El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 20 – Parte 3

  Celia agarró su mano y la arrastró a la biblioteca. Una vez que preguntaron a la profesora Vicky dónde encontrar el libro que buscaban, los tres fueron directos al pasillo que les indicó.

  —Aquí —dijo Tom a medio camino—. Nathaly, ¿nos ayudarías a encontrarlo?

  —Claro —respondió, sin más remedio.

  De repente, Nathaly sintió algo que la empujó a mirar a las dos chicas que estaban buscando un libro a sus espaldas. Enseguida se arrepintió de haberlo hecho. La mirada que ambas le echaron fue de puro desprecio.

  —Qué pena que Leo destruyera todos esos recordatorios —dijo en voz alta la chica de pelo rizado.

  —Sí —afirmó en un suspiro su amiga rubia—, pero es lo justo, ¿verdad?

  Ambas se echaron a reír sin llamar demasiado la atención.

  —¿Cómo que es lo justo? —se encaró Celia con ellas—. ¿Pero cómo os atrevéis a ser tan repugnantes?

  Nathaly agarró a Celia del brazo y le suplicó con la mirada que parara. Qué poco le faltó para conseguir que cediera.

  —¿Cómo te atreves a decirnos algo tan horrible? —se enfadó la chica rubia, mientras su amiga se limitaba a abrir la boca ante semejante ofensa.

  —Celia —le advirtió Tom.

  —No, ni se te ocurra frenarme —le dejó bien claro. Volviendo a clavar la mirada en las chicas, les dijo—: Acabáis de demostrar un claro sentimiento proveniente de la venganza. ¿O acaso lo vais a negar?

  —Aquí lo único que se ha demostrado es tu descaro y tu impertinencia —dijo la chica rubia con desprecio—. No sé por qué te metes en nuestra conversación si no estábamos hablando contigo.

  —Por favor, chicas… —les pidió Tom.

  —Disculpaos ahora mismo por lo que habéis dicho hace un momento —clamó Celia.

  —¿Cómo te atreves a darnos una orden? —se ofendió la amiga de la chica rubia.

  —Eso que habéis dicho…

  —¿A qué viene tanto jaleo? —exigió saber Layla.

  —No te metas en esto, Layla —le advirtió Celia.

  —Layla, ¿a que tú nos apoyas? —dijo la chica rubia, lanzándose a ella con exagerada desesperación.

  —¿Sobre qué? —preguntó con antipatía.

  —Sobre el tema de los recordatorios que Nathaly tenía de Leo.

  —Eso no me interesa. Tranquilizad vuestros sentimientos u os echo de aquí.

  —Pero ella no tenía derecho a tenerlos —se apresuró a decir, mientras retenía a Layla por el brazo—. Tú también piensas lo mismo, ¿verdad?

  Layla posó sus ojos en ella. Su mirada, seria, distante y sin nada que decir, se parecía bastante a la que Leo solía tener a menudo. Lo único que le faltaba era su frialdad.

  —¿Verdad? —insistió la chica.

  —Ella aún no puede ni verlo sin que se le venga a la mente cómo destruyó lo único que le quedaba de su pasado. Solo de recordarlo hace que arda por dentro y, a pesar del dolor por lo sucedido, no es capaz de detestarlo ni un poco. ¿Te sigue pareciendo injusto o poco castigo para ella después de saber esto?

  —Nathaly —dijo Celia, con asombro y pena. Hasta Tom se compadeció de ella.

  Nathaly se contuvo para no acabar cerrando los puños con fuerza.

  —Solo está exagerando —dijo, mirando a Layla.

  —¿En serio? —dijo ella, a quien le resultó divertida su respuesta.

  Layla sonrió y se acercó a Nathaly con lentitud, forzándola a mantener las distancias hasta que se chocó contra la estantería que tenía detrás.

  —Vaya, ¡qué sorpresa! —exageró, ampliando su sonrisa—. ¿En serio crees que acabarás igual que todas las demás? Por favor, deja ya de engañarte. Ya no hay diferencia entre tú y todas las demás.

  Nathaly abrió los ojos de un modo casi imperceptible. No. No podía ser verdad. ¡No!

  —No me mires así. No te estoy mintiendo. Si no, ¿qué otra explicación habría? No puedes odiarlo por mucho que lo intentes, ¿verdad? Pero tranquila, no te culpo. Es lo que él provoca. Ya te acostumbrarás a pelear por él, como lo hacen todas las demás.

  —¿Igual que haces tú? —soltó sin pensar.

  Layla inclinó su rostro hacia ella y le susurró:

  —Si lo que quieres es que admita que estamos hechos el uno para el otro, no tienes más que preguntármelo. Te lo confirmaré encantada.

  —¡Layla! —saltó Celia, igual de estupefacta que Tom.

  Nathaly mantuvo la mirada en Layla, pues la ardiente y desagradable sensación que se paseó por su alma a la velocidad del rayo no le gustó en absoluto a su intuición. Su mente, desconfiada, no sabía qué pensar. ¿Se estaba burlado de ella o decía la verdad?

  —Te acabo de mentir —aclaró Layla con diversión—. En serio, ¿cómo no eres capaz de reconocer ni una simple mentira? De verdad, pensaba que eras la peor alma blanca que había visto en mi vida, pero en realidad eres la peor de toda la historia.

  La chica rubia y su amiga se llevaron la mano a la boca para controlar sus carcajadas.

  —En verdad me das pena —continuó Layla—. Seguro que en algún rinconcito de tus sentimientos piensas que eres capaz de ser como cualquiera de nosotros. Al igual que tienes la certeza de que Leo está arrepentido de lo que hizo ese día con tus recordatorios.

  —¡Layla! —le pareció el colmo a Celia.

  —Y eso que ni tu propia mente se lo cree.

  —Layla, cállate ya —le exigió Celia—. Te estás pasando un montón.

  Layla, que no le prestó la más mínima atención, sonrió a Nathaly con una mirada altiva y le dijo:

  —Deja que te aclare una cosa. Él jamás se arrepiente de lo que hace cuando se trata de mujeres. Jamás —recalcó.

  —No te creo —dijo Nathaly, que, a pesar de que una parte de sí misma estaba de acuerdo con ella, se quiso dar el gusto de no darle la razón.

  —El pasado es el pasado. Yo lo conocí muy bien y sé que tú le recuerdas de algún modo, pero él ha cambiado por completo.

  —¿Le recuerda? —llamó la atención de la chica rubia.

  —¿Se conocían? —se quedó perpleja su amiga.




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