El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 17 — Una segunda oportunidad.

  La búsqueda de esa mujer, conocida como Nigrián, se alargó hasta el atardecer. Rodric no quería darse por vencido todavía, a pesar de que ya había pasado media hora desde que encontraron su último rastro. Lo malo es que, sin pistas que seguir y con Nathaly al borde de la muerte, quedarse allí…

  —Volvamos —le dijo a Zarco.

  —Menos mal que por fin entras en razón.

  —A la duodécima tenía que ser la vencida, ¿no?

  —Deja tu pésimo humor para otro día. No es el momento.

  Y tenía toda la razón. Por eso, una vez que llegaron a Zhorton, Rodric se apresuró a subir las escaleras de la entrada principal. Antes de que le diera tiempo a dirigir su mano hacia las puertas, la derecha se abrió sin más.

  —Bienvenidos —les recibió un señor de aspecto sesentón, cabello corto y marrón, elegante chaqueta azul marino y camisa blanca.

  Zarco se paró en seco antes de subir el último escalón. Como si hubiera visto el peor de los augurios, corrió a adentrarse en Zhorton.

  —¿Qué le ocurre? —preguntó el hombre a Rodric, desconcertado.

  —No se lo tenga en cuenta, Arzius. No es por usted. ¿Entramos?

  Arzius aceptó con gusto su cortés invitación, siendo el primero en entrar. En cuanto se cerró la puerta tras ellos, Rodric la selló.

  —No le has hablado aún del estado de la señorita Nathaly, ¿verdad? —preguntó Arzius, mientras caminaba junto a él con paso tranquilo.

  —No, aún no. No he tenido el valor para decírselo. Es un tema muy delicado. Por cierto, gracias por venir.

  —Es lo menos que puedo hacer, gobernador Rodric.

  —Por favor, no me llame así. Es extraño que el que fue en mi tiempo gobernador me llame de ese modo.

  —¿Por eso le pides a todos que te llamen por tu nombre o por tu cargo de director de la escuela?

  Rodric rio con calma.

  —A usted no se le escapa nada. Ya le dije que eso es lo que más me intrigaba de usted, ¿verdad?

  —Muchas veces —contestó. Los dos se echaron a reír con calma.

  Mientras tanto, Zarco ya había irrumpido en la sala de curaciones, consiguiendo llamar la atención de todos los presentes. Divisando a Nathaly inconsciente en una de las camas más próximas, se fijó en Moony, que estaba junto a ella y se había levantado de inmediato. Su mirada, suplicante y preocupada, le pedía que se controlara, pero, nada más ver a Leo de espaldas, sentado a la derecha de Nathaly, perdió por completo la razón y fue directo hacia él.

  —¡¿Qué le has hecho, insensato?! —exigió saber, zarandeándolo de la chaqueta. Algunos de los presentes intervinieron de inmediato, pues Leo parecía un muñeco de trapo en sus manos—. ¡Yo te mato! ¡Te juro que te mato!

  —¡Cálmate Zarco! —le pidió Moony desde el otro lado de la cama.

  —¡Soltadme! —exigió Zarco, mientras intentaba zafarse de los dos hombres que le agarraron de los brazos.

  Otro hombre más, de aspecto impecable y ojos azul verdoso, se le acercó por la espalda y le agarró del cuello de la camisa, tirando de él con tanta fuerza que lo liberó de los hombres que lo sujetaban. Zarco alzó la vista después de unos cuantos pasos torpes, pero fue demasiado tarde para ver venir a tiempo el puñetazo que, junto con un fuerte golpe de magia, le propinó en el abdomen.

  —Señor ministro —saltaron asombrados los presentes a destiempo.

  Moony se llevó la mano a la boca mientras Zarco se doblaba de dolor. Los dos hombres que estaban a su lado lo sostuvieron por los brazos para que no acabara de rodillas en el suelo.

  —¡NO TRATES ASÍ A MI HIJO! —estalló el ministro, apuntándole con el dedo. La furia destelleaba en sus ojos.

  —¿Quién te ha pedido que te entrometas? —le molestó a Leo, que por su voz se notaba que estaba bastante cansado.

  —¡Tú te callas! —le ordenó, y volvió a mirar a Zarco—. Soltadlo.

  —Pero ministro…

  —¡Es una orden!

  Los hombres que sujetaban a Zarco se miraron con indecisión. Sin otra opción más que la de obedecer, dejaron a Zarco arrodillado en el suelo.

  —Por favor, Rewon —suplicó Moony, que fue retenida por el tercer hombre del ministro.

  Rewon agarró a Zarco de la camisa y lo levantó con facilidad.

  —Te lo voy a dejar bien claro, Zarco. Nunca me caíste bien y detesto bastante tu comportamiento, pero gracias a Rodric, a Moony y a mi querida esposa, vi el gran hombre que se escondía tras la fachada de porquería que tenía ante mis ojos. ¡Así que compórtate como tal, porque no eres el único en esta sala que está sufriendo por ella, ¿entendido?!

  Soltándolo de un empujón, Zarco lo miró con desprecio. A Rewon no le dio tiempo a reaccionar cuando Zarco le agarró de la chaqueta.

  —¿Y cómo crees que me siento al verla así y veros aquí? —gritó, mientras los hombres de Rewon intentaban separarlo de él—. ¡¿Cómo?!

  —¡Zarco! —se angustió Moony.

  —¡Sé de sobra que solo vendríais si se tratara de algo de suma gravedad! —añadió. El tercer hombre del ministro corrió a ayudar a sus compañeros—. ¡¿Cómo quieres que me comporte si me la encuentro inconsciente y no sé qué es lo que está pasando?!

  Tirando con fuerza de ambos, los hombres del ministro por fin los separaron. Moony aprovechó ese instante para interponerse entre ellos, antes de que sus sentimientos volvieran a descontrolarse de nuevo.

  —¡Ya basta, por favor! —les suplicó, con las manos puestas en los pechos de ambos.

  El ministro retomó la calma con lentitud y Zarco recobró la sensatez. Ambos se miraron; Rewon desvió la mirada a un lado, pues no estaba nada orgulloso de su comportamiento, y Zarco se sintió abochornado, pues, aparte del mal comportamiento que acababa de tener delante de Moony, fue consciente de las tantas normas que se había saltado.

  —¿Acaso Rodric no te ha dicho en qué estado se encuentra Nathaly? —preguntó Rewon extrañado.

  —No —contestó Zarco.




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