El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 21 – Parte 2

  Despertando con el frío pegado a su piel, Nathaly percibió por la ligera oscuridad que la rodeaba que pronto amanecería. Aunque todavía era temprano para levantarse, necesitaba entrar en calor, así que, abrazándose a sí misma nada más salir de la cama, tomó ropa limpia, una capa gruesa y se marchó directa al baño de las chicas.

  Dejando la ropa limpia en uno de los muchos huecos que había en la pared, se desvistió, se metió en el agua, apoyó los brazos sobre el borde y, posando la barbilla sobre ellos, bajó los párpados. El agua, que estaba en su punto, empezó a hacerle efecto enseguida, pero al poco rato se dio cuenta de que esa sensación placentera solo había sido pasajera. Saliendo del agua, se secó y se vistió. Enseguida se dio cuenta de que algo no cuadraba. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no entraba en calor?

  Subiendo las escaleras con la idea de ir en busca de su tío, Nathaly se paró en medio de la entrada para ponerse la capucha y taparse bien con la capa. Casi se muere del susto cuando se dio cuenta de que, justo a su derecha, había algo agazapado en el suelo.

  —Leo. —Se llevó la mano al pecho y cerró los ojos por un momento.

  Leo, que se encontraba sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared y el brazo apoyado en la única pierna que tenía flexionada, abrió sus ojos un par de segundos después. Mirándola de reojo, terminó por girar la cabeza y preguntarle:

  —¿Se puede saber por qué llevas un buen rato sintiendo frío?

  Nathaly se fijó en el cansancio que arrastraba su rostro. Su mirada era menos espesa que de costumbre, sus ojos carecían del brillo que solían tener, y su…

  —Deja ya de analizarme —interrumpió sus pensamientos—. Estoy bien. Solo es falta de descanso.

  —¿Estás seguro de que te encuentras bien? No parece que hayas dormido en toda la noche.

  A Leo le pesaban los párpados, pero eso no le impidió volver a clavar en ella su mirada.

  —¿Por qué te preocupas tanto por mí?

  —No lo sé —contestó con sinceridad.

  —¿No lo sabes?

  Nathaly negó con la cabeza.

  —¿Me quieres?

  —¿A qué te refieres con quererte? —preguntó, pues su instinto le dejó claro que no se refería a lo mismo que estaba pensando.

  Leo la miró con detenimiento.

  —¿Me amas?

  Nathaly intentó descifrar adónde quería llegar con ese interrogatorio. Su instinto seguía tozudo en que barajaba otras opciones distintas a un amor romántico.

  —¿Cómo puede ser que de un día para otro hayas cambiado tu manera de pensar? —le extrañó a Leo—. ¿Qué es lo que te has tomado?

  —¿Yo? Pero si aún no he desayunado —comentó Nathaly perpleja.

  —Me refería a qué habías hecho para desbloquear tus sentimientos —le irritó a Leo—. Da igual.

  Leo cerró los ojos y apoyó de nuevo la cabeza contra la pared. No tenía fuerzas para seguir con esa conversación. No cuando su mente no estaba dispuesta a pensar con claridad.

  —¿Me darías la mano? —le preguntó Leo segundos después, mientras le ofrecía la suya—. Te daré calor a cambio de un poco de tu magia.

  —Pero si solo se puede intercambiar una misma cosa —comentó Nathaly extrañada.

  Leo, que tardó en mirarla, se limitó a estudiarla más allá de sus ojos. Nathaly retuvo las ganas de poner los ojos en blanco. ¿Qué es lo que se esmeraba en encontrar? Seguro que no lo sabía ni él.

  —Estás demasiado cansado y no piensas con claridad. Vamos, levanta. —Nathaly lo tomó del brazo—. Te acompañaré a tu habitación.

  Sin fuerzas para protestar, Leo hizo el esfuerzo de ponerse de pie, pero sus piernas le fallaron enseguida. Por eso Nathaly cargó el brazo de Leo en su hombro, lo agarró de la cintura y lo ayudó. Como Leo no mostró interés alguno en librarse de ella después de que se levantaran, lo acompañó a su habitación. ¡Lo que se alegró de que llegaran a la puerta sin que se cayeran al suelo ni una sola vez! Bueno, de eso y de que fuera lo suficiente temprano como para que todos siguieran durmiendo. Lo que no se esperó es que, a unos solos pasos de la cama, Leo se fuera a desplomar. Menos mal que el pequeño y repentino sentimiento de pavor que acompañó a la mención de su nombre fue suficiente para que reaccionara de inmediato.

  —Aguanta un poco más —dijo Nathaly—. Un poco más y llegamos. Espera, no te sientes de golpe. Te ayudo. Con cuidado. Eso es.

  Respirando aliviada, Nathaly se sentó a su lado y observó su rostro.

  —¿Seguro que estarás bien si te dejo aquí solo?

  —¿Acaso quieres dormir conmigo?

  —Muy gracioso —contestó con fastidio.

  —¿Dónde ves que haya sido gracioso? Todavía no has conseguido estabilizar tus sentimientos, ¿no?

  Nathaly puso los ojos en blanco y soltó un cansado suspiro. ¿Leo dejándose llevar por ella y hasta teniendo ánimos para bromear? Estaba claro que la falta de descanso le estaba pasando factura a su mente.

  —Túmbate y descansa —le dijo—. Iré a avisar al gobernador.

  En cuanto Nathaly se levantó y le dio la espalda, Leo la tomó de la muñeca y dejó que su mano se deslizara hasta atrapar sus dedos. Antes de que Nathaly entendiera qué es lo que tramaba, Leo le plantó un tierno beso en el dorso.

  —¿Qué haces? —saltó impactada, apartando la mano de un tirón.

  —Tráeme algo de comer cuando vengas a despertarme. Y recuerda este momento cuando la prepares.

  —¡Pero si yo no he dicho en ningún momento que volveré! —protestó avergonzada.

  —Algo de beber y lo que quieras de comer, por favor —dijo antes de tumbarse.

  —Pero si ni siquiera he pensado en… ¡Leo! —Le molestó que le diera la espalda.

  Quitándose los zapatos, Nathaly se subió a la cama y le zarandeó con más protestas saliendo de su boca. En lugar de que él la sermoneara con una de sus enfadadísimas contestaciones, se dejó caer en el colchón y se quedó tumbado boca abajo. Nathaly, de mala gana, se rindió. «Aprovechado», pensó, mirándolo con desaprobación. Al poco se le escapó una pequeña sonrisa. Si al menos fuera así de tierno todo el tiempo…




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