el despacho de su tío. Después de charlar un rato con ella y dar la primera clase de la tarde, se fue la mar de contenta a su habitación, porque la última clase no podía darla. Además, ¡había llegado el fin de semana!

  Si para los humanos el fin de semana era motivo de alegría, para Nathaly lo era todavía más. Todos los estudiantes se marchaban a sus casas el viernes por la tarde y no volvían hasta el desayuno del lunes. Y menos mal, ¡porque necesitaba un respiro! Las despreciables miradas de la mayoría de las chicas se habían intensificado desde que supieron que Layla le exigió alejarse de Leo. Según le explicó Celia, si para Layla resultaba una amenaza, para ellas también, y Tom no mejoró las cosas cuando discrepó en eso con Celia. Según él, lo que las tenía terriblemente celosas era que Leo hubiera intervenido a su favor. ¿Y qué culpa tenía ella? Además, él mismo dijo que no lo hizo por ella.

  Entrando en su habitación, Nathaly se olvidó del tema y se cambió de ropa. ¡Las ganas que tenía de ponerse unos pantalones y un jersey calentito! Pensando qué hacer mientras los demás daban clase, decidió ocupar su tiempo en averiguar más sobre su pasado.

  Sentándose en la cama, Nathaly cruzó las piernas e hizo aparecer su libro del alma sobre ellas. Ya llevaba un buen puñado de páginas señaladas con pequeños marcapáginas laterales de distintos colores que había creado con su propia magia, pero todo lo que había encontrado hasta ahora no eran más que datos que no le revelaban nada importante de su pasado. Y lo peor de todo era que le quedaba muy poco por revisar, por lo que, cuando llegó a la última página escrita, se encontró en un callejón sin salida.

  Echando un vistazo a su reloj, Nathaly vio que aún quedaban cinco minutos para que acabaran las clases, así que, con bastante desánimo, cerró su libro del alma, puso la mano sobre él e hizo que regresara a su interior. Pensando en qué más podría investigar, se le vino a la mente su álbum de recordatorios.

  Tentada de revisarlo de nuevo a pesar de haberlo hecho varias veces, Nathaly abrió el primer cajón de su mesilla y lo sacó. Lo puso sobre sus piernas, lo abrió y se fue directa a ver su recordatorio favorito. Siempre que se veía flotando de bebé, un añorado sentimiento aparecía en su interior, y eso siempre la hacía sonreír. Estaba segura de que algún día recordaría a sus padres, y sabría por fin cómo eran, cómo sonreían y cómo la querían. Era lo que más deseaba recuperar de todo su pasado. Con eso ya se conformaba.

  Pasando la página, Nathaly revisó los recordatorios uno a uno, hasta que se paró en el que estaba sosteniendo una gran margarita con un niño que tenía los ojos más vivos que Leo. Un niño que... Un momento. ¿Y si ese niño era el hermano de Leo? No. Algo en su interior se lo confirmaba, y tenía toda la pinta de ser su sexto sentido. Pero, si lo era, ¿por qué no le decía de una vez si él era Leo? Es como si no se decidiese. Como si hubiera algo más que no llegaba a recordar, y que debía recordar.

  Qué rabia.

  Volviendo a posar sus ojos en él, Nathaly sonrió apenada por no saber si alguna vez hubo un pequeño Leo con la misma dulzura de aquel niño. Hubiera sido agradable verle más adelante con una ternura impropia de él, y un cariño que en la actualidad brillaba por su ausencia. Aunque claro, ya de paso, si se parecía al Leo de sus sueños... Eso sí que sería un sueño digno de vivir en la realidad. La de cosas que podría hablar con él si...

  De repente, alguien llamó a la puerta y la sobresaltó. No consiguiendo pensar con claridad, preguntó:

  —¿Sí?

  Pero nadie respondió.

  Levantándose con el álbum en las manos, Nathaly avanzó despacio y en silencio. Al recordar que las clases aún no habían terminado, se paró en seco. ¿Y si al otro lado de la puerta había alguien que pretendía hacerle daño? Pensando en ello, se dio cuenta de que no tenía de qué preocuparse. Estaban en Zhorton y, aunque el patio que había afuera quedaba al descubierto, no era motivo suficiente para que alguien con malas intenciones entrara por ahí. No, al menos, cuando los muros de Zhorton eran puro veneno para las caras del mal. Toda la escuela, tejados incluidos, estaba cargada de magia y sentimientos positivos.




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