El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 20 — La hora de la verdad.

  Junto con el inminente amanecer del lunes, los últimos estudiantes fueron llegando a Zhorton. El murmullo de los saludos y los cuchicheos del fin de semana, que se extendieron por todo el patio delantero, terminaron despertando a Nathaly.

  —¿Todavía estás durmiendo?

  —Profesora Zoe —dijo Nathaly, frotándose los ojos.

  —Vamos, levántate y ponte algo decente. El director quiere verte ahora mismo.

  Nathaly se levantó y fue directa al armario. Tras ponerse unos vaqueros, la primera camisa que encontró y el jersey más grueso que tenía, Zoe ordenó al cepillo que fuera a peinarla. En cuanto Nathaly notó el primer tirón, echó a correr por toda la habitación como si no hubiera un mañana.

  Suspirando con pesar, Zoe hizo que el cepillo viniese hasta ella. Agarrándolo por el mango, le pidió a Nathaly que se sentara.

  —Si te hubieras quedado quieta… —dijo, mientras la peinaba a mano—. Moony te tiene muy mal acostumbrada.

  —La mayoría de las veces me peino yo sola.

  —Eso explica que siempre lleves el mismo peinado.

  —Usted lleva siempre el mismo peinado y le queda muy bien.

  Zoe, que la miró con su típica expresión de intriga carente de interés, se echó a reír al segundo con calma y dulzura.

  —No es de extrañar que te hayas ganado el amor del viejo gruñón de Zarco.

  —Mi tío no es un gruñón —protestó. Zoe volvió a reírse de nuevo.

  —Cariño, no sé qué significará para ti ser un gruñón, pero para nosotros es una persona de pésimo humor que tiene por costumbre ponerle impedimentos a todo.

  —¿Y lo de viejo es porque ha sido así durante muchos años?

  —Yo le conozco desde el primer día de curso y en eso te puedo asegurar que no ha cambiado nada. Venga, ve a lavarte la cara, que te están esperando.

  —Pues la señorita Moony no tiene esa opinión de él.

  —La señorita Moony es igual de dulce que tú. ¿Cómo no vais a tener otra opinión de él? Vamos, márchate ya a lavarte la cara. Hablaremos de esto otro día.

  Una vez que Nathaly estuvo lista, las dos se fueron al despacho del director. Una vez que el gobernador les dio permiso para entrar, la puerta de la derecha se abrió.

  —Vamos, Nathaly —la invitó Zoe a entrar.

  Afirmando con un gesto corto de cabeza, Nathaly pasó dentro, pero a los pocos pasos se paró. El gobernador no estaba solo, y eso no le cuadró.

  —Gracias por traerla, Zoe —dijo Rodric. Zoe asintió y se marchó—. Acércate, Nathaly.

  Nathaly avanzó hacia el grupo de sofás que había a la izquierda. Frente al gobernador había dos estudiantes que estaban sentados en distintas esquinas del sofá y, aunque estaban de espaldas a ella, reconoció al instante a uno de ellos por el color de su pelo. ¿Qué hacía Layla en el despacho del director? En cuanto vio que el otro estudiante era Leo, se le cayó el alma al suelo. Seguro que el gobernador ya estaba al tanto de lo que había sucedido el viernes con sus recordatorios. Por eso estaban todos allí.

  —Toma asiento con ellos, por favor —le pidió Rodric.

  Nathaly se sentó en el único hueco libre que había: el centro, entre ambos. «Genial. Ahora Layla tendrá un motivo más por el que odiarme», pensó Nathaly, decaída.

  —Bien —suspiró Rodric—. ¿Alguna quiere empezar a contarme por qué cree que está aquí? ¿No? Está bien. Voy a daros otra oportunidad con una pregunta más específica. ¿Alguna de las dos me puede explicar qué es lo que sucedió para que el álbum de Nathaly terminara en manos de decenas de estudiantes femeninas?

  Nadie contestó.

  —Nathaly, mírame —le pidió Rodric—. ¿Por qué tenías tu álbum de recordatorios fuera de tu habitación? ¿Pensabas enseñárselo a la señorita Layla?

  —No. —Agachó la mirada.

  —¿Entonces?

  —Fue… —se detuvo a pensarlo un instante—. Es que estaba viéndolo en mi dormitorio y alguien llamó a la puerta.

  —¿Y después?

  —Salí a ver quién era con el álbum en la mano, pero no había nadie, y como me pareció raro, salí al pasillo para revisar los alrededores. Entonces…

  —¿Entonces qué?

  Nathaly cerró los ojos y suspiró en silencio sin remedio. Estaba claro que no había forma de escapar de esto.

  —Para cuando quise volver a mi dormitorio, la puerta se cerró de golpe.

  —¿Se cerró?

  —Sí.

  —¿A quién le hablaste de este suceso?

  —Al profesor Zarco.

  —¿Revisó la puerta?

  —Sí.

  —¿Y? No, espera, no contestes. Dadme un momento. No os mováis.

  Desapareciendo entre un haz de luz, Nathaly no se atrevió a mirar a Layla, pues no sabía hasta dónde sería capaz de adentrarse en sus sentimientos gracias a su don. Los ojos eran como una puerta de acceso al interior de tu alma, y no había forma de contrarrestar eso sin un buen control de tus sentimientos. Menos mal que el gobernador no tardó nada en volver.

  —Perdonad por la espera. Leo, ¿Layla estuvo hasta el final de la última clase?

  —Pidió permiso para cambiarse de ropa.

  —¿Cambiarse?

  —Un pequeño accidente sin importancia —le aclaró.

  Nathaly lo miró de reojo. ¿Cómo sabía eso si su tío dijo que él estuvo en su clase los últimos diez minutos? Dudaba mucho que se marchara nada más irse Layla.

  —¿Entonces se cambió de ropa y volvió a clases, señorita Layla? —preguntó Rodric.

  —Eso pretendía hacer, pero las clases terminaron antes de que…

  —¡Haga el favor de no atreverse a mentirme en mi propia cara! —estalló Rodric, levantándose y apuntándola con el dedo.

  —Lo siento —agachó la mirada, sin avistamiento del más mínimo arrepentimiento en su rostro.

  Rodric bajó la mano sin dejar de mirarla con dureza.

  —¿Por qué no se limitó a volver?

  —¿A qué se refiere? —preguntó Layla con ligero temor.

  Cuando Rodric alzó la cabeza con suavidad, Layla se puso tensa al instante. Ya lo había hecho enfadar.




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