El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 16 – Parte 2

  Sujetando su cintura con firmeza, Leo se libró de la otra cadena y agarró el puñal negro por su empuñadura, soportando el ardiente dolor que pretendía ir más allá de su aura. Al tirar de él sin vacilar, se desmenuzó entre sus dedos en finísimas partículas de brillante cristal negro.

  —No —musitó, más impactado de lo que su rostro demostraba.

  Nathaly perdió el conocimiento y Leo se quedó paralizado. Un poco más y lo hubiera sacado. ¡Solo una maldita milésima de segundo más y ahora estaría en el suelo!

  —Feliz sentencia de muerte —murmuró la mujer que se escondía entre los árboles, sonriendo de forma malévola bajo la capa que la ocultaba.

  Antes de que el ataque de Rodric lograra alcanzarla, la mujer se convirtió en humo negro.

  —¡Se ha trasladado! —gritó Rodric a Zarco en el aire, antes de que la nube de polvo que levantó su ataque empezara a disiparse—. ¡Síguela!

  Desviando a su crizwort de inmediato, Zarco siguió la dirección del rastro. Zoe, que iba detrás de él, atenta a cualquier señal, puso una mano en su hombro y se colocó en cuclillas.

  —Nathaly. —Leo agitó su cuerpo—. ¡Nathaly!

  Leo puso la mano en su mejilla, pero, al no hallar sentimiento alguno en ella, supo de inmediato que no despertaría. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué, si había hecho todo lo posible para mantenerla alejada de él? Para que lo odiara. Para que estuviera a salvo, como todos los demás.

  Leo cerró los ojos por pura frustración. Se negaba a aceptar otra pérdida más, otro sacrificio por parte de su raza solo para mantener con vida al único que podía salvarlos a todos. Nadie era capaz de ver la realidad. Nadie, excepto él, era capaz de ver que ya no había esperanza alguna para el heredero de Leozwort. Porque nadie aceptaba el destino que él había asumido desde hacía tiempo: morir en vida a manos del mal.

  Rodric tomó a Moony en sus brazos y saltó del crizwort de Leo antes de que este descendiese. En cuanto la dejó en el suelo, se trasladó al lado de Leo, tomó el rostro de Nathaly y le echó un vistazo.

  —¿Una daga oscura? —preguntó a Leo.

  —Un puñal negro.

  —No puede ser —dijo incrédulo—. ¿Estás seguro?

  —No pude agarrarlo a tiempo para retirarlo.

  —¿Qué? —saltó, presa del pánico. Cogiendo a Nathaly en brazos, miró al cielo y suplicó—: Que el destino esté a nuestro favor.

  Mientras Rodric entraba en Zhorton con prisa, Leo esperó a que Moony llegara hasta él.

  —Leo…

  —No se moleste en preguntar. No voy a decir nada que no sepa ya.

  —Voy a por unas pociones. Ayuda a Rodric, por favor.

  Leo afirmó con la cabeza y entró tras ella. Selló las puertas de Zhorton, se dirigió a la sala de curaciones y, una vez dentro, se acercó al armario de la izquierda, del que cogió un frasco circular de todos los que había en las estanterías. Mientras iba hacia la cama donde Nathaly estaba acostada, lo destapó, tomó con los dedos un poco del ungüento blanco y se lo puso en las ennegrecidas marcas que rodeaban sus muñecas.

  —¿Cómo está? —preguntó a Rodric.

  —Mal. Realmente mal. —Desapareció en un traslado. En menos de medio minuto reapareció con una poción en la mano—. La esencia del puñal se ha expandido más de lo que imaginé —añadió, mientras volcaba un chorrito de la poción en el interior de una esfera contenedora que creó.

  —Eso no puede ser.

  —¡Ya lo sé! Es como si su alma se rindiera. No le está haciendo frente en absoluto. —Rodric terminó de agitar la esfera y la introdujo despacio en el vientre de Nathaly—. ¡Maldita sea! ¿No te dije que no salieras de Zhorton bajo ningún concepto? ¿Acaso no te lo dije? ¿En qué estabas pensando?

  Al ver que Rodric se centró en distribuir la poción, Leo ordenó a un taburete aterciopelado que se acercara hasta él. Sentándose junto a Nathaly, tomó su mano, la envolvió entre las suyas y, posando los labios en sus fríos dedos, dejó que sus párpados cayeran con suavidad.

  —¿Qué haces tomándola de la mano? —saltó Rodric en cuanto se percató—. ¡Rompe ahora mismo esa conexión!

  «Cállese. Me desconcentra».

  —Suéltala —ordenó, señalándole con el dedo.

  «No» —le contestó con dureza.

  —Rodric.

  —Moony, pero ¿qué te pasa? —Se apresuró a llegar hasta ella—. ¿Por qué estás tan pálida?

  —Dime que está inconsciente por ti —se negó a aceptar sus sospechas.

  —Ha sido un puñal negro —dijo, mientras la pequeña cesta que Moony traía repleta de pociones—. Ha penetrado en ella y… —Cerró los ojos por un momento—. Le falta poco para estar invadida por completo.

  Moony se llevó la mano a la boca.

  —No puede ser —comentó afectada—. Cuando Zarco se entere… No se lo dirás, ¿verdad, Rodric? —Fue tras él—. Sabes que si se lo dices perderá la razón e irá tras ella.

  Una escalofriante y punzante sensación frenó a Rodric, que agachó la cabeza y suspiró sin remedio.

  —Lo sé. Y créeme que, si no fuera porque tengo que salvar a Nathaly primero, ya me habría unido a ellos.

  —¡Por lo que más quieras, Rodric! ¿Cómo puedes decir eso? ¡No seas inconsciente tú también!

  —Moony, deja ya de darme sermones. Los dos sabemos que no es el momento para eso. Sabes que te necesito.

  —Prométeme que no lo arrastrarás contigo —solicitó con seriedad—. Prométeme que, cuando vuelva, no te lo llevarás para ir a buscar a esa maldita bruja.

  —Deja de gastar tu voz y ayúdame, por favor.

  Moony se cruzó de brazos y frunció el ceño.

  —Vamos, Moony —le fastidió a Rodric.

  —Promételo.

  Rodric desvió la mirada y Moony apretó los dientes de la rabia. Sabía que se estaba conteniendo, que no iba a ceder por mucho que le suplicara, y eso le hizo cerrar los ojos con disgusto y soltar un pequeño suspiro. Si no fuera porque la vida de Nathaly era ahora lo más importante…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.