El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 18 — La Estirpe Curativa.

  Era una noche oscura y Nathaly no podía moverse. A sus espaldas había un extenso y frondoso bosque rodeándola, y bajo sus pies el terreno carecía de la verde vegetación que solía haber en todos los rincones del Zafiro Esmeralda. La luna, que estaba en lo alto del cielo mirándola, apenas brillaba al estar en su máximo menguante.

  —Es inútil —escuchó a lo lejos.

  Una mujer salió de entre las sombras de una cueva que había frente a ella. Llevaba un vestido igual de negro que su capa, la cual tapaba su cuerpo y su cabeza, y de no haber sido por su voz, no la hubiera reconocido. De su rostro solo se le veían los labios y parte de su largo y negro cabello.

  Nathaly quiso decir algo mientras intentaba moverse, pero nada salió de sus labios. La mujer, que se paró a los pocos pasos, le sonrió con malicia y satisfacción.

  —Morirás igualmente —dijo en tono burlón, y emitió una tranquila y profunda risa a continuación.

  —Nigrián. —Despertó Nathaly, incorporándose en la cama de golpe.

  Nathaly miró a su alrededor y se dio cuenta de que solo había sido una pesadilla. Abatida, cerró los ojos y recordó sin querer lo que sucedió el día anterior, antes de quedarse dormida en brazos del gobernador. El pensamiento de que Nigrián no tardaría en volver y terminar lo que había dejado a medias hizo que su cuerpo fuera sacudido por un repentino escalofrío de terror.

  Nathaly negó con la cabeza mientras se esforzaba en calmarse. El gobernador tenía razón. Ella no era su objetivo, sino Leo. El mismo Leo que destruyó todos sus recordatorios y no le había dado ni una mísera disculpa. ¡Rayos! ¿Por qué lo había ayudado? ¿Por qué actuó de ese modo? ¿Por qué... la ayudó? Porque él también hizo todo lo que estuvo en sus manos para salvarla. Estuvo a su lado todo el tiempo, a pesar de lo cansado que estaba y de lo poco útil que sería.

  Nathaly cerró los ojos y se esforzó en olvidarse de todo antes de deslizarse hasta el borde de la cama. A punto de sacar los pies, vio que había un puma negro acurrucado en el suelo. Fue tal el susto que se llevó que, en un abrir y cerrar de ojos, acabó de pie en la cama.

  Al ver que el puma no se había levantado, Nathaly se asomó con cautela. Cuando vio que seguía durmiendo, se tranquilizó. «Un momento. ¿Y si es una cara del mal?», saltó en su mente con horror. Entrando en tensión de nuevo, no tardó en darse cuenta de que era imposible, porque las caras del mal no dormían, y que fingieran dormir tampoco tenía sentido. Lo que sí tenía claro es que no era un animal, ya que sentía algo familiar proviniendo de él. Algo que le recordaba a...

  —¿Tío Zarco?

  Bajándose de la cama, Nathaly se arrodilló frente a él y lo observó por unos segundos antes de posar la mano en su cuerpo y agitarlo con mimo. Cuando sus ojos de color ámbar la miraron, supo de inmediato que era él. Eso solo podía significar que esa era su conversión. ¡Y menuda conversión! Lo que se tuvo que contener para que sus dedos no acabaran en él. ¿Por qué no se la había querido enseñar antes? No era tan horrible como decía.

  Con bastante pereza, el puma se puso de pie y se estiró, agachando la parte delantera de su cuerpo mientras cerraba los ojos y abría la boca. Paladeando con lentitud, se deshizo la conversión y Zarco volvió a su aspecto original. Aún adormilado, se sentó en el suelo y apoyó la espalda en el lateral de la cama con suavidad.

  —¿Qué hacías durmiendo en mi habitación, tío Zarco? Me has dado un susto de muerte.

  —Pequeña luna, no uses la palabra muerte a la ligera —se quejó sin ganas—. Que sea algo típico de decir en el mundo humano no significa que aquí también lo sea.

  —Lo siento. Perdona. Y deja ya de llamarme pequeña luna —protestó con fastidio.

  Zarco tiró de ella y la arropó entre sus brazos.

  —Quizá cuando deje de quererte —le confesó al oído.

  Nathaly lo empujó por el pecho y lo miró.

  —Eso nunca pasará —dijo en tono serio.

  Zarco dibujó una tierna sonrisa en su rostro, algo muy atípico en él.

  —Te ves muy guapo cuando sonríes, tío Zarco. Deberías hacerlo más a menudo.

  —Y tú deberías ser mi pequeña luna para siempre, pero el tiempo no es algo que esté en mis manos, por desgracia.

  Nathaly sonrió con ternura y acarició sus mejillas con cariño.

  —¿Cómo es capaz de decir la gente que eres frío y espeluznante? —comentó.

  —Es el efecto que siempre he conseguido en los que no se molestan en conocerme.

  —Por cierto, ¿por qué estabas durmiendo en mi habitación?

  —Rodric me pidió que no te dejara sola esta noche.

  —¿Y por qué has dormido en el suelo? Haber dormido en la cama.

  —Nathaly, ¿cómo se te ocurre? —se molestó—. Soy un hombre, y tú te estás haciendo toda una mujer.

  —Oh, vamos, tío Zarco, sé que no tienes intenciones pervertidas y que mantendrías las distancias. Ah, ah —posó el dedo índice en sus labios para evitar que soltara su próxima protesta—. No intentes engañarme. Nosotros no tenemos hormonas que provoquen situaciones indebidas.

  —No sé qué es eso de hormonas o intenciones pervertidas, pero no es digno que un hombre y una mujer que no están casados ni prometidos compartan la misma habitación.

  —En serio, para algunas cosas sois algo exagerados.

  —¿Qué ves de exagerado?

  —Por favor, tío Zarco. Vosotros no sois como los humanos. Ni siquiera existe la palabra pervertido. Ni violación, ni asesinato, ni robo, entre muchas otras más. Las mujeres no son ni acosadas ni forzadas y hay muchísimo respeto por ambas partes. Además, para mí eres como mi segundo padre. ¿Por qué debería de haber diferencia entre dormir con mi padre y dormir contigo?

  —Porque sí. No hay más que discutir.

  Nathaly se cruzó de brazos y le otorgó una mirada exigente.

  —Nathaly, no me siento cómodo. No me fuerces a hacer algo que no quiero, por favor.




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