El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 22 – Parte 2

  Nathaly los siguió con la mirada. ¿Qué habría entre ellos? ¿Serían hermanos? ¿Primos? ¿O quizá… almas gemelas? El rumbo de sus pensamientos cambió de golpe cuando Celia se agarró a ella con emoción.

  —¿Qué es lo que has hecho para convertirte en alguien importante para él? —le preguntó.

  —¿Yo?

  —Por las escamas de Záyamon —saltó Tom—, no me digas que tú eres uno de los alumnos que Nigrián atacó.

  Nathaly le tapó la boca de inmediato.

  —¡Shhh! —Echó un rápido vistazo a su alrededor—. Habla más bajo, por favor.

  —¿Qué pasó ese día? —le preguntó Tom en cuanto se libró de su mano.

  —¿Entonces ella y Leo fueron los alumnos que…?

  —Sí —la interrumpió Tom—. Nathaly…

  —Será mejor que nos demos prisa en llegar a clase —se apresuró a decir.

  —¡Espera! —exclamó Tom.

  —¡Nathaly! —añadió Celia.

  Nada más doblar la esquina, Nathaly frenó en seco.

  —Gobernador.

  —¿Qué ocurre, Nathaly?

  —Nada —titubeó.

  —Gobernador —dijeron Tom y Celia al mismo tiempo con sorpresa.

  —Buenos días —les saludó Rodric—. ¿Os importa que me lleve a Nathaly un momento?

  Tom y Celia se miraron entre sí.

  —No… —contestó Tom dudoso—. La esperaremos en clase. Con permiso.

  —Con permiso —repitió Celia, marchándose justo a seguir.

  —Vamos, Nathaly —dijo Rodric—. Habla conmigo mientras caminamos juntos.

  —¿Corto de tiempo?

  —Como de costumbre. Dime, ¿qué es lo que te inquieta?

  —Pues… —se sintió incómoda. Hablar de sus dudas habiendo gente alrededor…

  «Puedes hablarme a través de la mente. Yo me encargaré de proteger nuestra conversación».

  Nathaly, conforme, asintió.

  «¿Y bien? —la invitó a hablar—. ¿Qué es lo que quieres saber de Leo?».

  Nathaly lo miró sorprendida, pero enseguida agachó la mirada. Pensativa, se dio cuenta de la buena oportunidad que se le había presentado.

  «Tengo una duda sobre él, pero… no quiero preguntársela si es capaz de enterarse de lo que hablemos. Es que no quiero que se enfade conmigo, ni tampoco que se haga ideas erróneas».

  Rodric se paró en seco y la miró con extrañeza. Enseguida sonrió con alivio.

  «Si Leo no soporta a las mujeres no es porque lo sigan a todas partes, ni tampoco porque quieran saber hasta el más mínimo detalle de él».

  «Lo siento, pero no entiendo a qué se refiere».

  Rodric puso la mano en su espalda y la invitó a seguir caminando.

  «La desesperada necesidad de alejarse de cualquier mujer es a causa de los sentimientos que liberan».

  «¿Intenta decirme que él no es capaz de percibir los sentimientos positivos como nosotros, y que la razón por la que huye del contacto físico es porque le resultan desagradables para él?».

  «Bueno, yo no lo diría así, pero no sería un mal resumen».

  Nathaly entristeció. No sentir los sentimientos positivos tal y como eran debía de ser desolador. Pero…

  «¿Y por qué yo parezco ser la excepción?».

  Rodric se paró.

  «Cuando sepas la respuesta, ven y compártela conmigo, porque yo tampoco lo sé. Y ahora, con tu permiso, he de irme. Si tienes más dudas, hablaremos otro día de ellas. ¿Te parece?».

  Conforme, Nathaly afirmó con la cabeza.

  —Con permiso —se despidió de ella con una sonrisa.

  —Hasta luego, gobernador.

  Yéndose a clase, Nathaly no hizo más que pensar en El arte de los sentimientos: odiar, lectura que retomó en su habitación nada más terminar las clases. Hasta que el hambre no la invadió, no se dio cuenta de que se había pasado horas devorando una página tras otra. Hasta había creado una esfera luminosa en algún momento, y le había salido perfecta. Viendo la hora en su reloj, se alegró de que ya fuera la hora de cenar.

  Saliendo de su habitación, Nathaly decidió seguir leyendo de camino al comedor. Antes de que doblara la esquina del pasillo principal, alguien tiró de su brazo y la puso contra la pared.

  Para su sorpresa, Nathaly se encontró cara a cara con Leo, que le hizo una señal con el dedo para que guardara silencio. Viendo que se asomaba con cautela por la esquina, hizo lo mismo que él. Más adelante, dos chicas que caminaban juntas ingresaron al comedor, y Nathaly lo miró en cuanto la puerta se cerró.

  —¿Qué? —saltó Leo, nada más ver su clara estupefacción—. Tengo hambre.

  —Ah.

  Viendo que se iba, Nathaly cerró el libro y lo siguió. Al ver que no entró a la cocina, se extrañó.

  —¿No íbamos a…?

  —No voy a malgastar tu magia y mi tiempo en alimentarme de algo que puedo comer en el comedor.

  —¿Qué quieres decir?

  —Si hubieras llegado a leerte El arte de los sentimientos: amar, sabrías que no todos los sentimientos positivos alimentan igual.

  Cuando la puerta trasera de Zhorton se abrió, Leo le cedió el paso y Nathaly salió. A los pocos pasos, incrédula, se paró.

  Leo se apoyó en el marco de la puerta y cruzó los brazos, limitándose a observar cómo la lógica de Nathaly, después de tanto tiempo, seguía resistiéndose a creer en cualquier cosa nueva que tuviera que ver con la magia. Por eso no entendía cómo no era una Swarzof. Ellos eran los únicos que tenían una lógica poderosa, capaz de cambiar el rumbo de sus propios sentimientos, aunque tenía que admitir que su lógica, esta vez, no sería capaz de tomar el control por mucho esfuerzo y empeño que pusiera. Los sentimientos de Nathaly habían tomado una fuerza muy poderosa, y era una fuerza que solo un Leozwort podía lograr.

  Una fuerza que arremetió contra él de repente y sin ningún tipo de piedad.

  —¿Son mariposas de oro? —preguntó Nathaly emocionada.

  —Sí —contestó Leo como pudo, mientras su mano se aferraba a su pecho.

  Maldiciendo para sus adentros, Leo la miró con rencor, pero Nathaly estaba tan absorta en las mariposas que no se dio cuenta de que su intenso y fuerte sentimiento lo estaba torturando por dentro. Olvidándose de ella, pues ya no era capaz de emitir palabra alguna, se centró en aislarlo, pero era inútil. Ese sentimiento lo estaba envolviendo por dentro, ahogándole cada vez más. Cuando creía que iba a perder las fuerzas y caer al suelo, de repente pudo respirar.




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