El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 15 - La ira de Zarco.

  Al entrar al despacho de Zarco, Moony se encontró a Nathaly sentada de espaldas, con los brazos sobre la mesa y la cara oculta en ellos. Ver la tristeza en su alma la hizo pedazos, así que cerró los ojos, se recompuso lo mejor que pudo y, después de asegurarse de que la puerta se hubiera cerrado, fue a sentarse a su lado.

  —Cielo, no sé lo que habrá pasado entre tú y Leo, pero no puedes decir esas cosas tan a la ligera. El odio es algo muy serio.

  —¡Él ha roto lo único que podía ver de mi pasado! —exclamó desconsolada. Cerrando los ojos con arrepentimiento, añadió—: Lo siento, señorita Moony. No quería hablarle de ese modo.

  —No te preocupes por eso. Es normal que actúes así. Vamos, ven aquí. —Abrió sus brazos para ella con una linda sonrisa—. No hay nada que un buen abrazo no cure.

  Nathaly la miró por unos segundos antes de lanzarse a sus brazos y echarse a llorar. Moony, apenada, posó los labios en la cabeza de Nathaly, cerró los ojos con suavidad y compartió a través de su don la calma que su alma tenía por naturaleza. Nathaly no tardó mucho en dejar de llorar.

  —Señorita Moony.

  —Dime, cariño. —Siguió acariciando su espalda—. ¿Qué es lo que quieres saber?

  —Mi tío no tendrá alguna copia en casa de los recordatorios que tenía, ¿verdad?

  Moony se paralizó.

  —No se pueden hacer copias de los momentos que alguien captura, cielo.

  —Y supongo que tampoco se podrá reconstruir lo que fue destrozado con magia.

  Dolida, Moony cerró los ojos con fuerza. Si no fuera porque Leo se lo había pedido...

  —No te preocupes. Cuando recuperes tus recuerdos, tendrás algo mejor que tus recordatorios. Ya lo verás.

  —¿Y si no recupero mis recuerdos? —Se aferró a ella, en un intento de no volver a llorar.

  Moony suspiró con pesar y la arropó entre sus brazos.

  —Lo siento mucho, Nathaly.

  El hermoso sentimiento de Moony llegó hasta lo más profundo del alma de Nathaly, transmitiéndole que ella habría hecho cualquier cosa para evitar lo sucedido. Invadida por su calidez y sinceridad, Nathaly notó su poder curativo. Era muy agradable sentirlo.

  —Toma —dijo Moony, ofreciéndole un pañuelo—. Límpiate las lágrimas. Estarás mejor sin ellas.

  —Gracias, señorita Moony. —Se separó de ella.

  A diferencia de los humanos, Nathaly no sintió la necesidad de sonarse la nariz, pues después de llorar siempre se despejaba por sí sola. Por eso, cuando terminó, dobló el pañuelo y se lo devolvió.

  —¿Sería mucha molestia preguntarte por qué ibas por el pasillo con tu álbum? —preguntó Moony.

  —Pues...

  Al pensar en ello, Nathaly recordó lo sucedido con la puerta de su habitación. A punto de hablar, Zarco entró como un huracán.

  —¿Se puede saber qué es eso de que le has gritado a Leo que le odias? ¿Qué es lo que te ha hecho? —exigió saber.

  —Cálmate, Zarco —le pidió Moony—. No la presiones. No es el momento.

  —Olvídate de eso, tío —dijo Nathaly—. Ha pasado algo muy extraño con la puerta de mi habitación. Tienes que echarle un vistazo.

  —Explícate, porque no te entiendo.

  Yendo a por él y arrastrándolo más adentro para que la puerta se cerrara, Nathaly le contó los detalles de lo sucedido. Nada más terminar, Zarco dio media vuelta y salió de su despacho sin decir una sola palabra. Estaba claro que a él tampoco le cuadraba que la puerta hubiera reaccionado de ese modo.

  —Nathaly —la retuvo Moony, antes de que fuera tras él—. Por favor, no le digas nada de lo sucedido con Leo. Deja que yo me encargue de eso.

  Nathaly afirmó con la cabeza y fue tras su tío, que, tal y como sospechaba, iba directo a su habitación. Cuando él se plantó frente a la puerta, vio que esta se abrió con normalidad.

  —¿Qué ocurre, Nathaly? —susurró Celia a su lado—. ¿Por qué el profesor Zarco luce enfadado?

  —¿Ha pasado algo mientras estábamos en clase? —susurró Tom.

  Comprobando que su tío no se hubiera dado cuenta de la llegada de ambos, Nathaly los arrastró un poco más lejos para contarles lo que había pasado.

  —Tiene que haber una explicación —insistió Tom por lo bajo.

  —Tú todo lo resuelves con explicaciones —se molestó Celia.

  —Y tú con sensaciones y vibraciones.

  —El sexto sentido, bien desarrollado, es mucho más útil que la lógica.

  —Eso lo dirás tú.

  —¡Las puertas de los dormitorios no se cierran sin más! —le susurró furiosa.

  —Chicos, por favor, calmaos un poco, que el profesor Zarco está...

  —Señorita Nathaly, póngase frente a la puerta en cuanto se cierre —le ordenó Zarco, después de alejarse unos pasos.

  —Voy.

  Dirigiéndose hacia ella, Nathaly se paró en seco en cuanto vio que esta se estaba abriendo ante su presencia. Desconfiada, se acercó con cautela, introdujo la mano en su habitación y la agitó de un lado a otro sin mucho énfasis, pero nada extraño sucedió.

  —Tío, te juro que antes se había cerrado por sí sola en mis narices —se apresuró a decir. Al ver que la estaba regañando con la mirada, añadió—: Lo siento. Ha sido sin querer. Pero ellos son de confianza —dijo enseguida—. No se lo dirán a nadie. ¿Verdad, chicos?

  —No, claro que no —aseguró Celia.

  —Lo mismo digo —añadió enseguida Tom.

  —¿Se puede saber qué hacen ustedes aquí? —preguntó Zarco, nada contento.

  —Veníamos a coger algunas cosas antes de irnos, profesor —contestó Tom—. Y como los vimos aquí parados, pensamos que...

  —Piensan en nada. Eso es lo que piensan.

  Zarco volvió a echar un vistazo al marco antes de posar su mano en el lado izquierdo del mismo. Deslizándola con suavidad hacia abajo, se detuvo a pensar un momento.

  —Venga aquí, señor Tom.

  Tom obedeció al instante, parándose detrás de él. Zarco se frotó el rostro por la frustración que sintió. ¿Qué esperaba quedándose tan lejos de la puerta?




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