El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 20 – Parte 2

  —¿Que lo sienten? —saltó Rodric, avanzando unos cuantos pasos—. No, en realidad no lo sienten. ¡Ninguna! Porque hoy me escucharán y estarán de acuerdo conmigo, pero al rato volverán a seguir a ese absurdo sentimiento que les hace sentir que ninguna mujer, salvo ustedes, es digna de Leo. ¡Que ninguna se merece tanto su amor como se lo merecen ustedes! ¿Y saben cómo se llama ese sentimiento? ¡Amor propio! ¿Y saben lo que encierra el amor propio? Egoísmo. Y celos y envidia, y también rencor y odio —enumeró, sembrando el terror en todos los presentes—. Recapaciten. Reflexionen todo lo que necesiten. Mientras tanto, no quiero que ninguna mujer fuerce a Leo a nada. Y eso le incluye a usted, señorita Layla.

  —Yo no le fuerzo a que esté conmigo. Él lo hace porque quiere.

  —Bien, porque les aseguro que, a la más mínima queja de Leo, les pediré explicaciones al respecto. ¿Qué quiere añadir, señorita Valeria?

  —Disculpe —le tembló la voz al principio—. Es que pienso que muchas de nosotras no sabíamos que ese álbum y esos recordatorios eran de Nathaly.

  —¿Qué no lo…? —paró Rodric atónito—. ¿Cómo que no lo sabían? ¿Acaso Nathaly no les pidió que se lo devolvieran? ¿Acaso no dijo en algún momento que era suyo? Sí, sí que lo hizo, señorita Valeria, y el que no la escucharan, con lo cerca que estaba de todas ustedes, solo demuestra que se dejaron dominar por la avaricia.

  Todos emitieron una aterrada exclamación. La gente que estaba sentada se levantó de golpe, y muchos de los presentes, asustados, retrocedieron algún paso que otro.

  —Sí —confirmó Rodric—, es una palabra prohibida procedente de los humanos que describe a la perfección el sentimiento que las dominó. ¿Saben cuántos siglos llevamos sin tener que usar esa palabra? ¡Las elegidas hicieron enormes esfuerzos para erradicar ese sentimiento! Porque la avaricia, que nace por culpa de nuestra mancha original, es fácil de crear y difícil de eliminar. ¿Saben que nuestros antepasados más antiguos eran capaces hasta de pelearse por una simple muñeca de trapo? Díganme, ¿qué diferencia hay ahora entre ustedes y esos antepasados? ¡¿Qué diferencia?! ¡Porque yo no la veo! —Se tomó un par de segundos y añadió—: Espero que esto les haga reflexionar y cambiar de actitud, porque no quiero volver a ver un comportamiento como este en lo que me queda de gobierno. Señorita Layla, ¿tiene algo que decir de su comportamiento? ¿No? Está bien. No quiero exponerla más porque no sería lo correcto. Leo, ven aquí —ordenó.

  Leo avanzó al frente, parándose al lado de él.

  —Di lo que tengas que decir —dijo Rodric.

  —Me repugna lo que hicieron. Gracias a sus lindos actos no tuve más remedio que hacer algo que jamás debí hacer.

  Rodric se arrepintió de haberle dado la oportunidad de disculparse y Nathaly abrió los ojos de par en par. ¿Cómo que no tuvo más remedio? ¡Nadie le obligó a destruirlos!

  —¿Qué has querido decir con eso, Leo? —preguntó un chico de quinto curso.

  —¿Es que estás enamorado de ella? —preguntó una chica a su lado, extrañada.

  El revuelo que levantaron al instante las chicas de primer y segundo curso fue espectacular.

  —¡Silencio! —gritó Rodric—. ¡No lo puedo creer! ¿Es que mis palabras les han entrado por un oído y les ha salido por el otro? Esto es… es…

  El gobernador se llevó la mano a la boca y se dio la vuelta, en busca de la calma que estaba a punto de perder. Las chicas, abochornadas, se volvieron a sentar.

  —Pediré a algunos profesores que les hablen sobre el significado y las consecuencias de las palabras prohibidas que he mencionado hoy, a ver si así entran en razón. Y no, Bruck, no hay excepciones. Los de quinto curso también las darán. Por favor, volved a vuestros asientos. No vamos a retrasar más el desayuno.

  La gente se empezó a mover para volver a su lugar habitual. Nathaly se dispuso a hacer lo mismo, pero el gobernador la interceptó.

  —Nathaly, no quiero que te calles nada. Si Layla o cualquier otro estudiante te hace o te dice algo incorrecto, ven a decírnoslo a cualquiera de nosotros de inmediato. Al menos toma mi consejo hasta que puedas defenderte por ti misma. Ah, y una cosa más. El odio no genera nada bueno. No te empeñes en alimentarlo.

  —Lo sé —admitió, nada orgullosa.

  —Señor director —le susurró Zoe—, se olvida de lo otro.

  —¿Qué otro?

  —De las normas que tiene que comunicar.

  Rodric cerró los ojos con fuerza. ¿Cómo se había olvidado de eso?

  —Gracias, Zoe —expresó agradecido. A continuación, se giró hacia los estudiantes y dijo—: Atención, por favor.

  —Ve a sentarte, Nathaly —le pidió Zoe.

  —Disculpadme por retrasar una vez más vuestro desayuno, pero, debido a un suceso ocurrido este fin de semana, tenemos que imponeros nuevas normas hasta nuevo aviso.

  Los murmullos de los estudiantes, más confusos que nerviosos, no se hicieron esperar.

  —Por favor, tranquilizaos. No hay de qué alarmarse.

  —Con todos mis respetos, señor director, no pretendo ser entrometido, pero mi padre, que forma parte del frente mágico, volvió ayer muy tarde porque tuvo que hacer más horas de servicio.

  —El mío también.

  —Y mi madre.

  El alboroto que se levantó solicitando explicaciones al respecto engulló la voz del gobernador en cuestión de segundos.

  —¡Basta! —exclamó Rodric, consiguiendo que todos se callaran de golpe—. Recordad que ante todo sois almas blancas. Nosotros no enfrentamos los problemas de esta manera.

  Muchos, arrepentidos, agacharon la mirada; otros, en cambio, la mantuvieron puesta en el director, dispuestos a escuchar lo que tenía que decir.

  —Bien. Ahora que el temor no os domina y podéis tener la mente más clara para pensar, sí es correcto deciros que el sábado por la mañana dos estudiantes fueron atacados por Nigrián.




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