El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 22 — Mariposas de oro.

  Nathaly no se esperó que Leo se comiera cinco platos más. ¡Cinco platos más! En serio, ¿dónde metía tanta comida? Y encima quería más.

  —Leo, ya has comido bastante —intentó razonar con él—. Aguanta hasta la hora de cenar, por favor.

  Era la segunda vez que tenía que negarse a prepararle más comida. ¿Qué iba a hacer si no cedía? No podía huir. La tenía acorralada contra los armarios de la cocina, y cada vez estaba más cerca.

  —Está bien. Tú mandas —dijo Leo, dándole un respiro al fin—. Eso sí, mantén nuestro trato en secreto.

  —¿Por qué?

  —Me pregunto qué diría tu querido tío Zarco si se llegara a enterar.

  —No estarás pensando en contárselo, ¿verdad? —se asustó.

  —Si el gobernador o Moony se enteran, él lo sabrá tarde o temprano. Y si se lo cuentas a Tom o a Celia, no puedo asegurarte que no llegue a oídos de Zarco. ¿Así lo entiendes mejor? —Nathaly afirmó con rapidez—. Bien. No perdamos más tiempo, entonces.

  Nathaly lo siguió hasta la sala de profesores. Una vez dentro, Leo le señaló una pila de libros que yacían encima de la mesa que había al fondo. Mesa que, por cierto, tenía diez bonitas sillas de estilo barroco a juego.

  —Esos son para ti.

  —¿Para mí? —no entendió.

  —No los he elegido yo, sino el gobernador. Me encontré con él de madrugada y me pidió que te los entregara.

  —Ah…, es verdad —cayó en la cuenta—. ¿Y qué libro leo primero?

  Con pereza y pesar, Leo dio media vuelta y se acercó a ella. Tomó su mano, le estampó los labios en el dorso de la misma y, después de un par de segundos, la soltó.

  —Hoy durará, pero no todo el día. Te recomiendo que, al terminar la última clase, te vayas directa a un lugar tranquilo donde te mantengas lejos de los demás.

  —Espera, Leo. Solo una pregunta más.

  —¿Solo una? —Levantó una ceja, escéptico.

  —Sí. ¿No puedes hacer que…?

  —No, no voy a hacer lo mismo más tarde. Y sí, bloquearé tus conexiones cada mañana, si es lo que deseas, pero solo hasta que remita.

  —Pero…

  —Para dejar de sentir con intensidad los sentimientos de los demás, debes dejar que todo vuelva a la normalidad. No intentes buscar atajos donde no los hay, ¿entendido?

  —Sí —afirmó Nathaly con resignación.

  —Pues basta ya de preguntas y a leer.

  Subiendo los dos escalones, Leo se dirigió a la estantería que había en la pared de la izquierda. Mientras él buscaba lo que necesitaba en ella, Nathaly le echó un vistazo a los que debía leer. Sus títulos eran: El arte de los sentimientos: amar; El arte de los sentimientos: odiar; Los dones más comunes y los menos conocidos; Los sentimientos y el sexto sentido; Conexiones entre alma, sentimientos y pensamientos; y, por último, Las tres razas mágicas: los sentimientos y necesidades de cada una.

  Nathaly los cargó contra su pecho y bajó las escaleras con cuidado. Giró a la izquierda, se dirigió hacia la chimenea y los dejó sobre la mesa de centro que había enfrente de la misma. Sentándose en el sofá que había detrás, tomó Los sentimientos y el sexto sentido y le echó un vistazo a las últimas páginas. ¿Casi doscientas? Y eso que era el menos grueso de todos.

  —Deja de lamentarte y empieza ya a leer —dijo Leo, mientras se sentaba cerca de ella.

  Con muy pocos ánimos, Nathaly abrió el libro y empezó a leer, pero, antes de que acabara el primer párrafo, su vista se desvió hacia Leo. Al ver cómo revisaba las páginas de dos libros que flotaban en el aire, se quedó perpleja. ¡En cuestión de segundos se estaba leyendo una sola página!

  —¿Qué? —saltó Leo irritado, al darse cuenta de que Nathaly no apartaba la mirada de él.

  —¿Cómo…?

  —Solo estoy haciendo un repaso —la interrumpió, y volvió a fijar la vista en las páginas—. Deja de distraerte o no terminarás nunca.

  —Lo siento.

  —Y vete quitándote esa manía de disculparte por todo. No haces más que menospreciarte a ti misma, además de crearme un sentimiento asqueroso de superioridad que no casa conmigo.

  —Querrás decir pega.

  —Casa, de casar. ¿Qué es eso de pega? Qué palabra más rara —dijo Leo, antes de volver a su lectura.

  Nathaly reprimió una risa y siguió leyendo. Lo primero que mencionaba Los sentimientos y el sexto sentido era que los sentimientos se dividían en positivos y negativos. Los positivos partían del amor y los negativos del odio; dos, al igual que en el mundo humano, ¿no? Pues no. Había un tercero: los neutrales, que eran naturales del alma. Unos sentimientos que los humanos llamarían instinto.

  La reacción, la cautela y la atención eran los sentimientos neutros más importantes. Su finalidad era la de abrir todas las conexiones necesarias para sobrevivir, conectando al mismo tiempo con los sentimientos y la lógica, que, al quedar a merced de las decisiones del alma, se equilibraban con ella les gustase o no. Por eso, gracias a los neutros, las almas blancas ejecutaban sentimientos más precisos en situaciones que requerían de una rápida intervención, como, por ejemplo, defenderse de un ataque inesperado.

  Nathaly, que paró la lectura para pensar en ello, por fin entendió por qué su cuerpo había reaccionado de una manera ilógica al entrenamiento que tuvo en verano. Y también entendió por qué era capaz de aprender todo de nuevo con rapidez.

  —Leo…

  —No —la interrumpió con pereza, sin apartar la mirada del libro que estaba leyendo.

  —Pero si no te he preg…

  —Si existiera algún libro que te sirviera para aprender a utilizar alguno de los sentimientos neutros en tu propio beneficio, ya te lo habría dado como primera lectura.

  —Entiendo —la desilusionó un poco escuchar eso.

  Volviendo a la lectura, el tiempo pasó con más rapidez de la que le pareció. Zarco fue el primer profesor en entrar y romper el hermoso silencio que los mantenía concentrados, y nada más ver a Leo, fue directo a reprocharle que hubiera faltado a su clase. La respuesta de Leo no se hizo esperar: se levantó del sofá en silencio, caminó hacia la puerta y, sin despegar la vista del libro en el que estaba sumergido, se limitó a elevar su mano con pereza para hacer un gesto en círculo con sus dos primeros dedos. De inmediato, todos los libros que había esparcidos por la mesa volaron por el aire para colocarse de nuevo en su sitio.




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