El vínculo mágico - Libro 1

Capítulo 23 — Manos a la obra.

  La tranquilidad del sábado no tenía precio para Nathaly, que estiró los brazos con calma y disfrutó de los cánticos de los pájaros antes de abrir los ojos. Hoy estaban ansiosos por contarse muchas cosas, y eso le hizo preguntarse cómo eran capaces de enterarse de todo lo que decían. «Quizá su diminuto cerebro funcione igual de rápido que su corazón», pensó. Incorporándose en la cama, miró hacia la ventana y sonrió con comodidad. «Un día de estos tengo que preguntárselo».

  Después de vestirse, Nathaly se fue directa a la cocina, tal y como acordó con Leo el día anterior. Al entrar, él ya estaba allí, con cuatro platos repletos de diferentes bolitas de colores y un vaso con dos bolitas que reconoció al instante: gilkys y miel.

  —¿Solo eso para desayunar? —preguntó Nathaly extrañada.

  —Ahórrate tu opinión y ven aquí. —Arrastró uno de los platos hacia él.

  Nathaly se paró a un paso de él, curiosa de ver qué es lo que haría o diría a continuación.

  —Cuando ayer preparaste la comida, vi que te costaba transformarla, así que hoy vamos a probar a prepararla de otra manera. Ven, ponte delante —le pidió, dándole espacio.

  Acercándose, Nathaly miró el plato y después a Leo, pero él ya no estaba en el mismo lugar de antes. Al percatarse de que se estaba acercando por detrás, intentó darse la vuelta y encararlo, pero Leo, agarrándola de los hombros, consiguió evitarlo.

  —Tranquila. No te voy a morder —le dijo, mientras tomaba con suavidad su muñeca derecha.

  Nathaly miró al frente y tragó saliva. El último chico que se le había acercado a ella de esa manera…

  —Nathaly.

  —¿Sí? —Le miró.

  —No soy como él. Jamás te haría algo así.

  —Lo sé —confesó con desánimo—. Lo siento.

  —Olvídate de eso. Él no puede acceder a este mundo. Aquí no tienes nada que temer. Vamos, mira al frente y estira la mano en horizontal.

  Afirmando con la cabeza, Nathaly miró de nuevo hacia delante y colocó la mano por encima del plato, a unos diez centímetros del mismo.

  —¿Así está bien?

  —Sí. Relaja. —Le dio un pequeño toque en la palma de la mano—. Mantén el centro abierto sin llegar a estirar los dedos por completo. No, no lo tenses tanto. Tenlo abierto, pero relajado. Eso es. ¿Te has quedado con la posición?

  —Sí.

  —Bien —dijo Leo, apartándose a la derecha—. Relaja la mano y recuerda llegar a esa posición cuando la pases por encima. Hazlo con suavidad, de izquierda a derecha. No pienses en ello. Solo hazlo.

  —Está bien.

  —Espera. —Interpuso su mano—. No puedes transformar la comida con ese tipo de sentimientos.

  —¿Qué sentimientos?

  —¿Por qué te crees que ayer te llevé a ver mariposas de oro? —Alzó las cejas y la dejó pensar.

  —¿Insinúas que cuando me siento feliz…?

  —No lo insinúo, es obvio. ¿Es que no recuerdas lo que te dije ayer?

  —Es verdad. Lo siento. Dame un momento y busco un sentimiento feliz.

  —Adelante —dijo con voz agotada.

  Cerrando los ojos, Nathaly buscó un buen recuerdo y se zambulló en él, dejando que el sentimiento que lo acompañaba la inundara por completo. Al abrirlos, pasó la mano con decisión por encima del plato y lo transformó todo. Sus ojos se agrandaron al instante. ¿Cómo era posible? ¡Jamás lo había logrado a la primera con tantas bolitas a la vez!

  Leo tomó su mano, la acercó a la nariz y, cerrando los ojos, aspiró el dulce y embriagador aroma que su piel desprendía con recelo. El sentimiento que había utilizado pertenecía al amor, pero no era ese amor que él detestaba. No. Era suave, delicado, inocente y armonioso, e igual que una suave y tierna caricia, te invitaba a ser arrastrado con sutileza, pero no te forzaba a seguirlo.

  En cuanto la mano de Nathaly se deslizó de entre sus dedos, Leo retrocedió unos pasos, tenso y preparado para lo que viniera a continuación. Al ver que solo estaba poniendo todos los platos en hilera, se relajó y se limitó a observarla con atención.

  Nathaly pasó la mano con decisión por encima de todos, empezando por el primero y terminando por el último, como si de una única fuente se tratara. Cuando vio que toda la comida se había transformado, se quedó atónita. Y cuando fue a calentar uno de los platos y comprobó que estaba en su temperatura justa, al igual que el resto, se quedó anonadada.

  —¿Cómo es posible? —Agarró los brazos de Leo—. ¿Por qué no me lo habéis enseñado antes?

  Leo cogió uno de sus brazos con fuerza para librarse de ella, pero las fuerzas le fallaron y cayó de lado en la encimera.

  —Leo —se asustó Nathaly, que apretó su agarre para sostenerlo.

  —Maldición. Me tengo que acostumbrar a la intensidad de tus sentimientos o desearé estar muerto antes de que Nigrián acabe conmigo —le costó escupir.

  —Leo, no vuelvas a decir eso ni en broma —se molestó.

  Leo la miró. Se notaba que aún estaba mareado.

  —No sé qué querrás decir con eso de broma, pero déjame morir cuando a mí me dé la gana.

  —No digas tonterías.

  Nathaly cargó con él por el lado derecho y lo llevó hasta el asiento de la mesa más cercana. Pensando en cómo ayudarlo, fue a por uno de los platos.

  —Come algo. —Dejó el plato en la mesa—. Te hará sentir mejor, ¿no? Espera. Te traigo cubiertos y algo de beber.

  Nathaly se dio prisa en volver con todo lo necesario, pero Leo no la esperó ni unos míseros segundos.

  —Leo, come como es debido, por favor. —Le extendió los cubiertos para que dejara de comer con los dedos—. Vamos, deja de mirarme así y cógelos de una vez.

  Leo se chupó los dedos y le arrebató los cubiertos de mala gana. La expresión de fatiga en su rostro era notable, y eso inquietó a Nathaly.

  —¿No quieres que…?

  —No —contestó Leo de manera cortante—. Con la comida que has preparado es más que suficiente.




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