El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 20 – Parte 4

  De inmediato, Moony revisó el cuerpo de Leo sin que su mano rozara su ropa. A los pocos segundos paró y cerró los ojos con frustración.

  —Este chico va a acabar con nosotros a base de disgustos.

  —Tenemos que avisar al gobernador.

  —¡Espera! —Moony agarró su brazo, evitando que se levantara—. No te molestes en ir a buscarle. Y tampoco a Zarco. Ambos se marcharon hace poco.

  —¿Y qué vamos a hacer?

  —¿Sería mucho pedir que me ayudaras? —preguntó, mientras le limpiaba las lágrimas con los pulgares.

  —Para nada. Dígame qué tengo que hacer y lo haré —dijo Nathaly con decisión.

  —Ve a la cocina y prepara algo de beber y de comer. Yo voy a buscar a alguien para que suba a Leo a la cama. Después iré a por un par de pociones. Si me demoro más de la cuenta, no te angusties y quédate con él.

  —Entendido.

  —Por cierto, Nathaly… Esta noche, si quieres, dormimos juntas —dijo Moony. Acercando su rostro al de ella, susurró—: Tengo algunos recordatorios tuyos con Arwok que me gustaría enseñarte. Son de hace unos años.

  Los ojos de Nathaly se abrieron de la impresión.

  —¿En serio?

  —Los tenía en mi álbum. Te los daré encantada si los quieres. Vamos. No perdamos más tiempo.

  Mientras Moony caminó hacia el pasillo del primer piso, Nathaly corrió escaleras abajo. Nada más entrar a la cocina, cogió un plato, un vaso y un par de cubiertos, y dejándolos en la encimera, fue a por dos tarros que contenían pan y pollo empanado. Una vez que los localizó, buscó otros dos más: gilkys y miel. Cuando sacó todas las bolitas que necesitaba, echó a un lado los tarros y lo transformó todo.

  Volviendo deprisa a su habitación, Nathaly se encontró a Leo tumbado en la cama. Preocupada, dejó el plato y el vaso sobre la mesilla de noche, se sentó junto a él y puso el dedo índice debajo de su nariz. Notar su respiración hizo que se quedara más tranquila.

  Nathaly todavía no comprendía por qué había absorbido sus sentimientos si no eran positivos. Y también le resultaba extraño que, a diferencia de veces anteriores, no le hubiera gritado o llenado de reproches. Quizá cuando despertara lo haría, pero…

  Nathaly suspiró. Con reproches o sin ellos, había sido muy valiente por su parte hacer la locura que había hecho, aunque ni muerta se lo admitiría. ¡Él había sido el motivo por el que había perdido todos sus recordatorios! ¡Él…!

  —Los recordatorios —murmuró, al acordarse de las palabras de Arwok.

  Levantándose, Nathaly salió en silencio de su habitación y fue directa al pasillo que llevaba a los dormitorios de los chicos. Asomándose con cautela antes de adentrarse, revisó bien los alrededores.

  Acelerando el paso sin llamar mucho la atención, buscó el nombre de Leo después de pasar unas cuantas puertas. Como alguna vez lo había visto entrar, sabía más o menos por dónde buscar.

  —Aquí está —comentó en voz baja, antes de que la puerta se empezara a abrir.

  Nathaly echó un rápido vistazo a los alrededores antes de pasar dentro. Agarrando la puerta para que no se abriera más, la cerró con cuidado y respiró aliviada. Un momento. ¿Cómo es que la puerta se había abierto ante su presencia? ¡Las puertas de los dormitorios no se abrían a cualquiera! ¿Acaso él…? ¿De verdad él…? ¡¿En serio aceptaba que entrara en su habitación?!

  Por mucho que lo repasara en su mente una y otra vez, Nathaly se negaba a creer que tuviera su permiso para entrar. Hablábamos de Leo, no de un chico cualquiera. No obstante… estaba dentro. En su habitación. En el único lugar donde se debía sentir seguro. El único donde ninguna chica sería capaz de entrar.

  Recordando por qué estaba allí, corrió hacia la mesilla de noche más próxima para revisar sus cajones. Lo único que se encontró en el primero fueron libros, hojas sueltas, una pluma, un tintero, unas monedas de oro y de plata, un pañuelo con las iniciales L.S. bordadas en azul claro y una pequeña caja azul marina de tacto aterciopelado que parecía un cofre en miniatura. Sintiendo curiosidad por saber qué había dentro, lo agarró y lo abrió. En su interior había un fino anillo de diamantes y zafiros del que se enamoró al instante.

  —Qué bonito —se derritió.

  Un momento. ¿Qué estaba haciendo? Sacudiendo la cabeza, lo dejó de nuevo en su lugar y siguió con la exploración. Como en los otros dos cajones no había nada interesante que ver, se fue directa a revisar la otra mesilla de noche.

  Nathaly encontró en el primer cajón un par de dagas de plata con acabados en oro y un diamante incrustado en el extremo del mango. En el segundo había otro tipo de armas: puntas de flechas de plata y acero, diferentes tarritos con flores y hojas, y algunas bolas de acero, las cuales eran muy útiles si tenías la destreza necesaria para convertirlas en pequeños puñales de unos ocho o diez centímetros de tamaño. También había unos recipientes redondos y bajos que contenían veneno, somnífero, aceite de pimiento escorpión y polvo de escamas de dragón. Se utilizaban sobre todo con las flechas, y los conocía todos porque fue una de las cosas que el gobernador le enseñó.

  Aburrida de ver lo que estaba viendo, Nathaly cerró el cajón y abrió el último, el cual contenía nada más y nada menos que un álbum. ¡Un álbum! Cogiéndolo aprisa, se sentó en la cama y lo abrió. Al ver los recordatorios de las dos primeras páginas, se decepcionó. No era su álbum, sino el de Leo.

  Cerrándolo y guardándolo en el cajón, Nathaly se fue directa al armario, dispuesta a revolverlo todo si era necesario. Pero nada más abrirlo, se sorprendió. Y no porque estuviera todo patas arriba, ¡sino porque había un orden ahí dentro que ningún chico de catorce años mantendría jamás! Los trajes para la escuela los tenía colgados a la izquierda con el mismo espacio entre uno y otro; la ropa que se ponía los fines de semana, junto con unos trajes más elegantes, los tenía a la derecha del mismo modo; y cómo no, en el centro, justo en la pared, había colgadas todo tipo de armas: dagas de diferentes tamaños, dos espadas cruzadas, una lanza de metal parecida a las que utilizaban los romanos, dos arcos de distinta madera y dos aljabas de cuero, una con flechas de astil de acero y plumas de color rojo, y la otra con flechas normales cuyas plumas eran de tres colores distintos: azul eléctrico, verde escarlata y rojo fuego. Y por haber, había más armas, pero Nathaly ya estaba cansada de ver tantas en un espacio que no cumplía la función de armería. ¿Qué tipo de obsesión retorcida tenía este chico? Entendía que Nigrián era una amenaza para él al tener el destino que tenía, pero ¿de verdad era como para tener todo un arsenal en su habitación? Qué espeluznante.




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