El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 21 – Parte 3

  —¿Que yo te besé en la mano? —reclamó enfadado—. ¿Qué es lo que me diste?

  —¡Pero si yo no te di nada! —le pareció increíble su acusación—. Oye, Leo, sé que ser una mujer no ayuda, y más cuando no recuerdas qué pasó, pero yo jamás me aprovecharía de ti por muy enamorada que estuviera.

  —No sabes lo que mi don es capaz de hacer.

  —¿Tu don es el que provoca que las chicas se enamoren de ti? —la sorprendió.

  Leo se relajó. Esas palabras no habían sido creadas por sus sentimientos, sino por su lógica.

  —No de manera directa —contestó, sentándose y tomándose el trozo de comida que aún sostenía entre los dedos—. Por alguna razón, mi don no está… —dejó la frase en el aire y pensó en ello.

  —¿Funcionando como debería?

  Leo la miró. ¿Lo estaba comparando con un invento humano llamado máquina? Cogiendo otro trozo de comida, pensó que no era una mala comparación. Pero cuando estaba a punto de llevárselo a la boca, se paralizó. ¿Qué hacía hablando con ella de un modo tan abierto? Mirando la comida, se planteó si sería a causa del sentimiento con el que había sido creada. Al descartar esa opción por el poco tiempo que había pasado desde el primer mordisco, pensó que quizá tendría algún tipo de poción. Queriendo comprobarlo, se tomó el trozo que aún sostenía entre sus dedos y lo saboreó. No había nada raro.

  —¿Leo? —preguntó Nathaly preocupada.

  Leo la miró, sumergido aún en sus pensamientos.

  —Sí, algo así —contestó—. Siéntate, por favor. Estoy harto de desconfiar de ti por hoy. —Tomó otro trozo de comida.

  —Gracias. —Se sentó a su lado—. Entonces… ¿es por eso por lo que tu don, en lugar de hacer lo correcto, genera un efecto extraño?

  —Algo así. Y no preguntes más. Es mejor que no entre en detalles. A fin de cuentas, tu explicación es más sencilla de entender.

  —¿Y por qué el error de tu don no me afecta, como a todas las demás?

  —Nathaly, hablamos de un don, no de eso a lo que llamas máquina.

  —Pero es un error, mire por donde se mire, porque no funciona como debería.

  Leo suspiró con pesar. No había sido tan buena idea permitirle esa comparación.

  —¿Qué más da el porqué? —le dijo, con voz agotada—. Alégrate de no estar afectada. Si lo estuvieras, no te permitiría estar cerca de mí.

  Preocupada, Nathaly agachó la mirada.

  —¿De verdad crees que no lo esté?

  —¿Lo dices por tu cambiante necesidad de estar conmigo?

  —¿Cambiante?

  —Tu lógica es poderosa —contestó sin mucho interés, mientras cogía otro trozo de comida—. Si no, tu necesidad sería constante.

  —Entonces eso quiere decir que…

  —Tú misma has dicho que mi don no te afecta. —Terminó de masticar y tragó—. No sé a qué viene tanta duda.

  —Pues porque quizá…

  —¿Quieres salir de dudas? —Sacó un pañuelo de su bolsillo y se limpió los dedos.

  —¿Salir… de…?

  Antes de que lograra terminar la frase, Nathaly emitió un inesperado chillido, pues Leo la agarró del brazo, tiró de ella y, tomándola de la cintura, la inclinó hacia atrás. Para cuando Nathaly quiso enterarse de lo que pasaba, él ya la había tumbado en la cama, y sus rostros estaban a tan poca distancia que Nathaly pudo ver al detalle sus bonitos ojos marrones.

  Embobada con algo que ni ella misma lograba entender, Nathaly se dio cuenta de que la mirada de Leo era tranquila, algo más que extraño tratándose de él. Por eso, y por tener la mirada perdida en sus ojos mientras pensaba en todo y en nada, no vio venir su siguiente movimiento, que fue deslizar el pulgar con suavidad por su labio inferior. Impactada, no tardó ni medio segundo en apartar su mano de un manotazo y empujarlo del pecho con fuerza.

  De nada le sirvió.

  —Si estuvieras afectada por mi don, no hubieras hecho nada para evitar que te besara —dijo Leo.

  —¿Y lo hubieras hecho si no te hubiera frenado? —saltó en tono agudo.

  Leo la levantó y la soltó. Mientras dejaba que Nathaly se tranquilizara un poco, tomó otro trozo de comida.

  —Quienes caen bajo el efecto de mi don no son capaces de resistirse a nada de lo que haga. Y no hacía falta besarte, solo hacer que creyeras que lo haría.

  —Ya —no la convenció—. Espera. ¿Me estás diciendo que las que creen estar enamoradas de ti seguirán así toda su vida?

  —Más bien hasta que encuentren a su alma gemela y ambos se correspondan.

  —Pero eso no sucederá si creen que están enamoradas de ti.

  —No sabes lo poderoso que es el amor entre almas gemelas.

  Nathaly se dio por vencida ante su afirmación, mostrando un claro disgusto al respecto en su rostro.

  —¿Tú también crees en eso? —le amargó hasta preguntarlo.

  —¿En qué? ¿En las almas gemelas?

  —Sí.

  —A mí eso no me interesa.

  A Nathaly poco le faltó para parpadear de perplejidad.

  —¿Por qué?

  —¿A qué viene tanto interés? —le preguntó con una pizca de curiosidad—. ¿Acaso quieres que te convierta en mi esposa?

  —Tú no estás interesado en mí en absoluto —contestó ante semejante chiste. Su sonrisa pronto se esfumó—. Porque no lo estás, ¿verdad?

  —Empiezo a estarlo con solo pensar que podría comer estas delicias tres veces al día, todos los días.

  —Pues yo no estoy interesada en ti en ese sentido. —Se cruzó de brazos para dejárselo bien claro.

  —Eso tiene fácil solución. Tengo el don de los sentimientos. Hacerte feliz no sería difícil para mí.

  —Deja ya de jugar conmigo. Tú nunca harías eso.

  Leo la miró inmóvil durante un par de segundos.

  —¿Cómo puedes estar tan segura?

  —No lo sé, pero lo estoy.

  Leo volvió a quedarse inmóvil de nuevo, con la mirada fija en sus ojos. Su interés en el tema desapareció igual de rápido de lo que demoró en tomar el vaso, del cual bebió un generoso trago.




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