El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 19 – Parte 3

  —¿Por dónde me he quedado? —comentó Nathaly a seguir—. Ah, sí, aquí. «Protegedlas al igual que protegeréis al guardián del Zafiro. Si la leyenda del segundo heredero se cumple, el tercer heredero será condenado a morir en vida a manos del mal, y para liberarlo de esa condena será necesario que el guardián del Zafiro cumpla su leyenda, además de conseguir que no muera, sino que renazca. Recordad: sin el guardián, la llave quedará al alcance del mal, y si eso sucede, todos pereceremos bajo su manto». ¿Qué? —le faltó fuerza a su voz—. Gobernador, ¿la advertencia de la leyenda del heredero de Swarzof…? Se hizo realidad —concluyó, al recordar lo que le había contado Leo.

  —Sí. El segundo heredero fue engañado por Nigrián, que se aprovechó de sus sentimientos de rabia y frustración para convertirlos en odio y sed de venganza. Incluso le tentó a acabar con la vida de su propia alma gemela sin ser consciente de quién era.

  —Leo no me dijo que no supiera a quién iba a atacar.

  —No, no me refiero a eso, sino a que él no sabía que era su alma gemela. No, al menos, hasta que alzó el puñal negro frente a ella.

  —¿Un puñal negro? —se sobresaltó.

  —Sí, pero no llegó a clavárselo. Fue Nigrián quien lo hizo en su lugar.

  —Y cuando se dio cuenta de que el amor había destruido todos los sentimientos negativos que mantenían preso al segundo heredero, intentó arrebatarle el Zafiro, ¿verdad?

  —Así es. Me asombra ver lo bien que lo has entendido para el poco tiempo que Leo ha invertido en esta enseñanza.

  —Explica muy bien —se limitó a decir, pues no estaba muy contenta de admitir que, en el fondo, le agradaba más de lo que le gustaría—. Gobernador, yo… debería estar muerta, ¿verdad?

  —¿Muerta? ¿Por qué dices eso?

  —Los puñales negros son puro veneno para nuestras almas, y el que se clavó en mi brazo logró traspasar la barrera de mi aspecto. ¿Por qué, entonces, no acabó con mi vida? ¿O por qué no dejé de existir?

  —¿Quién te ha hablado sobre eso último?

  —Leo. En el reino de los elfos me explicó que, cuando mueres, tu alma no lo hace. Pero si morimos a manos del mal en lugar de morir de forma natural, no moriríamos, sino que dejaríamos de existir, porque no solo destruiría nuestro aspecto, sino también nuestra alma. Por eso decimos que él es el único que nos puede matar, ya que la muerte natural se considera una parte más de nuestra vivencia.

  —Este chico… —le fastidió a Rodric—. Olvídate de eso. No es tan fácil que nos destruyan. Solo aprende de tu error y no le des más vueltas.

  Nathaly acabó afirmando con la cabeza, no quedando satisfecha del todo con su respuesta.

  —Prosigamos con la lectura —le pidió Rodric.

  Buscando la línea por donde se quedó, Nathaly prosiguió:

  —«Dejad que el destino haga su trabajo y transmitid la leyenda del guardián a quien porte…».

  —Bien. —Le quitó el libro de las manos—. Con esto será suficiente por hoy.

  Nathaly se quedó perpleja. ¡Pero si no había terminado!

  —¿Y la leyenda del guardián del Zafiro? —preguntó.

  —Lo siento, pero esa leyenda tendremos que dejarla para más adelante.

  —¿Por qué? ¿Qué más da ahora que más adelante?

  —Si no recuerdas nada después de todo lo que has aprendido hoy, importa.

  —Pero si no es más que una leyenda escrita hace siglos. ¿Qué mal me va a hacer escucharla? No me diga que el guardián es mi alma gemela. —Abrió los ojos impactada—. No, no, no, no —negó nerviosa con la cabeza—. Seguro que es un hermano. Un primo. Un… un…

  Intentando calmar su agitada respiración, Nathaly miró al gobernador. La súplica que este vio a través de su mirada le pedía a gritos que acabara de una vez con su agonía.

  —Vamos a tomarnos un descanso —dijo Rodric, dejando el libro sobre la mesa—. Arwok acaba de aterrizar en el patio trasero. Seguro que tienes… muchas ganas de verlo —terminó diciendo perplejo, pues Nathaly se levantó de sopetón y salió corriendo—. Menos mal. Tendré que advertir a Leo de esto.

  Nada más salir de la sala de profesores, Nathaly fue a toda prisa hacia la puerta que daba al jardín trasero de Zhorton. Después de lo que sucedió, ¿cómo no dejarse llevar por la desesperación y correr a reunirse con él? Ni siquiera disminuyó el paso cuando lo vio a lo lejos.

  —¡Arwok! —Se abalanzó sobre él.

  Arwok, que elevó el morro a tiempo, dejó que Nathaly se hundiera en su melena para que disfrutara de la suavidad y el olor de su pelaje mientras se restregaba contra él. «Qué recuerdos», pensó el enternecido corazón de Arwok, que recordaba muy bien cómo Nathaly, cuando era pequeña, se tiraba horas tumbada sobre él solo para disfrutar de esa sensación.

  —Por favor, Nathaly, contrólate. Ni que no pudieras vivir sin mí.

  «Es que no puedo vivir sin ti —espetó—. ¡No vuelvas a irte sin decir nada!».

  —Lo que usted ordene, mi señora.

  «¿Cómo te encuentras? Desde que me dejaste en Zhorton para iniciar curso, no sé nada de ti. Me tienes abandonada».

  —Estoy bien. Y no digas eso. Sabes muy bien que jamás te abandonaría. ¿Qué tal estás tú? Ayer estaba muy intranquilo por ti al recibir la noticia de lo que te sucedió. Vine a verte de inmediato, pero el gobernador me pidió que viniera hoy porque te habías quedado dormida. Lo que no esperaba es que fuéramos a ir a…

  Al ver que Nathaly se estaba apagando en silencio, Arwok la animó a que lo siguiera hasta la sombra del árbol más próximo. Con un poco de tacto y mimo, consiguió que le contara todo lo que había sucedido.

  —¿Recordaste a Nigrián?

  «No —contestó Nathaly con desánimo—. Lo único que sé es su nombre, el temor que he de tenerle y que fue la culpable de la muerte de mis padres. Ni siquiera estoy segura de que su aspecto sea como el que he visto en la pesadilla que he tenido esta noche».




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